Antes de que
usted decida retirarse, persignándose y acusándome en su mente de hereje tan
solo por tan provocativo título, le pido que cuente hasta diez y escuche mi
propuesta. Ahora que se ha relajado, pongámonos claros en este asunto.
Desde tiempos
inmemorables, los “intelectuales” han separado la cultura humana con todas sus
riquezas en dos grandes bloques que son hoy conocidos como las dos culturas1. Estas son las ciencias por un lado (y
por ciencias no entran aquellas que llamamos ciencias sociales, pero sí tienen
cabida las ciencias naturales, la tecnología y la técnica) y las humanidades
por el otro (comprendiendo por estas a la filosofía, las artes, la política y
las ciencias sociales). Ya con el mismo concepto nos refiere que las ciencias
no pueden ser “humanas” o “humanistas”, y que las humanidades no pueden ser
“científicas” (en el sentido de cientificidad que tienen la física o la astronomía).
¿Qué hay de malo
con ver nuestra cultura de este modo? En primer lugar, esta es una visión falsa
e inadecuada de la cultura; en segundo lugar, al ser una falsa visión de la
cultura tiene implicaciones obviamente falsas sobre las manifestaciones
culturales y su relación en tanto manifestaciones humanas. Expliquemos estos
puntos. La noción de las dos culturas es falsa porque no puede haber ciencia
sin humanidad, y es indiscutible que no se puede imaginar, hoy por hoy,
humanidad sin la ciencia. Es falso que la ciencia o la tecnología deshumanicen
al ser humano, sino todo lo contrario pues
hasta donde sabemos, no existe otro ser vivo en el universo que sea capaz de crear
conocimiento científico y aplicarlo para producir herramientas con un fin
pragmático específico. La ciencia es una de las variadas características de lo
que nos hace humanos. La ciencia también es cultura humana y humanista. Y
llamarse humanista ignorando la ciencia es, basado en esto, un acto de
irresponsabilidad intelectual.
Hace un siglo,
quien ignoraba La Iliada era tildado
de ignorante o inculto. Hoy lo es, con igual justicia, quien ignora los
conceptos básicos de la física, la biología, la química, la economía o las
ciencias formales. Y con mucha razón, porque estas disciplinas nos ayudan mucho
mejor que Homero a desenvolvernos en la vida moderna; y no solo son más útiles,
sino que son también intelectualmente más ricas2. Y es aquí donde
entramos en conflicto, pues a menudo muchos “humanistas” sienten ofendido su
orgullo por un aparente desprecio
hacia todo aquello que se llama filosofía, literatura, arte… en fin, una ofensa
al orgullo de “las humanidades”. Hasta cierto punto tienen justa razón para
sentir esto, pues muchas veces discursos del tipo “anti-humanismo” son usados
efectivamente para menospreciar todo aquello que no entre en lo que se conoce
como “el método científico”.
Los “humanistas” heridos lanzan su ofensiva
asegurando que la ciencia solo es un
constructo social relativo al
contexto histórico y la ubicación geográfica. Algunos, como en un momento lo
hizo el showman que se autonombraba
filósofo, Paul Feyerabend, buscando una ciencia más “artística” o más humana,
llegaron asegurar que “en ciencia todo vale” y que la validez de esta es igual
que la de la religión o el mito. Los “científicos” contestan a estas
afirmaciones asegurando que estas carecen de contenido real, que son solo
palabrería, bonita retórica que demuestra que “las humanidades” han muerto o
que no tienen nada que aportar a la sociedad tal como la ciencia lo hace en la
actualidad. Así tanto “humanistas” como “científicos” se arrojan grandes trozos
de heces fecales menospreciándose unos a otros.
Si un filósofo,
un sociólogo o un poeta hablan algo sobre la ciencia, se dice que solo abusa de
términos científicos que ni siquiera entiende (y en algunos casos sucede así
realmente). En cambio si un biólogo, un físico o un astrónomo habla sobre las
implicaciones filosóficas o culturales de alguna teoría, se le acusa de
reduccionista (y también en veces ocurre que es verdad), de ignorante de
humanidades, de positivista o de cientificista.
