Reseña de A favor de los toros, de Jesús Mosterín
Nunca he sido fan de los deportes, y mucho menos de aquellos que me parecen francamente propios de salvajes. Nunca he podido entender qué tiene de deportivo el box, las (mal llamadas) artes marciales mixtas o las peleas callejeras. Pero al menos reconozco que quienes están ahí enfrentándose, sufriendo golpes y en muchas ocasiones muriendo frente a una multitud de borrachos, deciden dedicarse a ello bajo su propio riesgo, y ganando (en el caso de los espectáculos de talla nacional o internacional) en una noche lo que sus fans no ganarán en toda su vida de trabajo ordinario y medianamente decente. Mucho más repugnante, vil y salvaje me han parecido desde siempre las peleas de animales, donde perros, osos, gallos o toros son sometidos a torturas sangrientas. Quizás el espectáculo de la crueldad más representativo de todos en nuestros días es la tauromaquia, un negocio ruin que sus fans más cínicos se atreven a llamarlo arte. Me resulta difícil entender el nivel de canallismo que se puede tener para defender este circo sangriento, y sin embargo, abundan sus defensores dentro de la política así como en la filosofía y las letras.
Ante tanto acto barbárico suele ser difícil mantener la cordura sin antes lanzar algunas mentadas de madre. Pero si hubo alguien capaz de analizar, denunciar y refutar las canalladas pro-taurinas con la cabeza fría, fue el filósofo español Jesús Mosterín, quien en su obra A favor de los toros (2010) plasmó una erudita defensa de la abolición de la tauromaquia que, en sus propias palabras, no se trata más que de un espectáculo de la crueldad promovido en una cultura de la tortura; una sangrienta anomalía moral en el mundo occidental que se dice heredero de la Ilustración.
Mosterín, para quien no sepa y a diferencia del estereotipo de filósofo, no se pasó su vida en un cómodo sillón reflexionando dentro de una oscura biblioteca tragando todo lo que un montón de autores incomprensibles dijeron hace dos o tres siglos. Jesús Mosterín fuer un erudito, un lógico, pero también un explorador, un naturalista y un activista incansable. Sostenía que no era posible hacer filosofía sin conocimiento científico, y esto aplica también para la ética. En A favor de los toros se puede apreciar este principio en el que la rigurosidad y la evidencia es lo que guía la argumentación. Mosterín sostuvo en vida debates contra pro-taurinos de todo tipo, desde el torero analfabeta científico hasta "intelectuales" que, como Fernando Savater, demostraron lo mucho que les urgía una buena clase de lógica elemental.
A favor de los toros es una compilación breve de los principales artículos que Mosterín publicó contra las corridas a lo largo de su carrera en periódicos y revistas, y que la Editorial Laetoli le encargó reunir en un solo volumen. Cada artículo posee elementos introductorios repetitivos, pero necesarios para ubicar el contexto de la tauromaquia actual, exponiendo así algunas falsedades que los pro-taurinos venden para convencerse a sí mismos de la neutralidad moral de esta práctica (me niego a llamarla deporte). Antes del siglo XIX las afrentas entre humanos y toros eran un espectáculo común de la entonces Europa tercermundista. Los toros eran perseguidos y asesinados por jinetes despiadados para que la aristocracia disfrutara, mientras que la chusma del reino se entretenía con toreros de a pie.
Con la llegada de la Ilustración y la adopción de sus valores, los espectáculos de la crueldad, incluidos aquellos que torturaban toros, fueron abolidos en toda Europa, comenzando por Inglaterra, para nunca más volver a mostrarse más que en oscuros e irrelevantes lugares. Para entonces, los pueblos americanos, en vías de independizarse la mayoría, ya habían adoptado dichas "tradiciones" como propias (hoy, la tauromaquia sigue siendo muy popular en México y Colombia, que también son de los países más violentos del mundo, mientras que aquellas naciones latinas más civilizadas en comparación, como Argentina, Chile y Brasil, abolieron hace mucho tales festejos). Fue en el siglo XIX que la corrida de toros volvió a introducirse en España (uno de los países menos afectados por la Ilustración), junto al regreso del absolutismo y la Inquisición, gracias al contra-ilustrado infame, Fernando VII. Este oscuro rey instauró la versión más vulgar de las corridas, permitiendo que se transformara en fiesta nacional, promoviendo incluso el adoctrinamiento de los niños en las sangrientas actividades.
Es así que la tauromaquia moderna es más una hija de la llamada España negra de hace no mucho, y no una supuesta fiesta tradicional. Tanto pro-taurinos que buscan pasar desapercibidos como animalistas de corte sensocentrista llegan a cuestionar si realmente deberíamos concentrarnos en las brutalidades de la tauromaquia antes que las de otras prácticas culturales más aceptadas, como la ganadería, que causa un inmenso sufrimiento a millones de animales alrededor del mundo. Para Mosterín la respuesta es muy clara: sí, vale la pena concentrarse en la tauromaquia. Aunque las actuales necesidades alimenticias (y su industria) ciertamente son responsables de sufrimiento animal, también es cierto que se trata de un problema mucho más complejo, no solo por cuestiones de costumbre o tradición, sino porque también existen variables económicas, políticas y sociales que hacen que el problema sea más difícil y diferente del que busca abordar este libro. Con el problema de la tauromaquia la solución es relativamente sencilla, pues solo habría que abolirla, tal como en el resto de la Europa ilustrada se hizo hace siglos (buscando que América siguiera ese camino).
