Si les soy sincero, tenía planeado publicar
este artículo dentro de una semana más, pero qué mejor momento para dar a la
luz una reflexión personal sobre el ateísmo que en la semana atea.
Desde que tenía 15 años (ahora tengo 20) me
declaré abiertamente ateo. De hecho, no recuerdo haberme declarado católico en
ningún momento; no digo que no creyera en dios antes, sino que no le tomaba
importancia a la religión a tal grado que no tengo recuerdos de cuando decía
que era católico (eso porque, supongo, no levantaba controversia ni hacían
gestos aquellos que me preguntaban). Como sea, lo cierto es que ya tengo un
tiempo razonando este asunto de la religión y la existencia (o inexistencia) de
un dios personal, y por más que trato de comenzar desde cero, la verdad es que
me resulta absurdo pertenecer a una
religión solo porque “me lo inculcaron”.
Sin duda alguna me parece una abominación el
fanatismo y el fundamentalismo religioso, me considero un defensor del estado
laico, denunciante de tonterías como el creacionismo o la intromisión de
instituciones religiosas en la política o la educación, además de estar en
contra del adoctrinamiento de niños y la difusión de las creencias religiosas
por ser promotoras de la irracionalidad y el dogmatismo.
No creo en ninguna religión, no creo que
exista ningún dios, soy intolerante con la intolerancia a la libertad tanto de
credo como de pensamiento, me gusta refutar los argumentos a favor de la
existencia de dioses, ángeles o demonios, y considero que la ciencia demuestra
que la idea de un dios creador o diseñador del universo es simplemente una idea
innecesaria. Sí, soy ateo, y un militante. Soy ateo a mucho orgullo, pero no
“por gusto”. ¿Por qué? ¿A qué me refiero con que no me gusta ser ateo?
No piensen mal, no estoy renegando de mis
“no-creencias” ni mucho menos empezaré a creer en un dios personal indiferente
y lógicamente contradictorio. No empezaré a decir, como dirían antiguos ex-ateos como Antony Flew, que “las evidencias me han llevado a Dios”. Seguiré considerándome
ateo por no creer en la posibilidad de un dios y por considerar dicha idea
contradictoria, irracional e innecesaria.
De lo que reniego es de esa etiqueta social
que se conoce como “ateo”. Una etiqueta que en la sociedad se mira casi tan mal
como las etiquetas de “materialista”, “comunista”, “anarquista” o “marxista”.
Cuando mis amigos me presentan con otras personas, una de las primeras cosas
que destacan de mi es que soy ateo, y lo hacen muchas veces con la intención de
empezar a debatir.
Otra cosa de la que no me gusta la etiqueta
“ateo”, es que incluso aquellos que se autodenominan ateos miran al ateísmo
como un movimiento homogéneo, en el que todos somos del mismo pensamiento,
compartimos las mismas cosas y los mismos gustos (por ejemplo, muchos piensas
que ser metalero ya es sinónimo de ser ateo, o viceversa, siendo que el Metal
no es “mi fuerte”).
Bajo la etiqueta “ateo”, los racionalistas
críticos extremos piensan que el ateo que crea en ovnis o en medicinas
alternativas no es un verdadero ateo, sino un pseudoateo. Para los “ateos” que
creen en ovnis o en medicinas alternativas, no creer en ovnis o en medicinas
alternativas no es ser un buen ateo.
Bajo la etiqueta “ateo”, los anticatólicos y anticlericales
extremistas piensan que querer quemar una iglesia, usar la Biblia como papel de
baño o acusar al papa de pedófilo es ser un buen ateo, a la vez que mientras
que los que piensan (pensamos) que quemar iglesias no es más que un acto de
vandalismo tonto, que la Biblia es un libro que debe mirarse con una
perspectiva tolerante de escepticismo y pensamiento crítico, y que acusar al
papa de pedófilo no tiene sustento (pero sí tiene sustento acusar de cómplice y
encubrir casos de pederastas) no son “verdaderos ateos”.
