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domingo, 14 de abril de 2013

El número de Dios. Brevísima historia de la proporción áurea


El siguiente es un ensayo corregido y aumentado que presenté hace tiempo como ponencia en la clase de Fundamentos de las Matemáticas dentro de la carrera en Filosofía. Decidí publicarlo, primero que nada, porque desde mi punto de vista las matemáticas son el ejemplo de la belleza reducida en una ecuación. A través de las matemáticas somos capaces de describir fenómenos impresionantes del Cosmos, y todo desde una hoja de papel. Debo admitir, sin embargo, que aunque soy consciente de la importancia de las matemáticas y sus implicaciones tanto estéticas como epistemológicas, estas nunca han sido mi fuerte, quizás por eso este escrito es bastante escueto en cuanto a cálculos se refiere. Estoy muy seguro que para un matemático verdadero este ensayo divulgativo y ridículamente introductorio le parecerá escrito por un niño de secundaria. En fin, ¿qué se me va hacer?

Cabe señalar que en la última parte del ensayo, dedicado a responder a la pregunta de si phi es prueba de la existencia de Dios, la argumentación es bastante escueta, pues el tema de Dios y las matemáticas no eran el punto central, y viene a verse en este escrito solamente como un dato curioso en el que, en esta ocasión, no profundicé. 

Bueno, esperando lo disfruten, les dejo la brevísima y escueta historia del número áureo, el número de oro, el número de Dios: Phi, una maravilla numérica.

¿Qué tienen en común las semillas de un girasol, una tarjeta de crédito, el Partenón, una concha de nautilo y la Mona Lisa? La respuesta es 1.618033… phi o también conocido como el numero áureo.

 Del mismo modo en que Pi representa el cuerpo geométrico más perfecto (la esfera), phi es el número de la belleza. El número áureo pertenece al conjunto de los números irracionales, esto es, aquellos que no pueden expresarse como cociente de dos números enteros.

Entre la historia, el arte y lo divino

 En el siglo XV el monje Luca Pacioli, influido por la idea de que todo nuevo conocimiento debía adaptarse con las creencias de la iglesia, lo llamó “la divina proporción” dando un porqué. De acuerdo a él, phi “tiene una correspondencia con la santísima trinidad; es decir, así como hay una misma sustancia entre tres personas, de igual modo una misma proporción se encontrará siempre entre tres términos, y nunca de más o menos”.

Se cuenta que fue Leonardo da Vinci quien bautizaría a este número como “el número áureo”. Influido por el humanista Leon Battista y el escultor Antonio Filarete, Leonardo creía que la anatomía y la arquitectura estaban relacionadas. Fue en la década de 1480, mientras trataba de ganarse al duque de Milán y a los arquitectos de la corte, cuando profundizó en esta relación que expresó en su famoso dibujo “El Hombre de Vitruvio” en 1487, basado en la descripción del arquitecto Marcus Vitruvius Pollio, en la que afirma:

“En el cuerpo humano, la parte central es el ombligo. Pues si un hombre se acuesta boca arriba, con los brazos y las piernas extendidas, y se centran un par de compases en el ombligo, los dedos de las manos y los pies tocarán la circunferencia descrita a partir de ese centro. Y también puede inscribirse en una figura cuadrada”. Esto es, si dividimos el lado del cuadrado (la altura del ser humano) por el radio de la circunferencia (o sea, la distancia del ombligo a la punta de los dedos) tendremos como resultado el número áureo.

Leonardo se fue obsesionando con la búsqueda de pautas que relacionaran no solo la anatomía con la arquitectura, sino con la estructura armónica de la música y con la propia naturaleza. La búsqueda de da Vinci por encontrar las proporciones en el mundo que lo rodeaba, al igual que su intento de relacionar la circunferencia de las copas de los arboles con la longitud de sus ramas, fue intensa pero vana.

Algunos siglos antes de da Vinci, en 1202, Leonardo de Pisa, mejor conocido como Leonardo Fibonacci, publicaría su Liber Abacci, donde explicaba cómo sumar, restar, multiplicar y dividir con el sistema decimal. En su obra, que buscaba presentarse solamente como un problema planteado para que sus lectores aprendieran a usar el sistema decimal, aparecería una sucesión numérica que parece más la consecuencia de reflexiones profundas sobre aritmética.