Para demostrar que se trata de un problema auténtico y que tiene una solución sencilla, Mosterín repasa la neurobiología de los toros, la historia de las tradiciones salvajes heredadas de los tiempos antiguos y medievales, así como el progreso moral y político que se ha venido dando en España desde hace unos pocos años con grandes pasos en el camino correcto, como la abolición de las corridas en Barcelona y después en toda Cataluña. Aún en los lugares donde las corridas han sido abolidas, siguen existiendo otros espectáculos de la tortura igual o más vulgares que deben ser erradicados y que, a cada paso que se logra concientizar a la sociedad se progresa también en lo que Mosterín llama "el triunfo de la compasión", aquella capacidad neuronal que ha sido la base del pensamiento moral de autores ilustrados, desde Adam Smith a Jeremy Betham. Como nos explica el autor, David Hume pensaba que la compasión es la emoción moral fundamental, junto al amor por uno mismo, mientras que para Charles Darwin la compasión es la más noble de nuestras virtudes. Fue Darwin quien introdujo la idea del círculo de la compasión en expansión para explicar el progreso moral de la especie humana: los hombres primitivos solo se compadecían de sus más cercanos parientes y amistades; luego este sentimiento se extendió a otros grupos, y luego a otras razas, naciones y especies. Al final, Darwin consideraba que el camino lógico de este círculo de la compasión es que se extendería hasta abarcar a todas las criaturas capaces de sufrir.
La mejor vía para desarrollar la compasión es el conocimiento. El conocimiento facilita la empatía. Conocer sobre el sistema nervioso central, la evolución y las profundas relaciones de parentesco que compartimos con otras especies, nos ayuda a estar concientes que el sufrimiento es algo que compartimos con muchas otros animales. Con la tauromaquia, saber de su historia y sus métodos, donde se tortura a los toros desde antes de salir a la plaza, estresado, semicastrado y en ocasiones moribundo, y la agonía por la que llegan a pasar antes de morir, con los pulmones destrozados e hinchados de sangre, no solo ayuda generar compasión por los toros, sino a desarrollar indignación por tan abusiva práctica y a denunciarla como la farsa que es.
Es una farsa que los toros son animales "bravos" que se enfrentan al "tú por tú" con un torero, sino que se les tortura, apuñala y golpea con antelación, haciendo que el toro salga ya debilitado y facilitando el trabajo de los profesionales del asesinato vestidos de lentejuela. Es una farsa que se trate de una fiesta nacional, pues no es más que el vestigio de épocas oscuras de la Europa analfabeta sedienta de circo sangriento. Es una farsa que la tradición justifique la tortura, pues la tradición no tiene ningún valor lógico para ninguna cuestión moral. Es una farsa que sea la tauromaquia la única vía para mantener al toro de lidia y que sin ésta el toro terminaría por extinguirse, pues con más de 1,400 millones de ejemplares vivos actualmente, y con dehesas gigantescas que podrían expropiarse y convertirse en reservas naturales protegidas, estos bovinos mansos podrían pastar con tranquilidad, tal como se hizo con el búfalo acuático en Australia, el bisonte americano en EEUU y Canadá o el bisonte europeo en el parque nacional de Bialowieza en Polonia.
El conocimiento genera empatía, y mientras las sociedades se vuelvan más concientes e informadas sobre los espectáculos de la crueldad, más pasos se darán en el camino correcto del triunfo de la compasión. Un buen comienzo para aprender y reflexionar sobre el tema con conocimiento, es este librito que Mosterín ha legado a los países hispanoparlantes que vergonzosamente continúan manteniendo la tauromaquia.
Estoy totalmente de acuerdo con el argumento, que me parece, sin embargo, peligrosamente parcial. Como lo he visto muchas veces - de distintos modos, pero con el mismo núcleo central - lo llamaré "argumento antitaurino habitual". Como este núcleo central gira alrededor del sufrimiento y tortura del toro, podríamos llamarlo también argumento antisádico. La razón por la que le pongo nombre es para distinguirlo de mi argumento, que no es contrario ni complementario, sino independiente y confluyente, es decir, parte de consideraciones diferentes para acabar llegando a la misma conclusión.
ResponderEliminarPara empezar, diré que entiendo y comparto la compasión por el toro, pero no puedo entender ni compartir el odio por el torero. ¿Cómo se puede ser empático con un animal, y no serlo con un humano? Por favor, no digas “¿Empático yo con un torero? Pero si es un criminal, un sádico asesino”. No. No es verdad. Intuyo que pocos proponentes del argumento habitual han conocido personalmente a un torero y, como ese no es mi caso, les diré que un torero es un muchacho, generalmente de origen humilde, que se juega la vida para demostrar que puede vencer a una bestia diez veces más grande que él. El “olé” que acompaña a un diestro capotazo forma parte del lenguaje hispano como señal de admiración, no de sadismo. Que alrededor de esta proeza se construya una industria multimillonaria es otra cuestión, cuestión que es central a mi argumento, y que resumiré diciendo que me parece profundamente inmoral institucionalizar un espectáculo en el que un humano ha de arriesgar su vida para disfrute de cobardes que nunca se atreverían a hacer lo que él hace.
A titulo personal me opongo a la tauromaquia por dos razones :a) Desapruebo cualquier forma de maltrato animal. b) La extremadamente rica cultura española no puede reducirse a la tauromaquia; si yo preguntase quién fue Manolete la mayoría de la gente sabría de quién estoy hablando pero si preguntase por Caramuel vergonzosamente nadie sabría de quién hablo : http://www.mercaba.org/.../C/caramuel_lobkowitz_juan_de.htm
ResponderEliminarhttp://www.cornisa.net/.../juan-caramuel-lobkowitz-el...#
No obstante Jesús Mosterín se pegó un tiro en el pie, al relacionar la afición a los toros con el absolutismo y las fuerzas reaccionarias, no es así : http://www.rebelion.org/noticia.php?id=115719