domingo, 22 de octubre de 2023

Top 5: Paleocríptidos

Cuando hablamos de críptidos, es común que pensemos en monstruos de lagos, primates gigantes vagando en bosques del Norte o en criaturas medio alienígenas capaces de chupar la sangre de cabras y otros animales de granja. Quizás quienes, buscando tener aunque sea rastros fósiles de aquellas míticas criaturas, prefiera hablar de cómo podrían haber sobrevividos animales extintos como el mamut, el brontosaurus, los plesiosaurus, el megalodón o, aunque sea, el tilacino. A esto último, los amantes del misterio lo identifican como criptozoología de animales extintos. Y aunque ciertamente podríamos decir que tiene como base una ciencia (la paleontología), las especulaciones sobre la supervivencia de los animales prehistóricos generalmente carece de todo fundamento medianamente razonable, pues lo único que interesa es que la criatura sea imponente y motive la imaginación (nadie está interesado en pequeños insectos, en anfibios diminutos o en peces minúsculos que, casualmente, llegan a re-descubrirse de vez en cuando).

Otro "campo" cercano a esto, es lo que los autores de El gran libro de la criptozoología (2008) llaman "Criptopaleozoología". Inspirados en el trabajo de Adrienne Mayor, se postularía como aquel campo que estudiaría "el recuerdo o la creencia que relaciona a criaturas mitológicas extraordinarias con observaciones de animales extintos fosilizados, incluyendo las tentativas de los observadores de explicar los rastos fósiles de especies prehistóricas, incluyendo fósiles de criaturas marinas y plantas, huesos, dientes, garras, madrigueras, huevos e incluso sus huellas fosilizadas." Este tipo de estudios que, como mencionan, también se les suele llamar "leyendas fósiles" o "geomitología", brindaría una explicación paleontológica a criaturas como los dragones, los gigantes, los grifos y los cíclopes, a partir de la identificación errónea de restos fósiles de dinosaurios y otras criaturas desaparecidas hace millones de años.

Pero hoy me gustaría hablar de otra manera de entender la relación entre fósiles y criaturas presuntamente desconocidas: los paleocríptidos. Estos, postulo, serían aquellas propuestas de especies paleontológicas que no han encontrado suficiente respaldo en la evidencia fósil para establecerlas o que la evidencia misma ha servido para descartarlas. Los paleocríptidos, aunque podrían verse como hipótesis científicas fallidas, usualmente cuentan con números reducidos de defensores, incluyendo paleontólogos, paleoartistas y biólogos profesionales, aunque el consenso científico considere que no existen razones para creer que tales criaturas existieron realmente.

Revisemos una colección de 5 paleocríptidos, para también observar aquellos debates científicos, algunos de ellos zanjados desde hace tiempo, que derivan en polémicas populares bastante cercanas a las doctrinarias actitudes pseudocientíficas.

Paréntesis biofilosófico: ¿Qué es una especie paleontológica?

Antes de mirar a los paleocríptidos, habría que ponernos filosóficos por un momento. Existe un problema sobresaliente entre las ciencias biológicas, que ha ocupado toneladas de tinta entre las publicaciones de filosofía de la biología: el concepto de especie. Mucho se ha escrito sobre si las especies son un tipo de clasificación natural (o sea, que las especies existen por sí mismas) o artificial (si solo se trata de una forma en que nuestro cerebro ordena ciertos grupos de organismos con características semejantes).

En biología, es común hablar de las especies biológicas haciendo uso de la definición establecida por el biólogo evolutivo Ernst Mayr: "una especies es una comunidad reproductiva de poblaciones (reproductivamente aisladas de otras) que ocupa un nicho específico en la naturaleza." Aunque es usual que los diccionarios y los estudiantes de biología no vayan más allá, es evidente que esta definición es demasiado simplista y puede encontrarse con facilidad distintas objeciones. En primer lugar, que hace referencia a poblaciones capaces de poder reproducirse entre ellos, lo que dejaría de lado a organismos asexuales, como lo son miles de especies de microorganismos que, sin embargo, son identificadas con claridad (más o menos) como especies. Una objeción de mayor peso, es la esgrimida por Martin Mahner y Mario Bunge en Fundamentos de Biofilosofía (2000): la de Mayr es una hipótesis indicadora, es decir, no nos dice qué es una especie biológica (o biespecie, como abrevian estos autores) sino cómo reconocerla; pero ni la reproducción ni el aislamiento son "propiedades definentes de una especie sino, en el mejor de los casos, propiedades de organismos que pueden usarse como síntomas de que éstos son miembros de una especie en particular". Dicho de otro modo, "dos organismos no pertenecen a la misma especie porque se apareen y se reproduzcan, sino sólo son capaces de hacerlo porque pertenecen a la misma especie."

Mahner y Bunge señalan también que, si bien es válido aceptar que las comunidades reproductivas son sistemas materiales o concretos, "cuya composición consiste de organismos de la misma especie y cuya endoestructura está constituida por relaciones de apareamiento", esto no resuelve el problema de la definición de bioespecie. Además de las complejas controversias semánticas y ontológicas que derivan de la definición de bioespecie de Mayr, hay también una objeción de otro tipo: esta definición no tiene ninguna utilidad en paleontología y paleobiología, ya que no es posible observar ni poblaciones reproductivas ni los nichos ecológicos en los que se habría podido aislar. Un punto importante que me comenta el paleobiólogo Roberto Díaz Sibaja, es que "conceptos de especie derivados de la biología son utilitarios y tienen como objetivo el tener claro el marco referencial de trabajo a nivel local y no pretenden ser universal (al menos, no bajo las concepciones modernas)". Esto solo es una pequeña muestra de lo que hoy en día se debate sobre aceptar un enfoque monista de la definición de especie (como defenderían Mahner y Bunge, y otros), o si hemos de abrirnos a un pluralismo, donde podríamos encontrarnos con diferentes definiciones de especie, según los intereses taxonómicos, todas igualmente legítimas (una definición reproductiva, morfológica, evolutiva, genética...), algo que a su vez nos regresaría a la cuestión de si la definición de especie es una cuestión de mera convención o tienen un estatus ontológico como entidades o sistemas concretos.

