"Los científicos pueden plantear los problemas que afectarán al medio ambiente con base en la evidencia disponible, pero su solución no es responsabilidad de los científicos, es de toda la sociedad." |
Me he repetido varias veces a mí mismo que el 2020 no es tan especial como los memes lo pintan. Me he dicho a mí mismo que, si las personas ven en cada noticia una tragedia que magnifica las alarmas negativas de este año, es principalmente porque el aislamiento por la pandemia nos obliga a prestar mayor atención a las malas noticias (un mecanismo conocido desde hace bastante), algo que siempre se hace, pero que hoy parece más notorio cada que se suman las tragedias por el coronavirus. Pero no siempre es fácil convencerse que este año no es especial, mucho menos cuando te enteras de la muerte de personajes ilustres que admiras profundamente. Hace una semana lamentábamos el fallecimiento del psicólogo Scott Lilienfeld, y hoy nos enteramos que el Premio Nobel de Química de 1995 (y de los principales objetivos de ataque de los negacionistas climáticos) Mario Molina recién murió por un infarto.
En junio de 1974, la revista Nature publicaba un artículo pequeño, de apenas un par de páginas, titulado "Stratospheric sink for chlorofluoromethanes: chlorine atom-catalysed destruction of ozone". Ese artículo era el trabajo de investigación de los químicos Mario J. Molina y F. S. Rowland sobre una predicción preocupante para el planeta:
"Los clorofluorometanos se agregan al medio ambiente en cantidades cada vez mayores. Estos compuestos son químicamente inertes y pueden permanecer en la atmósfera durante 40 a 150 años, y se puede esperar que las concentraciones alcancen de 10 a 30 veces los niveles actuales. La fotodisociación de los clorofluorometanos en la estratosfera produce cantidades significativas de átomos de cloro y conduce a la destrucción del ozono atmosférico."
No son muchas las veces que un artículo corto publicado en una revista para especialistas y alejada del lego en general, produce un gran cambio en la sociedad. Pero Molina y Rowland lo hicieron, junto con el ejército de científicos que continuaron la línea de investigación de estos autores, y demostrando que esas preocupaciones académicas estaban a muy poco de volverse realidad. La capa de ozono sí estaba siendo dañada, y poco más de una década más tarde, Nature publicaba el primer artículo en demostrar la existencia de un agujero en la capa protectora del planeta. Molina y Rowland estaban en lo correcto, y era necesario actuar de inmediato. Este fue el aporte que le valió el Nobel de Química de 1995, junto a su colega F. S. Rowland.
Los clorofluorocarbonos o CFC, familia de compuestos químicos al que pertenece el clofluorometano estudiado en el 74, se identificaron como los responsables de la destrucción de la capa de ozono, y eran principalmente liberados a la atmósfera por la actividad humana, en específico por el uso de estos compuestos en la industria de electrodomésticos y en aerosoles. La pérdida del ozono en la estratósfera representa un peligro serio que no puede ser resuelto por uno o dos países, sin importar su poder. Quedaba claro que éste era un problema global, causado principalmente por la actividad humana a nivel planetario. Lo que se tenía que hacer, era responder globalmente ante esta situación.
Fue así que en 1987, en el "Convenio de Viena para la protección de la capa de ozono" se presento el Protocolo de Montreal, un plan mundial para la eliminación de los CFC como productos usados por la industria. Considerado uno de los mayores éxitos en la cooperación internacional, de seguirse el Protocolo por todos los países se espera que la capa de ozono logre recuperarse por completo para 2050. Los esfuerzos globales en la preservación de la capa de ozono sirvieron también de guía para actuar con otro problema mundial emergente que los científicos ya alertaban con mucha preocupación: el calentamiento global.
Aunque en la lucha por el ozono se dieron fuertes confrontaciones con las empresas multinacionales que usaban los CFC en sus productos, lo cierto es que la prohibición de estos compuestos alentó la innovación tecnológica de la propia industria, demostrando una vez más que las regulaciones y restricciones al mercado lo renuevan, no lo eliminan, como así alegaban los negacionistas del daño a la capa de ozono. Haciendo uso de las mismas tácticas de aquellos que perdieron contra la prohibición de los CFC, los negacionistas del calentamiento global han recibido un enorme impulso principalmente por el sector industrial, y en los últimos años, también han contado con el apoyo de los gobiernos de ultraderecha. Para Mario Molina, como expresó en una entrevista para Nature en 2017, la situación actual, aunque parecida a la batalla contra los CFC, tiene sus diferencias:
"El agotamiento del ozono y el cambio climático tienen algunas diferencias importantes. Por un lado, había un número relativamente pequeño de empresas químicas muy grandes involucradas en la producción de compuestos que agotan la capa de ozono. Esas empresas, por supuesto, inicialmente se opusieron a cualquier regulación, pero pudieron fabricar compuestos alternativos que nos permitieron seguir usando refrigeración y aerosoles sin afectar la capa de ozono. Por el contrario, el cambio climático está vinculado al uso de combustibles fósiles. Son omnipresentes y cruciales para el funcionamiento de la sociedad y, por lo tanto, son mucho más difíciles de controlar.