En Liber Abacci, Fibonacci se preguntaba cuán rápido se expandirían los conejos por la Tierra en condiciones ideales. Así, Fibonacci planteó el problema más o menos de la siguiente manera:

 Supongamos que tenemos una única pareja de conejos, que ambos miembros están preparados para procrear al mes de existencia y que dan a luz a una nueva pareja tres un mes de gestación.

¿Cuántas parejas de conejos habrá al cabo de un año? Al final del primer mes la pareja original está dispuesta a procrear, pero sigue habiendo una única pareja. Al final del segundo mes tendremos la pareja original y su primera pareja-hija. Al finalizar el tercero habrá en el campo original, la primera pareja, que ya está a punto para procrear, y una segunda pareja-hija. Al terminar el cuarto mes tendremos la original y su primera pareja-hija, y la segunda pareja-hija, que ya está lista para procrear. La sucesión de parejas de conejos entonces es: 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55, 89,144, 233... Esta sucesión de conejos, mas tarde conocida como el código de Fibonacci o números de Fibonacci, es obtenida de la suma de los dos números previos para obtener el número siguiente. ¿Pero que tienen que ver los números de Fibonacci con el número áureo?

Para entender esta relación, hace falta explicar qué es en sí el número phi. Phi, el número áureo, se entiende como aquél que si le sumamos uno sale el mismo resultado que si lo elevamos al cuadrado. Por ejemplo, si tomamos la raíz cuadrada de 5, luego le sumamos 1 al resultado y el total lo dividimos entre 2, resultará el número áureo.

Con este conocimiento, en el año 2,000 y con menos de 3 horas de computar ecuaciones, se encontraron los primeros 1,500 millones de cifras decimales, alcanzando de este modo el récord mundial del mayor número de decimales calculados (récord actualmente superado en cálculos decimales sobre pi).

Pero volviendo a la pregunta anterior, ¿qué tienen que ver los números de Fibonacci con el número phi? Resulta ser que si se toma uno de los números de Fibonacci (cualquiera de la sucesión) y se divide ese número por su inmediato anterior, a medida que se progrese en la sucesión, el cociente se irá acercando mas y mas al número áureo.

En términos matemáticos, esto quiere decir que la sucesión de números creada dividendo un número de Fibonacci por su inmediato anterior tiende, o tiene como límite, el número áureo. Esto quiere decir que la sucesión de números “termina” en el infinito.

Naturaleza y matemáticas

Así cómo es posible encontrarnos con phi en obras de arte y casos idealizados como los conejos de Fibonacci, también podemos encontrar ejemplos de este número presente en la naturaleza misma.

Un ejemplo que suele encantar a los divulgadores científicos es el del árbol genealógico de un zángano de un panal. Los zánganos nacen del huevo no fertilizado de la reina, luego tiene una madre, pero no tienen padre. Por el contrario, tanto la reina como los obreros nacen de huevo, fertilizados por un macho. Tienen, por tanto, padre y madre. Una vez aclarado esto, se tiene en mente que el árbol genealógico de un zángano queda de la siguiente forma: tiene 1 madre, 2 abuelos (macho y hembra), 3 bisabuelos (dos de la familia de la abuela y uno de la del abuelo), 5 tatarabuelos, 8 tatatarabuelos y así sucesivamente. Si lo notamos, la secuencia del árbol genealógico de un zángano es 1, 1, 2, 3, 5, 8… es decir, la sucesión de Fibonacci.

Los números de Fibonacci también los encontramos en el número de espirales a la izquierda de los girasoles y en las piñas de los pinos; en el número de pétalos de las flores (3 el iris; 5 u 8 en ángulos ranúnculos; las margaritas y girasoles suelen contar con 13, 21, 34, 55 u 85), y en el número de flores en las espirales de la coliflor y el brócoli (de hecho, cada una de ellas es una diminuta coliflor en sí). Así mismo, es posible encontrar los números de Fibonacci en el plátano y las manzanas. Incluso las hojas alrededor del tallo siguen este orden.

Si miráramos desde arriba a la molécula del ADN notaríamos que esta se parece a un polígono de diez lados formado, en esencia, por dos pentágonos superpuestos, a uno de los cuales se ha hecho girar 36º. La relación entre la diagonal del pentágono y su lado es el número phi.