Aceptando que la definición de especies biológica es sumamente compleja y alcanza para cubrir muchas entradas (y varios libros, como de hecho ocurre), y concentrémonos en el problema práctico al que los paleontólogos se enfrentan: si la definición tradicional y problemática de bioespecie no tiene utilidad para su trabajo, ¿cómo establecer especies extintas y diferenciarlas de otras? (Ok, vamos con otra aclaración filosófica ineludible):

[N]o es posible saber qué poblaciones distanciadas en el tiempo se cruzarían entre sí. Y si, para solventar el asunto, hiciéramos suposiciones acerca de la potencialidad de cruzamiento entre poblaciones temporalmente separadas, el concepto biológico de especie, además de volverse especulativo, daría lugar a clasificaciones distintas a lo largo de una línea filogenética, según tomáramos como individuo de referencia a un organismo u otro situados en momentos distintos del tiempo.

Explica el biofilósofo Antonio Diéguez en La vida bajo escrutinio. Una introducción a la filosofía de la biología (2012). Aunque hay algunas propuestas en las que la definición de bioespecie abarca también a las especies extintas (por ejemplo, la propuesta de Mahner y Bunge refiere que una bioespecie es un tipo natural, donde todos sus miembros, presentes, pasados o futuros, son organismos), en la práctica, los paleontólogos hacen uso del concepto de especie paleontológica como algo diferente (pero estrechamente relacionado) al de especie biológica. 

Los paleontólogos aceptan que una especie paleontológica es un "grupo de organismos fósiles que comparten una morfología que están contenidos en un rango estratigráfico único y continuo", tal como explica el citado paleobiólogo Roberto Díaz Sibaja en un video reciente de divulgación. Esta definición combina los factores de la forma y el tiempo para definir una especie paleontológica, dejando de lado los criterios de Mayr así como otros empleados usualmente para aceptar como válida a una especie biológica. Teniendo esto en mente, es posible que especies paleontológicas hoy día aceptadas como tales puedan representar en realidad distintas especies biológicas de cuyas evidencias el tiempo se ocupó de eliminarlas por completo. Es posible que dos o más especies morfológicamente similares convivan en un mismo período de tiempo, y si en el registro fósil no se encuentran las suficientes diferencias para reconocerlas, bien podría ocurrir que no nos enteremos de su existencia. Es así que la especie paleontológica puede ser útil para reconocer especies que se encuentran en el registro fósil, pero presenta limitaciones y problemas importantes, igual que el concepto de especie biológica, algo que no impide a los paleontólogos (ni a los biólogos) continuar con su trabajo, por fortuna.

Que la definición de especie paleontológica pueda presentar problemas, no significa que no pueda ser útil, algo que los paleontólogos aceptan a la hora de trabajar. Tampoco se deriva de esto que no se cuente con análisis y criterios rigurosos para establecer si x conjunto de restos pertenece a una nueva especie. O sea, que haya problemas filosóficos en esta ciencia, no significa que esto sea una excusa para aceptar cualquier propuesta de una nueva criatura, o para considerarla válida aunque la evidencia indique lo contrario.

Hasta aquí el paréntesis filosófico, ahora sí, pasemos al top 5 de aquellas especies no reconocidas ya por los paleontólogos, pero que siguen apareciendo entre grupos de amantes de los fósiles y de divulgación de pobre calidad.

5. Dinocochlea ingens. Bueno, lo admito, no conozco a nadie que defienda a éste como un organismo auténtico, además de la Wikipedia que, en el mismo párrafo, asegura que se trata de un rastro fósil (o icnofósil), pero también nos informa que es una concreción. O sea, acepta que se trata de una formación natural al mismo tiempo que dice que es el rastro de un organismo que alguna vez debió de existir.

El paleontólogo Paul Taylor junto a un modelo de Dinocochlea.

Dinocochlea ingens es el nombre que se le dio a lo que se creía sería la especie de caracol más grande que haya existido, de nada menos que 2 m de largo. Descrito en 1922 por el malacólogo y naturalista B. B. Woodward en un artículo de Geological Magazine, como un caparazón de gasterópodo fosilizado, conclusión "inevitable que estos cuerpos espirales representan los moldes internos de ejemplos de un enorme univalvo, concha de molusco, de unos 6 pies y más de longitud, cuya existencia ha sido hasta ahora insospechada". Este paleocríptido fue descubierto en 1921 durante las excavaciones para una nueva carretera en Hastings, Sussex, Inglaterra, y pertenecería al Cretácico inferior (aprox. hace entre 139 a 133 millones de años). 

Para Woodward estaba bastante claro, los restos evidenciaban la existencia de un molusco monstruoso, pero las dudas de la comunidad científica no se hicieron esperar, principalmente porque Dinocochlea carece de todos los elementos distintivos tanto de las conchas fósiles como de los moldes que se forman dentro de éstas, como explica de manera más extendida el también divulgador científico Díaz Sibaja en su video sobre pseudofósiles. Woodward habría descartado estas señales debido a que creyó que se debía a la disolución y a la falta de un molde de los verticilos de la concha. También señalaba el "enrollamiento logarítmico" del "fósil" como prueba que se trataba de un molde y no de una concreción.

Concreciones en espiral encontradas en Ikalukrok Creek, Alaska.

Otros habrían propuesto que Dinocochlea podía ser un coprolito (una cacota fósil) de dinosaurio o una entirospira (parte del intestino de un pez) gigante. Estas posibilidades se descartaron al ser un presunto fósil demasiado grande y por carecer de restos orgánicos, o sea, pedacillos de comida mal digerida (usualmente huesos, dientes, semillas y otras partes duras). Lo interesante del caso, es que sería bien entrados al siglo XXI, en 2010, cuando se postularía la posibilidad de que se trataba de una concreción y que, de hecho, la evidencia apuntaba en esa dirección. Otro estudio posterior postularía que Dinocochlea se "originó como una madriguera horizontal en forma de sacacorchos". Si acaso quedaban dudas, porque no se habían visto concreciones iguales, en 2020 se publicó un estudio que informa del descubrimiento de este tipo de concreciones con todo y su mecanismo de formación. Así, el caracol monstruoso extinto pasó al bote de basura de las hipótesis científicas equivocadas, aunque aún puede apreciarse a Dinocochlea y otras maravillas geológicas y paleontológicas en el Museo de Historia Natural de Londres. 

Véase más: "Top 10: Pseudofósiles (de cuando la mente te juega trucos)" (minuto 12:01 a 15:35), por Roberto Díaz Sibaja, en Palaeos.

4. El "kraken triásico". Si un caracol gigante no es suficiente molusco monstruoso, ¿qué tal un calamar de 30 m de longitud capaz de cazar ictiosaurios? Debo admitir que supe de la "existencia" de esta criatura en el divertido artículo "Diez increíbles (pero reales) monstruos prehistóricos que queremos ver en el cine" de mi ciberfriend, el "profesor Ego" Miguel Ángel "Maik" Civeira, hace unos años. (Por cierto, que a Maik se le ha cumplido parte del sueño, pues ya vimos en el cine a Therizinosaurus, Quetzalcoatlus y Megalodon, además de un calamar gigante en la segunda película de The Meg que encaja bien con este paleocríptido).