Bajo la etiqueta “ateo” se quiere mirar un
montón de cosas: el género, la ideología política, la forma de vida, el nivel
de conocimientos, lo que debes y lo que no debes atacar, la intolerancia hacia
las religiones o hacia los religiosos (esta última es simplemente estúpida).
En fin, esto es por lo que no me gusta ser
“ateo”:
No me gusta que las personas piensen que soy
diferente a ellos, como si tuviera una moral distinta, o un comportamiento diferente o como si
tratara de iniciar la segunda revolución comunista, solo porque saben que soy
“ateo”.
No me gusta que algunos que se proclaman,
igual que yo, “ateos” piensen que nos gustan las mismas cosas y que pensamos de
la misma forma, como si el ateísmo fuera una especie de religión dogmática que
nos dice qué pensar y qué no. Muchos de esos otros ateos no comparten los
mismos gustos, hábitos, pensamientos o incluso creencias que yo tengo. En más
de una ocasión he tenido debates sobre este punto.
No me gusta ser “ateo” porque es una etiqueta
social que se mira como un grupo rezagado de la sociedad, cosa que no son las
personas que se reclaman ateas (o que por lo menos yo no soy).
Si bien, me considero un libre pensador, no me gusta que se generalice,
porque la generalización es una tontería. Muchos ateos piensan de forma
cuadrada y sesgada, y aun así no creen en dioses.
No me gusta sobre todo, que los ateos piensen
que por ser ateos son más inteligentes que las demás personas que viven
“hundidas” en la ignorancia de la religión, ni que las personas que sí tienen
una religión piensen que el ateísmo (o que yo, como ateo) es un sinónimo de
arrogancia y mentalidad cerrada. Yo no creo ser de tal manera.
Pero sobre todo, no me gusta ser ateo porque
la idea de que no hubo nadie que nos creara con un plan o un propósito, es
deprimente. Me encantaría que alguien viniera conmigo y me diera evidencias y
razonamientos (no choros y adoctrinamientos) que demostraran sin lugar a dudas
que la postura del ateísmo (que por cierto, solo es eso, una postura) está
equivocada.
Sería fabuloso que el Universo entero girara
alrededor de nosotros, que somos un “algo” aparte de los animales y de
cualquier otro tipo de vida en la Tierra. Me encantaría pensar que el mundo está siendo
soportado por elefantes que a su vez están encima del caparazón de una tortuga
(y cambiamos el tema si se les ocurre preguntarme sobre qué está la tortuga).
Estoy muy seguro que muchos “ateos” que leen
esto, también les gustaría que cosas como la trinidad, el plan de salvación o
la segunda venida de Cristo son reales (habrá quienes piensen que no, tal como Christopher Hitchens lo mostraba).
Sí, no me gusta no creer, pero qué se le va hacer. Las creencias religiosas carecen de fundamento, son irracionales y promocionan vicios culturales como el dogmatismo, la ignorancia, la discriminación y la intolerancia. Las creencias religiosas han sido utilizadas para manipular grandes masas y cometer los peores crímenes contra la humanidad y contra la naturaleza misma.
Me encantaría creer, pero la ciencia y la
lógica nos muestran que debemos dejar de lado lo que “nos gustaría que
fuera” para así empezar a ver lo “que en
realidad es”.
No me creo más inteligente, ni superior, ni
perteneciente de una elite solo por ser ateo, pero tampoco me considero un
tonto, dogmático o fundamentalista intolerante que deja de escuchar cuando lo
contradicen (y jamás he dicho que
los que son creyentes en alguna religión son así). De hecho, me caen bien las
personas que son capaces de defender sus creencias de forma respetuosa y
racional.
Así que en resumen, no me gusta ser “ateo”,
pero lo soy. ¡Soy ateo, y a mucha honra!
SI TE INTERESA ESTE TEMA
*¿Por qué no soy un verdadero ateo?
Ensayo de Robert Todd Carroll.