Pero tal vez no existe ejemplo más representativo de la proporción áurea que la concha de un nautilo, la cual no es más que la resultante de una espiral logarítmica que puede trazarse con un lápiz y un compás  En este ejemplo, los números son convertidos en figuras geométricas (cuadrados). Primero, se colocan dos cuadrados iguales juntos, de cualquier tamaño, cuyos lados serán tomados como unidad. Encima de ellos, se dibuja un tercer cuadrado cuyo lado sea el doble de los anteriores. A la derecha, se añade otro más, con el triple de lado. Debajo, el correspondiente al número 5 de los números de Fibonacci, y así sucesivamente, de modo que cada nuevo cuadrado tenga de lado la suma de los dos cuadrados anteriores. Después, se dibuja un cuarto de circunferencia dentro de cada cuadrado (empezando por el primero), y de esta forma se obtiene una espiral logarítmica que es, justamente, lo que presenta la concha de un nautilo.

Los ejemplos pueden seguir encontrándose en el sistema solar, en una galaxia o en el propio rostro humano, tal y como da Vinci lo decía.

¿Prueba de Dios?

El número áureo ha sorprendido y maravillado tanto a místicos como a matemáticos por
igual. Las sucesiones de Fibonacci y su resultante tendencia al número phi, hacen que este tema parezca más un asunto de numerología y no de matemáticas. Sin embargo, es fácil demostrar su presencia en las proporciones del universo mismo.

Esto hizo que muchos, tal como era de esperar, supusieran que el Cosmos tenía un orden matemático complejo, solo posible gracias a una mente creadora. Esta mente creadora no podía ser otra que la de Dios. En la tradición filosófica abundan los ejemplos de grandes pensadores que creían justamente en la trascendencia mística de los números y el universo: Pitágoras, Aristóteles, Nicolás de Cusa, Galileo Galilei, Johannes Kepler, Wilhelm Leibniz, Isaac Newton... Incluso en el siglo XX encontramos a grandes pensadores de la talla de Einstein con un sentimiento casi religioso con respecto al Cosmos.

¿Pero son las matemáticas, y más en específico, el número áureo una prueba de la existencia de un diseñador inteligente del universo conocido? Los apologistas y teólogos modernos afirman que sí (tal y como siempre han hecho los hombres de fe), basándose en que los extraordinarios ejemplos del número áureo en la naturaleza no pueden ser explicados sino es “a la luz” de un diseño consciente.

Lo cierto es que hojas, pétalos y semillas se ordenan en las plantas siguiendo un ángulo fijo, pero no necesariamente porque un “alguien” no se le ocurrió otra forma de ordenarlos, sino porque este orden es el mejor sistema de empaquetamiento aunque la planta crezca. Si colocamos el número áureo de hojas por vuelta en el tallo obtenemos el mejor empaquetamiento para que reciban todas ellas el máximo de luz solar sin que unas se oculten a otras y, en el caso de las flores, la mejor exposición para atraer a los insectos polinizadores.
De modo que el número áureo en la naturaleza parece ser más una consecuencia de la teleonomía y no de la teleología, como a muchos les gusta pensar.

Encontrar orden matemático en un universo de aparente belleza caótica es sorprendente, pero no es una prueba de algún diseñador inteligente.

SI TE INTERESA ESTE TEMA 

*The Golden section ratio: Phi, enlace del Departamento de Matemáticas de la Universidad de Surrey

*El sitio The Golden Number posee información divulgativa pero detallada sobre la proporción áurea. En este sitio se asegura que phi es una prueba de Dios.

sábado, 11 de diciembre de 2010

¿Por qué no nos gustan las matemáticas?