Volviendo al tema, el kraken triásico es como se conoció a la sensacionalista especie que presuntamente habría descubierto el paleontólogo y profesor de geología Mark McMenamin y colaboradores en 2011. McMenamin es bien conocido en la comunidad paleontológica por sostener ideas "poco convencionales", entre las que se pueden enumerar sus críticas al neodarwinismo en favor de la teoría endosimbiótica, el presunto descubrimiento del fósil multicelular más antiguo del mundo (desacreditado tiempo después), la hipótesis del "Hipermar", sus controvertidas propuestas para resolver los "misterios fósiles" de Paleodyction y vetulicolios, e incluso tiene incursiones en la pseudociencia y la pseudohistoria, como haber sostenido que los Fenicios llegaron a América hacia el 350 a.n.e. y aceptar que defiende el diseño inteligente en una reseña de un libro creacionista unánimemente criticado por el resto de paleontólogos. El nuevo monstruo de McMenamin fue presentado en un resumen y una ponencia de la  reunión anual de la Sociedad Geológica de América (GSA) en octubre del 2011.

Vértebras de S. popularis presuntamente ordenadas  de acuerdo a las ventosas de un brazo del "kraken".

Según McMenamin, mientras investigaba la causa de muerte de Shonisaurus popularis, un ictiosaurio de 14 m que vivió hace unos 215 millones de años, en el periódo Triásico, descubierto en el Parque Estatal Berlin-Ichthyosaur en Nevada, EEUU, McMenamin y colaboradores encontraron un patrón de vértebras que, según él, parecían acomodadas intencionalmente. McMenamin asoció esas vértebras con el lugar que presuntamente ocuparían las ventosas de un cefalópodo de la subclase Coleoidea, de tamaño nunca antes visto. Algunos pulpos modernos sí suelen "jugar" con los restos de sus presas así como acomodar los restos en "basureros", un comportamiento que McMenamin creyó ver en estos restos de ictiosaurio. Este paleontólogo incluso se aventuró a asegurar, en entrevista con el portal LiveScience, que las marcas y la reorganización de los huesos apuntaban a que el depredador quizás habría ahogado o le rompió el cuello a su prehistórica víctima. También afirmó haber encontrado muchas costillas rotas de S. popularis. McMenamin, que presentó sus hallazgos junto a su esposa Dianna, también se apoyó en etología comparada, asegurando que el comportamiento de pulpos modernos que atacan tiburones serían una analogía al escenario que los fósiles de ictiosaurio presuntamente muestran.

Con tan pocas evidencias iniciales, era evidente que los escépticos aparecerían incluso antes que terminara la reunión de la GSA. La opinión de los especialistas fue bastante bien resumida por el geólogo y paleontólogo estadounidense, Donald Prothero en el portal SkepticBlog:

No hay evidencia física real del calamar en sí: ni partes blandas, ni tentáculos, ni siquiera la dura “pluma” que sostiene la espalda del animal, o su pico córneo. La única "evidencia" proporcionada en el comunicado de prensa fue el patrón alterno de los centros vertebrales (los grandes huesos en forma de disco en la fotografía). Según el autor, esto era evidencia de un esfuerzo consciente por parte de un gran cefalópodo para “disponerlos” de esa manera. No se mencionó la posibilidad de que cualquier serie de discos conectados en la columna vertebral se asentara en ese patrón una vez que los tejidos se pudrieran y se separaran de la columna vertebral. Ninguna sugerencia de que toda la premisa de la charla fuera simplemente una especulación basada en un “patrón” de distribución ósea, o “ver patrones” donde no los hay, conocido como pareidolia (como ver a la Virgen María en un sándwich de queso asado, o leer “patrones” en hojas de té y nubes).

Presunto fósil que mostraría el pico, o el pico y pluma del "kraken".

Pero McMenamin no se dio por vencido, ocupando nuevamente los titulares en 2013, cuando dijo haber encontrado más evidencia en favor de su kraken. Como en su vez anterior, en lugar de ofrecer pruebas en un estudio que se sometiera a revisión por pares, volvió a presentarse con una nueva ponencia en la reunión de la GSA 2013, reafirmando sus argumentos anteriores. Además, expuso un fósil extraño encontrado por él y su equipo en una nueva expedición al Berlin–Ichthyosaur State Park. El fósil de forma extraña lo comparó con un pico de calamar de Humboldt, asegurando que se trata de los restos de un pico y una pluma erosionados del kraken triásico, pero de nuevo, McMenamin fue destrozado por la crítica. Para una muestra, esto escribió Prothero en su artículo "Krakens y chiflados... otra vez", por si pensaban que todo era cordial:

 En primer lugar, la pluma y el pico son demasiado pequeños para haber pertenecido a un animal del tamaño que, según McMenamin, hizo las obras de arte en los esqueletos de ictiosaurios. Su fotografía del “pico” es completamente inútil. Los picos de los cefalópodos no se fosilizan fácilmente ya que están hechos únicamente de quitina, material orgánico, sin calcificación, por lo que rara vez se conservan. Dada la demostrable incompetencia de McMenamin en otras áreas, no me sorprendería que el “pico” que mostró resultara ser una gran concreción o un fragmento de otra cosa. No se parece en nada al pico de un calamar real.

Pero incluso si estos especímenes fueran prueba de que realmente existió un gran “kraken”, ¡no hay absolutamente ninguna evidencia que vincule a los dos! Dado que la disposición es natural y, en primer lugar, no necesita ninguna explicación extraña, no tenemos ninguna razón para postular que algún organismo los haya dispuesto, y mucho menos dar un acto de fe sin ninguna evidencia de que algún calamar grande haya hecho el trabajo. 

Comparado con las especies que sí conocemos, el "kraken triásico" no suena menos inverosímil que los calamares de 91 m de largo que B. Heuvelmans, uno de los padres de la criptozoología, deseaba encontrar. Imagen de Tyler Greenfield.