La otra cosa que sucedió es que el tema del clima se politizó. El escepticismo se ha convertido en un mantra del Partido Republicano en los Estados Unidos, que actualmente ostenta la presidencia, ambas cámaras del Congreso y la mayoría de las legislaturas estatales. Esa falta de voluntad de gran parte de los líderes políticos del país para aceptar la realidad del cambio climático hace que el problema sea mucho más difícil de abordar. Se ha convertido en una cuestión de fe, por irracional que sea."
Molina, a diferencia de muchos jóvenes estudiantes de ciencia en México, tuvo la suerte de nacer en una familia privilegiada y rica. Con todo, aquel chico rico que se fascinaba con la química desde su laboratorio casero en el baño, fue uno de los principales guerreros de la una sociedad mejorable por la ciencia y el uso responsable de la tecnología. Fue pieza central en la batalla contra los CFC y luchó porque su voz y la de la comunidad científica fueran escuchadas por el público, por los gobiernos y la multinacionales. La historia de las batallas por el clima es larga, y Molina fue un protagonista notable. Un científico riguroso que supo aprovechar la suerte que le dio la vida para ayudar a todos aquellos que han tenido que esforzarse más para convertirse en científicos.
Aunque siempre entendió que los problemas climáticos son en extremo complejos (no solo por su naturaleza y su interacción con otros sistemas terrestres y espaciales, sino también por cómo se relaciona con los sistemas sociales), Molina era un optimista: logró ver cómo el mundo trabajó unido para afrontar la pérdida de la capa de ozono, y esperaba verlo de nuevo unido contra un problema que afecta a todos. Las complejidades de la vida social (junto a sus retrocesos en política y economía ambiental) hacen que aún hoy continúe la guerra por la estabilidad climática y la interacción responsable con el medio ambiente. Hace cosa de un día, por ejemplo, el Servicio de Vigilancia Atmosférica de Copernicus informó de la reciente detección del agujero en la capa de ozono más grande y profundo visto en los últimos 15 años, lo que deja en pausa los festejos de hace un año por las mediciones más bajas del mismo.
Aunque desalentadora la noticia de la capa de ozono, junto con el panorama actual del calentamiento global, además acompañado por la infodemia de negacionismo movilizada por enormes intereses económicos en los combustibles fósiles, Molina nos enseñó que hay razones para ser optimistas: la civilización humana ha logrado mucho, pero aún le falta más. Los científicos, gobernantes, líderes, empresarios y ciudadanos, contamos con una enorme responsabilidad, suponiendo que todos esperamos que el planeta siga sustentando nuestra existencia tal como lo ha hecho hasta ahora. Importan poco los privilegios, el Nobel, el ser asesor científico de Clinton y Obama, o doctorado Honoris Causa, si no se tiene una conexión con el mundo real y sus problemas. Y Molina demostraba tener dicha conexión desde sus estudios sobre la capa de ozono a su preocupación por la ciencia en México por el actual gobierno.Mario Molina, el "mexicano universal", el científico mexicano más reconocido en la historia del país, el investigador que ayudó a crear el camino de la lucha climática, ha muerto, dada la casualidad, el mismo día que se anunció el Premio Nobel de Química 2020, uno que reconoce otra de las herramientas que pronto podría estar jugando un papel fundamental en la lucha por el desarrollo sustentable. Una razón más para la esperanza.
SI TE INTERESA ESTE TEMA
* "Mario Molina y la saga del ozono: ejemplo de vinculación ciencia-sociedad", por Jesús Guillermo Contreras Nuño, Daniel Jiménez Álvarez y Juan Antonio Pichardo Corpus, en la revista Andamios, vol. 12.9, Septiembre-Diciembre, 2015.
* Semblanza de Mario Molina, en el Centro Mario Molina.
* "The real climate debate", entrevistas a Peter Agre, Mario Molina y Steven Chu, realizadas por Richard Hodson en la revista Nature, vol. 550, Octubre 2017.
* "Cambio climático. Ciencia y política", conferencia en el Colegio Nacional por Mario Molina ofrecida en mayo del 2020:
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