“Los intelectuales resuelven problemas, los genios los evitan” Albert Einstein.
Desde que tengo memoria siempre me ha ido mal en matemáticas. No importaba si estaba en primaria, secundaria o incluso en la misma prepa. No importaba el grado, ni el tema que se veía, siempre, al final de cada periodo no pasaba de 8 (en raras ocasiones alcancé tanto como un 8).
Pero el punto es que desde pequeño, mis padres y otros familiares siempre me repetían que las matemáticas eran obligación de memorizarlas, pues estas me ayudarían a  la vida diaria en el futuro. Aunque siempre tuve eso presente, nunca me iba bien; pero algo de lo que me di cuenta es que no solo me pasaba a mí. De todas las personas que conozco –incluyendo familiares-, son contadas con los dedos de una mano –y todavía me sobran- a los que les gustan las matemáticas. Pareciera que para la mayoría de las personas, las matemáticas resultaban ser tediosas al igual que para mi.
Cuando era pequeño pensaba que a las personas no les gustaban tampoco por la misma razón que hacía que no me gustaran: son aburridas.
Pero conforme me interesé por la ciencia, me daba cuenta que sin importar que me gustaran o no, las matemáticas no solo eran indispensables –por lo menos las matemáticas básicas- para la vida, sino que también, tenían cierta elegancia artística, que, al ver lo que éstas creaban, era en verdad bello. Y lo que crean las matemáticas es una interpretación de la naturaleza, una abstracción de fenómenos naturales que podemos medir, describir y predecir.
Es posible que hayan escuchado alguna vez a su maestro de ciencias decir: “la física, es la base de toda la ciencia”. Pero ¿cómo pasamos de las matemáticas a la física? La razón es simple: física, proviene de un vocablo griego que significa naturaleza, y es esta la ciencia que se encarga de comprender los fenómenos de la naturaleza, ¿y eso que tiene que ver con  matemáticas?
Si la física es la base para todas las ciencias (desde biología, medicina, química, astronomía, astrofísica...) las matemáticas, son una base fundamental de la física, pues como ya dije, todo en la naturaleza lo podemos ver como un montón de ecuaciones complejas transformadas en materia. Desde la uña del pie, el ojo, hasta una cucaracha, un televisor, o el monitor de la computadora en la que están; hasta el planeta Tierra, nuestro Sol, el sistema solar, las galaxias y el universo mismo, pueden ser entendidos de forma clara gracias a un gran montón de ecuaciones.
A pesar de lo artístico que resultan ser entonces las matemáticas, lo cierto es que nunca fui bueno en ellas. Puedo ser capaz de apreciarlas desde un contexto epistemológico, pero no fui capaz de resolver ecuaciones de manera satisfactoria, y seguramente, la mayoría de ustedes, estén igual que yo (ok, no). La pregunta obvia es ¿por qué? ¿Por qué a pesar de que así funciona el universo, uno no es capaz de “querer” a  las matemáticas?
En mi opinión, existen dos respuestas para esto: la primera tiene que ver con nuestra forma de pensar y nuestra relación con esta ciencia en nuestras vidas. Y resulta ser que para la mayoría de nosotros, siempre nos parecieron aburridas y complicadas, al grado de querer ahorcar al compañero de escuela de a lado para desquitarse el enojo de no poder resolver unos problemas. Y en realidad, aunque las matemáticas sí son muy complejas, y aunque desde un punto de vista naturalista, no sean aburridas, casi todos nuestros maestros, tutores y libros, nos han hecho odiar a las matemáticas por no hallarles sentido para nosotros. Es decir, que no parece probable que un contador vaya a utilizar alguna  vez en su vida las ecuaciones para poder sacar la hipotenusa de un triángulo. O un  chef, que vaya a utilizar una raíz cuadrada utilizando el álgebra y las potencias en los números. Entonces las matemáticas nos parecen totalmente inútiles ajenas a nosotros, y la realidad para muchos de nosotros es que gran parte de lo que veremos –o vimos- en matemáticas a lo largo de toda la escuela, jamás lo utilizaremos y lo olvidaremos tan rápido, que no recordaras haber tenido siquiera esa clase.
De modo que la respuesta, a la pregunta ¿por qué no somos buenos en matemáticas? de manera resumida, es la misma razón por la que a algunos no les gusta la física, la biología, la psicología o la filosofía, o sea, que nos parecen inútiles, aburridas y ajenas al mundo cotidiano. La ciencia para la mayoría nos resulta así, por el hecho de que así se nos presenta o porque así nos la enseñaron.  La forma de educación está tan reglamentada que se vuelve demasiado molesta para un estudiante; muchos maestros ni siquiera entienden lo que están diciendo y otros se dan flojera  a sí mismos cuando se escuchan hablar. El cerebro humano es perfectamente capaz de resolver ecuaciones –complejas o fáciles-, el chiste es interesarse y encontrarle sentido.
Quizás para algunos de ustedes les parezca que ya es demasiado tarde como para hacer que entiendan o aprecien las matemáticas. Lo cierto es que al tomar sentido y al ser utilizadas de manera cotidiana, ya no son para nada aburridas. Y no, aún no es demasiado tarde como para agarrarle gusto a las matemáticas.
Pero mas allá de lo que queramos o no saber sobre matemáticas, algo debemos tener bien claro: no importa que tan aburridas parezcan, las matemáticas son la base de todo y se encuentran en todas partes. Incluso del por qué eliges a tu pareja con la que te relacionas hoy en día, puedes entenderlo mejor haciendo uso de las matemáticas. Dicen que aquellas personas que entienden y conocen de matemáticas, no ven el mundo con los mismos ojos.
Phi, el número perfecto... para encontrar novi@
Si no me creen que las matemáticas ofrece una razón por la que escogieron a cierta persona (claro está que también en esto entran en juego razones psicológicas, sociales, económicas y biológicas) o que son admiradores secretos de alguien, presten atención  al numero áureo, el primo de pi: Phi, el numero “divino”, como muchos lo han llamado, pues este se encuentra en conchas de un caracol, en las obras de Leonardo da Vinci, en la forma de una hoja de árbol… y en tu rostro y cuerpo. 1.618034… es la cantidad áurea, que para ustedes quizás no les parezca gran cosa.
Resulta ser que  Phi es la base de la proporción dorada. ¿Y eso con qué se come? Bueno, se refiere a que la razón o proporción determinada por Phi (1.618...) era conocida, por los griegos como la “sección dorada” y por los artistas del Renacimiento, como la “proporción divina”, nada más, nada menos.
Para representar este número en una recta, dicha recta es dividida para que la proporción de la longitud de la línea entera A respecto a la longitud del segmento de la línea mayor B sea igual que la proporción de la longitud del segmento de la línea mayor B a la longitud del segmento de la línea menor C.
Esto significa que A es 1.618 veces B, y B es 1.618… veces C. Recíprocamente, C es 0.618... de B y B es 0.618... de A. Phi, escrito con mayúscula, es 1.6180339887..., mientras que phi con minúscula es 0.6180339887, el recíproco de Phi o Phi menos 1.
Por más confuso que les pueda resultar, esta es la razón por la que les gusta alguien, y el por qué ese alguien no los a pelado. ¿No me creen? Hacen bien, no me crean, mejor profundicen.