 Otro punto importante que anota Prothero, y también el paleontólogo Tyler Greenfield en su revisión más reciente, es que McMenamin está ignorando un enorme fondo de conocimiento en tafonomía y paleontología de vertebrados, así como en etología y taxonomía de cefalópodos. En primer lugar, elabora un hombre de paja al refutar una supuesta crítica en la que las vértebras de ictiosaurio habrían sido acomodadas por fuertes corrientes, cuando la crítica auténtica señaló que es común que las vértebras de un animal marino muerto terminen cayendo al fondo después que los tejidos que las mantienen unidas terminan descomponiéndose o devoradas (de hecho, se sabe cómo quedan las vértebras de ictiosaurio porque hay varios ejemplos); en segundo lugar, el S. popularis "del tamaño de una ballena, con sus enormes y fuertes mandíbulas y dientes como los de un cachalote, no habría sido presa de ningún calamar grande de cuerpo blando, por grande que fuera; si acaso ambos coexistieran. Una vez más, McMenamin demuestra ser lamentablemente ignorante de los hechos relevantes", sentencia Prothero; en tercer lugar, según Greenfield, "la longitud conjetural de McMenamin de 30 metros para el kraken entra en conflicto con los tamaños de cefalópodos tanto extintos como existentes. Los coleoides del Triásico eran todos pequeños (longitud total <1 m) y los primeros grandes no aparecieron hasta el Cretácico". Este paleontólogo también nos recuerda que el ejemplar más grande del actual calamar gigante es de 15.66 m, muy por debajo de la mítica bestia de McMenamin. El tamaño de los cefalópodos prehistóricos grandes, como Tusoteuthis o Enchoteuthis, ambos del Cretácico, también se alejan bastante de esas fantásticas estimaciones; los pulpos actuales, como mencioné, sí acomodan los restos de sus presas, pero no se sabe de ninguno que haga figuras intencionalmente, sino que arrinconan o esparcen huesos, espinas y conchas; por último, en 2022 fueron encontradas vértebras de ictiosaurios en Suiza en un orden bastante similar a las de Nevada descubiertas por McMenamin. La diferencia fue que los autores del nuevo descubrimiento concluyeron que la tafonomía de los fósiles es consistente con lo que se esperaría encontrar de un cuerpo que acabó descomponiéndose en el fondo marino. McMenamin nunca ha respondido a estas críticas.

Ya en 2011, Prothero reflexionaba sobre el modus operandi de este tipo de científicos "marginales" que rosan el sensacionalismo y la charlatanería:

En mis 35 años asistiendo a reuniones profesionales, todos hemos aprendido a tomar resúmenes con cautela, porque sabemos que algunos no están a la altura y otros son sólo excusas para conseguir financiación para asistir y no representan más que “Lo que hice con mis vacaciones de verano”.
La nueva evidencia de McMenamin. Igual de impresionante que las anteriores.

Apenas este año, McMenamin ha vuelto a publicar un artículo donde defiende un presunto nuevo hallazgo en favor del "kraken triásico", entre otras cosas mediáticamente irrelevantes para este caso. Considerando todo su historial, lo inverosímil de su propuesta, todo el fondo de conocimiento que prefiere ignorar, y su evasiva a responder las objeciones principales a su hipótesis, es esperable que este nuevo paper no sorprenda a los paleontólogos, pero tal vez alimente nuevamente el sensacionalismo de los medios masivos y las redes sociales, así como sirva para actualizar las páginas de criptozoología.

Véase más: "Octopus Garden in the Shale?" y "Krakens and Crackpots—Again", por Donald Prothero, en SkepticBlog; "The Triassic kraken revisited", por Tyler Greenfield, en Incertae Sedis; "Mark McMenamin", en la Encyclopedia of American Loons.

3. Troodon formosus. Dejando de lado a los invertebrados, es hora de entrar con los dinosaurios. Ya lo he contado antes, cuando era niño yo tenía todo lo que se pudiera encontrar sobre dinosaurios (en el tianguis), incluyendo un bello libro llamado Atlas visual de los dinosaurios (1992) escrito por William Lindsay. El libro me lo leía y mostraba mi papá, memorizando cada página y cada nombre de dinosaurio que aparecía. También teníamos varios documentales sobre dinosaurios en VHS que comprábamos en el popular tianguis de "El baratillo", y entre los nombres de dinosaurios que recuerdo del Atlas y de varios de esos documentales, se encontraba el Troodon formosus, como uno de los más populares. 

Entre los documentales, recuerdo uno que nunca le puse suficiente atención porque estaba en inglés (y aún no sabía leer, como para seguir los subtítulos), así que solo miraba las animaciones y las exposiciones de fósiles que mostraban; en una parte, salía una clase de extraterrestre verde, cabezón y ojón junto a un dinosaurio, algo que evidentemente no comprendí a qué venía en un documental de dinosaurios. Sería hasta años después que me enteraría que se trataba de la futurológica  representación del "dinosauroide", una hipótesis pseudocientífica que "predecía" el desarrollo evolutivo de dinosaurios con gran cerebro, como Troodon, y exponía cómo se habrían visto si no se hubiesen extinguido. Una fantasía propia de Discovery Channel, pues. Fantasía y todo, el Troodon siempre ocupó un lugar especial entre todos esos dinosaurios que memoricé de niño, por lo que comprenderán el impacto que para mí significó enterarme que no es una especie ni género válido de dinosaurios.

Con ustedes, Troodon formosus. Sí, solo tenemos este dibujo.

Troodon formosus habría sido descrito por primera vez en 1856 por el legendario paleontólogo Joseph Leidy. El primer problema, fue que el holotipo (el ejemplar usado para su descripción como especie) se componía de un diente el cual, por cierto, acabó perdido, lo que debió causar que se le considerara un nomen dubium, es decir, una especie dudosa, dado que es imposible determinar si un espécimen entra en tal grupo o no. Otra alternativa era encontrar un neotipo, un nuevo ejemplar que sirviera para sustituir al holotipo perdido. Lo curioso es que no ocurrió ni uno ni lo otro desde su descripción hasta bien entrado el siglo XXI. Se siguió usando el nombre de Troodon formosus como una especie y géneros válidos, aunque con curiosas controversias taxonómicas. 

Leidy habría descrito a su ejemplar como una lagartija. En 1901, el también legendario paleontólogo Barón Franz Nopcsa, lo reclasificaría dentro del cajón de sastre Megalosauridae, introduciendo así a Troodon como un terópodo. Tiempo después, se volvió a clasificar a Troodon como un dinosaurio, pero de la familia Pachycephalosauridae, la cual sería también conocida como Troodontidae. Para 1945, Charles M. Sternberg (adivinaron, otro legendario paleontólogo) devolvió a Troodon a los terópodos y re-definió la familia Pachycephalosauridae. Esta historia se volvería aún más caótica, pero encontraría su final hacia la segunda década del presente siglo. En 2017, primero, se encontraría con que los dientes atribuidos a Troodon formosus son indistinguibles de Stenonychosaurus inequalis (descrito también por Stenrberg), y dado que"existe un troodóntido conocido a partir de restos esqueléticos que sí lo distinguen como especie válida, el dientecillo dudoso debería perder su nombre y ser sinonimizado con el del dinosaurio bien conocido", explica Díaz Sibaja en otro de sus videos, despejando todas las dudas. En segundo lugar, especialmente después del descubrimiento y descripción de Latenivenatrix mcmasterae, por parte de Aaron J. van der ReestPhilip J. Currie, paleontólogos que, además, compararon los dientes de su nuevo hallazgo con el de S. inequalis, encontrando con que ambos eran indistinguibles. 