En fin, se le acusa de hereje por meterse en un campo que presumiblemente ignora. Entre los partidarios principales de ambos
bandos se cuentan algunas de las mentes más brillantes que conocemos3.
Si bien, es cierto que las humanidades no pueden ser disciplinas confiables
ignorando por completo a la ciencia (y viceversa, conocimiento científico no
está completo sin una comprensión humanista), es provocativo e insultante las
etiquetas que desde estas se lanzan a la ciencia: reduccionista, positivista y,
la peor, cientificista. Estos peyorativos no solo se utilizan para satanizar la
ciencia, sino que también la confunden con tecnologías y teorías
político-económicas con visión de progreso industrial y enriquecimiento privado
(a saber, el neoliberalismo). Se asegura que la ciencia es la fuerza que oprime
a la sociedad, que es “una verdad relativa”, un “relato” entre muchos. Desde
luego que los ataques del mismo estilo lanzados desde la postura “científica”
merecen igual espacio para la reflexión y el análisis crítico, pero en este
momento concentrémonos en las acusaciones de reduccionista, positivista y
cientificista.
Siempre que se
critica alguna propuesta del tipo religiosa, filosófica, política, económica o
sociológica desde un pensamiento crítico sustentado en la ciencia, por más
válidos argumentos que la crítica pueda tener y por más hechos en los que se
sustente para decir que el discurso atacado es contradictorio o no se ajusta a
la realidad, lo cierto es que nunca falta el que salga gritando ¡reduccionista!
¡positivista! ¡cientificista! Este fenómeno (si es que se me permita llamarlo
así) ocurre sin importar la ideología o postura política que se tenga. Desde la
derecha se acusa a la ciencia de promover un ateísmo que atenta contra la moral
y los valores de la sociedad tradicional; desde la izquierda, se afirma que el
imperialismo científico solo existe para “explotar al hombre por el hombre”, para
crear armas de destrucción masiva, para contaminar o para envenenar a la prole con alimentos transgénicos y demás
cosas sintéticas4.
Además de la
innegable carga emocional de este tipo de retórica, la ignorancia científica y
las falacias cometidas, es casi una norma el que en discursos como estos se
tache de reduccionista, positivista o cientificista al criticado, como si esto
fuera equivalente a decir ¡bruja! ¡hereje! o cosa parecida. Se usan (o mejor
dicho, se abusa de) estos conceptos como si fueran sinónimos y como si la
visión científica pudiera reducirse a los mismos. Es el sello que indica que
críticas basadas en la ciencia no tienen cabida en las llamadas “humanidades”.
¿Pero qué tan honesto y correcto es usar este tipo de acusaciones básicamente
estigmatizantes?
Cuando hablamos de reduccionismo, a menudo se
suele referir a esa idea de que los fenómenos sociales pueden explicarse y reducirse a fenómenos biológicos o, mejor
dicho, físicos, de modo que solo bastaría con la biología o más aun, con la
física para explicar cosas como la creatividad, la socialización, los
sentimientos, la oferta y la demanda o las creencias religiosas. Esto es
claramente la peor pesadilla de cualquier humanista. Pero resulta ser una
pesadilla infundada, tal como explica Gilber Ryle5 pues esta carece
de fundamento no solo por ser un temor contingente, sino que además no tiene
sentido tal contingencia. Ryle nos explica que si bien es posible que los
físicos encuentren un día respuesta a todos los problemas de la física, lo
cierto es que no todos los problemas son problemas físicos. Una analogía de
esto es comparar la física con el juego de ajedrez: un físico reduccionista entrenado
que no sabe nada de ajedrez mira algunos juegos. Después de mirar por un rato
el juego de ajedrez y prestar atención a los movimientos, el reduccionista, aun
sin que nadie le haya explicado el juego, deducirá ‘leyes’ generales del
ajedrez que siempre se cumplen. Así deduce los movimientos que pueden realizar
el peón, el alfil o la reina (junto al resto de las piezas).