La Mona lisa  de Leonardo da Vinci, nos da la razón de esto. Y es que por lo regular solemos creer que alguien es atractivo cuando su rostro es geométricamente alineado, es decir, que todo en su rostro encaja en proporción con cada una de sus partes. El largo de la boca de alguien, por lo regular, no debe sobrepasar el ancho de la nariz, deben ser del mismo tamaño o de tamaño aproximado. Al no ser así, decimos que la persona tiene boca de pescado o de pollo cuando su boca es más chica que en proporción a su nariz. El número áureo se encuentra en las orejas, los brazos y piernas, la espalda e incluso en los glúteos (aunque no lo crean, las matemáticas también tienen que ver con esa sexy parte del cuerpo).
Otro tema interesante dentro del mundo de los números son los códigos binarios, el código o lenguaje de la computadora que no consiste más que en 1 y 0. Estos dos números son la razón de que la computadora en la que estás ahora funcione y puedas leer este escrito. De modo que puedes darle las gracias a las matemáticas, pues sin ellas no estarías haciendo lo que sea que estas haciendo ahora.
Los usos en la vida cotidiana de las matemáticas –y por tanto, de la ciencia en general- son tantos, que se han hecho lo que se conoce como Biblias de las Matemáticas, enciclopedias enteras con ecuaciones que van de lo mas simple a lo mas complejo, mostrando cómo cada cosa en tu casa y en el universo mismo, es entendible en torno a ecuaciones numéricas.
Quizás ni apreciando la estética matemática logres interesarte por estas, más sin embargo, cuando tengas un hijo –o si lo tienes ya-, recuérdale siempre que las matemáticas son importantes para la vida; pero recuérdale el por qué: desde hacer una suma o una resta bien hecha en la tienda, hasta para la admiración de los cielos, o de lo que está bajo sus pies; recuérdale que  serán la razón por la que te hará rabiar por el novio(a), hasta incluso para hacer un buen fraude, utilizando algo de lógica matemática.
Así que, la próxima vez que alguien llegue contigo sintiéndose orgulloso de que no sabe matemáticas, puedas tener el placer –o el disgusto-, de hacerle ver lo tonto que se ve al alegrarse de tal cosa, pues alegrarse de ser analfabeta o ignorante, no son para nada motivos de orgullo y le duela a quien le duela.
SI TE INTERESA ESTE TEMA

*¿Adónde va la matemática? Problemas de la enseñanza y la investigación futura, de Jean Kuntzmann, editorial siglo XXI.
*El paraíso de las matemáticas, sitio web con diversos temas explicados de manera sencilla.  
* El artículo El Número Áureo en sitio El Historiador, muestra el uso de phi en la historia del arte. 

*El número de Dios. Brevísima historia de la proporción áurea, artículo de mi autoria con comentarios complementarios sobre el tema.


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