Una bella escultura de L. mcmasterae.

Así, lo que originalmente se identificó como Troodon formosus (el diente actualmente perdido) podría tratarse de un restro de S. inequalis o de L. mcmasterae, o de cualquier otra especie que pueda ser identificada después que presente similitud con el diente. Troodon se convierte, en palabras de Díaz Sibaja, en un "dinosaurio fantasma". Ni su género ni su especie puede diferenciarse de los dos ya mencionados, por lo tanto, igual que el dragón de garaje, un Troodon indistinguible es equivalente a un Troodon inexistente.

Por estas razones, seguir hablando de Troodon formosus como especie paleontológica es hablar de un paleocríptido tal cual lo definí al principio de la entrada. Eso incluye trabajos de divulgación científica que pueden confundir al público con representaciones de un Troodon gigante o algo equivalente a éste, como el caso de Récords y curiosidades de los dinosaurios terópodos y otros dinosauromorfos (2016), de los artistas gráficos Rubén Molina-Pérez y Asier Larramendi. Algunos trabajos académicos también continúan refiriendo a Troodon, aunque parece tratarse más de una cuestión práctica (es más fácil y "popular" escribir Troodon que Stenonychosaurus Latenivenatrix).

Imagen del libro de Molina-Pérez y Larramendi, expuesta por Molina-Pérez.

Para Díaz Sibaja, tal como me comentó, el asunto está claro:

Es como si ahorita nombráramos una especie basada en dientes de cánido y que fuera "indistinguible", por ejemplo, coyote y lobo (en un caso muy hipotético, porque sí se pueden distinguir). Yo tengo al Canis nahualensis [solo sus dientes], pero el nahual no es distinguible de dientes de lobo ni dientes de coyote. Puede ser uno, puede ser el otro, por "efectos nomenclaturales" caería en un vacío total, porque no hay cráneo de nahual, pata de nahual, mano de nahual, colita de nahual... nada, pues.

Véase más: "¿Qué le pasó a Troodon? ¿Muere un icónico dinosaurio?", por Roberto Díaz Sibaja, en Palaeos; "Troodon formosus", en la Wikipedia en inglés.

2. Nanotyrannus. Tal vez Troodon formosus sea popular, pero está lejos de serlo en igualdad a casi cualquier tiranosáurido que haya aparecido en documentales. Pero los documentales, para variar, puede que nos hayan engañado con un tiranosáurido (como si no hubiéramos tenido suficiente con las mentiras sobre sirenas, dragones y megalodones): el Nanotyrannus lancensis. Creo que pocas veces me ha tocado mirar la desesperación de paleontólogos profesionales, como aquellas en las que se han llegado a promocionar a Nanotyrannus como especie y género válidos. Buena parte de esa desesperación se la deben a la serie-documental Mundo Jurásico (Jurassic Fight Club) del entonces The History Channel del 2008, en concreto el segundo capítulo de la primera temporada, titulado "El cazador del T-rex"; y el documental "Dinosaurios: Lucha a muerte", transmitido en National Geographic Channel en 2015.

Nanotyrannus en la serie de History. Visto en retrospectiva, Mundo Jurásico envejeció tan mal, que sus dinosaurios me recuerdan a las animaciones de Play Station 1.

Tyrannosaurus rex es, sin duda, el dinosaurio más famoso de todos, y también el más querido, no solo por el público general; podría apostar que también por la comunidad científica, al ser uno de los dinosaurios más estudiados, no hay noticia sobre algún descubrimiento relacionado a T. Rex que no se vuelva viral entre el público y objeto de controversia científica entre los paleontólogos. Quizás es por eso que Nanotyrannus (que habría existido hace entre 68 a 66 millones de años) se volvió tan interesante, especialmente en las últimas décadas, al tratarse de un posible competidor de T. Rex, incluso representando una amenaza a la existencia de los juveniles del mentado lagarto rey tirano, o eso nos daba a entender Mundo Jurásico. Otra variable de relevancia quizás sea toda la controversia que ha levantado, especialmente impulsada mediáticamente por algunos paleontólogos de renombre. 

Nanotyrannus fue "descubierto" en 1942 por el legendario paleontólogo (sí, otro más) David Dunkle (el nombre del género Dunkleosteus es en su honor, ¿ya ven que sí es legendario?), y descrito por otra leyenda, Charles W. Gilmore, quien inicialmente lo identificaría como un Gorgosaurus en un primer artículo de 1946, en un contexto de varias controversias relacionadas con la clasificación de los tiranosáuridos. Ya para 1965, el paleontólogo ruso A. K. Rozhdestvensky había conjeturado que este tiranosáurido pigmeo podía ser un espécimen juvenil de T. Rex, aunque en 1988 los paleontólogos estadounidenses Robert T. Bakker, Philip J. Currie y Michael Williams redescribieron el ejemplar de Gilmore (un cráneo conocido como CMNH 7541, siglas en inglés del  Museo de Historia Natural de Cleveland) como Nanotyrannus lancensis, asegurando que existían suficientes diferencias entre éste y T. Rex, empezando por evidencias que supuestamente demostraban que era un ejemplar adulto. Esto último fue refutado por Thomas D. Carr, en 1999, al compararlo con Albertosaurus libratus, llegando a la conclusión que el presunto Nanotyrannus era un juvenil. Bakker y Currie serían de los principales defensores de la validez de esta especie a través de los años, basándose en diferencias anatómicas comparadas con T. Rex (número de dientes, el largo de los brazos, fusión de los huesos del cráneo, etc.), alegando también que era imposible que una especie pudiera cambiar tanto en su desarrollo.

Figura comparativa del paper de Bakker, Currie y Williams, 1988.

La importancia en establecer si CMNH 7541 era o no un juvenil, como se podrá inferir, deriva del hecho que, si resultaba serlo podía significar que se podría tratar solo de una versión "adolescente" de T. Rex en lugar de una nueva especie (lo que no dejaría de ser de interés científico, aunque tal vez bajaría su fama en los medios). Encontrar un ejemplar que mostrara pruebas inequívocas de haber sido un adulto, y que por tanto sería distinto de su pariente más grande con características completamente diferentes, habría zanjado el debate en favor de Bakker y otros defensores de Nanotyrannus como especie válida. 

Pero esto nunca ocurrió. De hecho, "utilizando un extenso conjunto de datos empíricos, [Thomas] Carr y [Thomas] Williamson sinonimizaron formalmente Nanotyrannus en Tyrannosaurus en 2004", justo como aseguran Holly Woodward y colaboradores en el apartado de "Implicaciones paleoecológicas" de su artículo de 2020 para Science Advances que, por si acaso, no deja espacio a dudas sobre cuál es el lugar de Nanotyrannus: "El crecimiento del Tyrannosaurus rex: La osteohistología refuta al pigmeo "Nanotyrannus" y apoya la división ontogenética de nichos en el Tyrannosaurus juvenil". Como si hiciera falta más, en el mismo 2020, Thomas Carr publicó un examen intensivo de 44 individuos diferentes de T. rex y analizó las etapas de crecimiento de la especie, encontrando que el T. rex adolescente es indistinguible de Nanotyrannus.

Modelo artístico de los "dinosaurios en duelo"/ "Bloody Mary", aunque toda la evidencia indica que éstos no murieron peleando.

Documentales como el de NatGeo hacen referencia al espectacular fósil conocido como "Bloody Mary", conformado de esqueletos casi completos de un ceratópsido adulto (con partes de piel fosilizada) y el presunto Nanotyrannus. Se decía que este fósil mostraba claras evidencias de un combate a muerte entre ambos animales (de ahí el nombre del documental), así como pruebas en favor de su validez como especie. Descubierto en 2006 por Clyton Phipps (conocido mediáticamente como "Dino Hunter") en sus tierras de Montana (justo en parte de la famosa Formación Hell Creek), y desde el inicio, el hallazgo estuvo envuelto en escándalos y controversias legales y económicas. Al ser propiedad de privados, los también conocidos fósiles de "los dinosaurios en duelo" no estaban a disposición para su estudio. Solo un pequeño grupo de expertos, entre ellos Bakker y Peter Larson, lograron mirar (que no analizar) de cerca el fósil durante la realización del documental de NatGeo. Pero su estudio científico fue imposible durante décadas. Al fin, en 2020, luego de años de batallas legales, Bloody Mary fue comprado por el Museo de Ciencias Naturales de Carolina del Norte, aunque a estas alturas, el debate ha quedado prácticamente cerrado, el consenso claramente apunta a que Nanotyrannus es sinónomo de T. Rex juvenil, y es muy improbable que este fósil aporte algún elemento realmente nuevo. Así, los documentales que apelaban a Bloody Mary pueden mirarse como actos de propaganda, ya que este ejemplar nunca fue parte de ningún análisis detallado para incluirlo dentro del debate científico (que es completamente diferente del debate mediático).

Actualmente, el mercado de fósiles sigue distinguiendo entre T. Rex y Nanotyrannus, y aunque aún puede que haya algún paleontólogo apostando por Bloody Mary, todo apunta a que Nanotyrannus, como otros tiranosáuridos descubiertos o descritos hacia la misma época, forma partes de los "Troodones de los Tyranosáuridos", nunca mejor dicho por Roberto Díaz Sibaja. 

Mientras escribo esta entrada, me entero que un supuesto preprint a la espera de ser revisado por pares aportará nueva evidencia en favor de la validez de Nanotyrannus. No pude encontrar ningún enlace, aunque se dice que está o estará disponible en bioRxiv. De cualquier modo, un preprint no sirve aún como evidencia y, considerando que la mayoría de éstos no superan la revisión por pares, no apostaría nada por el momento, por más que me haya fascinado Nanotyrannus en mi adolescencia. 

Véase más: "Growing up Tyrannosaurus rex: Osteohistology refutes the pygmy “Nanotyrannus” and supports ontogenetic niche partitioning in juvenile Tyrannosaurus", por Holly N. Woodward et. al., en Science Advances; "¿Existe realmente Nanotyrannus? (Su historia y debate)", por Roberto Díaz Sibaja, en Palaeos

1. Los tres Tyrannosaurus. Los paleocríptidos derivados o relacionados al T. Rex no son pocos. Hace apenas un año (más o menos al mismo tiempo que pensé por primera vez en definir lo que es un "paleocríptido") muchos de los amantes de los dinosaurios perdimos la cabeza por una noticia publicada por primera vez en The New York Times: un estudio a punto de publicarse sugeriría que los restos reconocidos como T. Rex, en realidad, pertenecerían a tres especies distintas. El artículo saldría un mes después de la nota del New York Times (TNYT), en la revista Evolutionary Biology, con un título que cumplía la promesa de explotarnos la cabeza: "El rey, la reina y el emperador de los lagartos tiranos: Múltiples líneas de evidencia morfológica y estratigráfica apoyan una evolución sutil y una probable especiación dentro del género norteamericano Tyrannosaurus", por el paleoartista Gregory S. Paul, el paleontólogo W. Scott Persons IV y la geóloga y matemática Jay Van Raalte.

"Sue", uno de los ejemplares más famosos de T. Rex, ¿será acaso un T. Imperator en realidad?

El género Tyrannosaurus tradicionalmente consta de una única especie, T. Rex. Estos autores, basados en evidencias taxonómicas y anatómicas, y en argumentos darwinianos (esto se dice fácil pero, en conjunto, Díaz Sibaja enumera 37 de argumentos expuestos por Paul y colaboradores), postularon que el género realmente tendría tres especies: T. Rex, T. Regina y T. Imperator. El Tyrannosaurus Imperator sería la especie más antigua de la que habrían descendido Tyrannosaurus Regina y Tyrannosaurus Rex. El género Tyrannosaurus habría existido durante los últimos 2.5 a 3.6 millones de años a finales del Cretácico tardío, aproximadamente entre hace 69 a 66 millones de años. Paul y colaboradores identifican a T. Imperator por poseer un fémur más robusto, tener dos dientes extras al frente del dentario, características encontradas en los ejemplares de T. Rex más antiguos. Esta "versión" robusta de especímenes es la única que se presenta entre los más antiguos estudiados, lo que indicaría una especiación sutil en un lapso de uno a un par de millones de años, algo similar a lo que se observa en otros géneros dinosaurios de la época, como ceratópsidos, paquicefalosaurios y edmontosaurios. 

Al contrario de T. Imperator, T. Regina se identifica por un conjunto de ejemplares más "recientes" y (con fémur) gráciles que habrían compartido nicho con una especie robusta, T. Rex. Los autores son lo bastante cautelosos como para mostrar mayor incertidumbre con la validez de T. Regina, conjeturando con que, quizás, éste y T. Rex serían una misma especie presentando dimorfismo sexual (con el grácil T. Regina como el macho y el robusto T. Rex como la hembra). Así, la propuesta parece consistente con lo que se sabe de especiación de otros dinosaurios, puede ser sometida a contrastación, y muestra cierta humildad por parte de sus autores, exponiendo un máximo de tres especies distintas pero reconociendo que poseen evidencias y argumentos mejor sustentados, al menos, para identificar dos.

La hipótesis de los tres Tyrannosaurus parece haber encantado a buena parte del fandom de los dinosaurios, pero fue tomada con mucho escepticismo por la comunidad científica, incluso antes que el paper se publicado. Hay que señalar que Gregory Paul es un paleoartista e investigador independiente que ya antes había publicado hipótesis similares sobre Brachiosaurus e Iguanodon (según la nota del TNYT, el primero con mejor aceptación que el segundo en la comunidad científica), por lo que su nuevo estudio pudo no haber sorprendido a más de un paleontólogo.

"The Tyrannosaurus Sp: T. rex, imperator and regina", dibujo de "Galaxoica" en DevianArt.

El artículo en The New York Times ya recogía algunas de las voces escépticas, como el ya citado paleontólogo Thomas Carr, quien "comparó sus conclusiones [de Paul et. al.] con un enorme análisis del Tiranosaurio rex que realizó en 2020, que incluía todos los especímenes de tiranosaurio existentes" (enlace del original) sin encontrar ninguna correlación significativa entre sus datos y los de Paul y colaboradores (algo similar a lo que observa Díaz Sibaja en un análisis "friki" para su video sobre el tema). Dicho de otro modo, la hipótesis no parece ir en concordancia con el amplio fondo de conocimiento que se tiene del "rey de los dinosaurios". TNYT también informa de la decisión de Philip Currie de retirar su nombre del paper:

"Creo que el documento es grande en el sentido de que muestra que los cambios morfológicos se estaban produciendo en el Tyrannosaurus durante los años que existió", escribió Currie en un correo electrónico. "Soy bastante conservador, así que mi preferencia era no participar directamente en la creación de más especies".

El caso, hasta ahora, ha enterrado luego de que apareció un artículo en julio de 2022, cuando varios especialistas en T. Rex, incluido Thomas Carr así como al célebre Steve Brusatte, entre otros, revisaron cada uno de los argumentos de Paul y colaboradores, con el poco sugestivo título de "Evidencia insuficiente para múltiples especies de tiranosaurio en el último Cretácico de América del Norte", en la misma Evolutionary Biology. Y por si el título no era lo bastante contundente, la primer conclusión lo repite con otras palabras: "Paul y col. ( 2022 ) no han proporcionado evidencia suficiente para respaldar la hipótesis de que T. rex puede dividirse en tres taxones." Carr y colaboradores revisan toda la evidencia ofrecida para los tres Tyrannosaurus, así como los argumentos basados en la evolución de géneros ornitisquios. También cuestionaron que prácticamente la mitad de los ejemplares analizados son propiedad privada, por lo que, al no encontrarse en "fideicomisos públicos es muy problemático porque sus resultados no son replicables a menos que se transgreda la ética de la paleontología de vertebrados y, en algunos casos, como cuando los especímenes desaparecen en una colección privada, no se encuentran en absoluto." La prueba basada en la medición del fémur para distinguir entre especies, está a su vez basada "en una muestra comparativa inadecuada y es demostrablemente falsa". La vaguedad en el diagnóstico así como la enorme incertidumbre en la identificación de los ejemplares (30 de estos son inciertos y sólo 23 están asignados a una de las tres especies, lo que se reduce a 13 si se eliminan los ejemplares inaccesibles de privados), fueron también puntos centrales en la crítica.

"Stan", uno de los ejemplares utilizados en el análisis de Paul y colaboradores, identificado como T. Regina, actualmente se trata de un ejemplar propiedad privada.

Esta crítica a Paul y colaboradores, hasta donde busqué, no ha recibido una respuesta formal que defienda al menos la validez de T. Imperator. El tiempo ha pasado, y hace más de un año que Carr y colaboradores demolieron la hipótesis de los tres Tyrannosaurus. ¿Esto descarta completamente la posibilidad de que, los restos que hoy identificamos como T. Rex puedan pertenecer a más de una especie? Desde luego que no. 

Para el filósofo de la paleontología Leonard Finkelman, la verdadera controversia estaba clara, según la nota en TNYT:

A fin de cuentas, Paul y su equipo se están aprovechando del hecho de que la conceptualización de especies en la paleontología de dinosaurios se reduce a adivinanzas arbitrarias... Finkelman afirma que, hasta que los paleontólogos de dinosaurios establezcan un estándar congruente para las diferencias anatómicas mínimas que se requieren para nombrar una especie nueva, seguirán surgiendo polémicas como esta.

Por otro lado, las propuestas provocadoras pueden tener cierto valor por sí solas, indicó Finkelman. A veces, una idea que, en un inicio, parecía tener fundamentos insuficientes puede ratificarse con hallazgos futuros. Y cuando este no es el caso, estas ideas igual estimulan a los investigadores a revisar labores pasadas a la luz de nuevas ideas, el cual es uno de los medios para el avance de la ciencia.

“Ya sea que esto implique una contribución visible o no, obligar a los científicos a reexaminar datos antiguos siempre será un ejercicio útil”, concluyó Finkelman.

Pues eso, de vuelta al problema biofilosófico de definir las especies. Un problema en el que T. Rex ya ha sido utilizado con anterioridad a modo de ejemplo. Pero esa ya es otra historia.

Véase más: "Insufficient Evidence for Multiple Species of Tyrannosaurus in the Latest Cretaceous of North America: A Comment on “The Tyrant Lizard King, Queen and Emperor: Multiple Lines of Morphological and Stratigraphic Evidence Support Subtle Evolution and Probable Speciation Within the North American Genus Tyrannosaurus”", por Thomas D. Carr et. al., en Evolutionary Biology; "¿Dividir al Tiranosaurio rex en tres especies? A algunos paleontólogos no les gusta la idea", por Asher Elbein, en The New York Times en español; "¿Hay TRES ESPECIES de Tyrannosaurus? - Todo sobre la nueva propuesta" y "Resumen de los argumentos y evidencia a favor y en contra de múltiples especies de Tyrannosaurus en la zona TT", por Roberto Díaz Sibaja, en Palaeos.

Como se puede notar, un paleocríptido puede derivarse de hipótesis que nunca han gozado de apoyo ni consenso por parte de los especialistas en el área ("kraken triásico"); de especies hoy consideradas inválidas o sinónimos de otras (como Troodon formosus y Nanotyrannus lancensis); de errores de identificación, pseudofósiles o criaturas que nunca existieron (como Dinocochlea ingens); o hipótesis originales que actualmente no poseen evidencia convincente a su favor, pero que incluso se consideran como el tipo de cosas que se podría esperar encontrar en la naturaleza (como el reconocimiento de tres Tyrannosaurus en lugar de solo uno).

Mi propuesta de definición asume que, para reconocer a un paleocríptido como tal, 1) exista consenso científico en considerarlo una especie paleontológica no válida, 2) exista al menos alguien de relevancia (mediática, no necesariamente científica, lo que bien puede entenderse también como grupos con un número relevante de irrelevantes para la paleontología) que, a pesar de la insuficiencia de pruebas o incluso de pruebas en contra ya presentadas, continúe sosteniendo la validez de la especie recurriendo a argumentos estilo hipótesis ad hoc, apelaciones a la autoridad, a la ignorancia o a la popularidad. Visto de este modo, quedarían excluidos fraudes paleontológicos como Mongolarachne chaoyangensis o las curiosas "piedras falaces de Marrakech" que Stephen Jay Gould se topó, y que nos platica de éstas en el ensayo del mismo nombre. Otros fraudes, como Archaeoraptor , el gigante de Cardiff o el infame "hombre de Piltdown", tampoco los podríamos considerar como paleocríptidos (nadie, después de descubrirse el fraude, los defendió formalmente), aunque sí puede decirse que éstos habrían impulsado una desconfianza hacia la ciencia (especialmente la biología evolutiva) que sería mercadeada hasta hoy, por creacionistas y otros negacionistas de la ciencia.

Homo gardarensis era un vikingo con acromegalia, no una especie humana nueva.

Con casos como el hombre de Piltdown o el gigante de Cardiff, es imposible no preguntarse si no habrá algún subconjunto de "paleoantropocríptidos" o especies no válidas del género Homo que sean defendidas a contra corriente. Creo que hay al menos el ejemplo de una criatura así: el Homo gardarensis, nombre que se le dio inicialmente a una gran mandíbula y un fragmento de cráneo encontrados en Groenlandia en un acentamiento nórdico del siglo XII. Las páginas de fans de los monstruos siguen hablando de una "especie en disputa de humano medieval", cuando no hay nadie en paleoantropología o arqueología que esté "disputando" nada desde 1931; de hecho, existen razones para pensar que, dado el contexto, la creación de Homo gardarensis tuvo motivaciones ideológicas (nacionalistas), algo similar a cómo se creó y aceptó en su momento el "hallazgo" del hombre de Piltdown. Algunos tal vez podrían pensar en los presuntos "híbridos" entre humanos y otros seres, desde cruzas con otros primates (como el hijo de Zana, una hembra de Almasty o "pie grande ruso" que procreó con un humano, o los míticos soldados hombres-mono soviéticos), o los restos que se aseguran son híbridos extraterrestres, como el Startchild  o las hoy famosas "momias tridáctilas" de Nasca. Estos casos, a lo mucho, contarían como críptidos "ordinarios", dado que ninguno ha sido propuesto como una especie nueva ni se basa en restos paleoantropológicos, sino que serían aún restos arqueológicos tergiversados e incluso mutilados. Y para críptidos, como Zana y los hombres-mono soviéticos, ya tenemos toda una pseudociencia que pretende estudiarlos, la hominología.

Hasta aquí, mi definición de "paleocríptido" podría ser útil para clasificar estos casos como ejemplos de actitudes irracionales o dogmáticas que ciertos sectores (científicos incluso) adoptan cuando se ven comprometidos ideológica o comercialmente hablando. Su promoción por parte de medios masivos e influencers que pretendan venderse como de "divulgación paleontológica" sería un buen indicador para el diagnóstico de la calidad de su divulgación. Dime cuántos paleocríptidos defiendes o adoptas y te diré cuán mala divulgación haces.


Un punto que, por ahora dejaré abierto, es si hipótesis descartadas sobre la apariencia de ciertas criaturas prehistóricas (especialmente dinosaurios) contarían también como paleocríptidos. Es bien sabido entre los paleontólogos que las reconstrucciones del paleoarte deben mirarse como hipótesis científicas, lo que significa que se trata de propuestas acordes con el conocimiento del momento, pero que podría cambiar conforme se realizan nuevos descubrimientos o se revisan críticamente las hipótesis hasta entonces dominantes. Estos cambios se han vuelto obvios en los dinosaurios en dos casos: las plumas  y las versiones actualizadas de los dinosaurios de Jurassic Park. Aunque la imagen del dinosaurio como una lagartija enorme, torpe, completamente verde y sin plumas, es parte del imaginario popular (reproducido en series, películas, videojuegos y libros infantiles de "divulgación"), la realidad es que esta es una imagen abandonada por los paleontólogos hace más de dos décadas.

Quizás la especie que causa mayor confusión a los amantes de los dinosaurios no especializados, sea el Spinosaurus aegyptiacus, un viejo querido desde Jurassic Park 3 (y mi dinosaurio favorito desde que era niño). Y es que la imagen de Spinosaurus se ha adaptado a nueva evidencia, tanto paleontológica como de anatomía comparada y biomecánica, la cual indica hasta ahora que este falso némesis de T. Rex habría sido un enorme piscívoro bípedo y vadeador, que comúnmente no entraría en conflicto con otros depredadores con los que sí convivió, como Carcharodontosaurus saharicus. Sin embargo, persisten amantes de los dinosaurios y paleoartistas que intentan retratar a Spinosaurus como cuadrúpedo o como alguna otra de las reconstrucciones descartadas hoy en día. Incluso se llegó hablar del descubrimiento de huevos de Spinosaurus con embriones visibles dentro, que acabaron siendo identificados como pseudofósiles

Tal vez, este tipo de casos cuenten (ya que se deja de ver al animal real que hay detrás de la especie paleontológica, para mirarlo como el monstruo que más agrada al "divulgador" de mala calidad o dinofan en turno). Tal vez, y solo tal vez, mi definición entonces se tendría que replantear por una menos restrictiva. 

Seguiré trabajando en el asunto...

*Agradezco al Dr. Roberto Díaz Sibaja, quien revisó parte de este escrito y me dio la oportunidad de intercambiar algunas ideas sobre el concepto de "paleocríptido" que aquí propongo.

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