El físico
reduccionista concluiría que todo el juego está regido por leyes inviolables;
desde el momento mismo en que uno toma un peón, la jugada que hará con él es
predecible en la mayoría de los casos. El curso total de lo que trágicamente
denominan “juego” ya está preordenado
sin alternativa. El juego entonces, está gobernado por una necesidad
inflexible, que no deja lugar para la inteligencia o la atención. Por tanto, el
juego de ajedrez es reductible. Desde luego, una conclusión así no sería en lo
más mínimo científica ni se ajustaría con la realidad en el juego de ajedrez.
Un jugador experimentado se reiría de una conclusión semejante, diciéndonos
que, si bien es predecible que al mover un alfil este se detendrá en un
casillero del mismo color gracias a las “leyes físicas del ajedrez”, de estas
no es deducible si el alfil se moverá en un momento u otro durante el
juego. Existe en el juego un amplio
campo para que se ponga de manifiesto la inteligencia o la estupidez para
pensar y elegir. Nada de esto es reductible a las “leyes”. Las reglas son
inalterables pero las partidas no son uniformes.6
Desde luego, con
esta analogía no se busca sugerir que las leyes físicas son similares a las
reglas de juego de ajedrez, sino que se busca dejar en claro que no hay
contradicción en decir que uno y el mismo proceso, se acomoda a dos principios
de distinta clase y que ninguno de ellos es reductible al otro. De modo que no
solo un reduccionismo físico total sería un sinsentido, sino que, de igual
manera, un reduccionismo sociológico o cultural es igualmente un sinsentido.
Esto tampoco significa que no existe un nivel de reducción en la ciencia, sino
que la pesadilla de los humanistas en la que sus disciplinas amadas se explican
por leyes físicas es falsa, y entonces, la acusación ante algunas teorías y
propuestas hechas desde la ciencia de ser reduccionistas ingenuas, no tienen
sentido. Tampoco puede usarse dicho término como un sinónimo de cientificista,
aunque tal vez sí de positivista, como veremos más adelante.
El reduccionismo científico real busca entender
los fenómenos por medio de las explicaciones más simples y elegantes. Este es
un punto que desde las ciencias naturales se tiene bien presente, pues una
explicación reduccionista ingenua no puede ser una explicación científica. Sin
embargo, es igual de errado suponer que las ciencias naturales no tienen nada
que aportar al entendimiento de los fenómenos sociales y psicológicos. Ambos
puntos extremos son pseudocientíficos y pseudointelectuales, además de ser por demás
ingenuos.
Por otro lado,
el concepto de positivismo suele tratarse con más ambigüedad y confusión. En la
historia, el positivismo fue una de las primeras propuestas contemporáneas que
consideran a la ciencia como base para la reflexión filosófica, propuesto en el
siglo XIX por Auguste Comte, quien se le considera el primer filósofo de la
ciencia en sentido moderno7. Comte buscaba suprimir los sinsentidos
de la metafísica, exaltando el valor único de la ciencia como productora de
conocimiento y única guía para la filosofía y la vida8, sin embargo
su propuesta se desvío hacia una doctrina religiosa solipsista. Aunque para el
siglo XX el positivismo propuesto por Comte estaba muerto, surgió a finales de
la década de 1920 el Círculo de Viena, una agrupación de filósofos que buscaban
formar una nueva epistemología, denominada por ellos como empirismo lógico, pero pasando a la historia con el injusto nombre
de positivismo lógico. Ya desde
entonces, el tachar alguien de positivista o de “neopositivista” ya era una
etiqueta que te identificaba como un reduccionista que prestaba más atención al
análisis lógico del lenguaje que a la actividad filosófica y científica del
mundo real.
El empirismo
lógico marca el punto de partida de la filosofía de la ciencia como disciplina
académica, y es incuestionable su valor histórico y filosófico. El desarrollo
posterior de la filosofía de la ciencia se estructura en mayor o menor medida
en comentarios y críticas ante las tesis defendidas o atacadas desde el Círculo
de Viena. Sin embargo, el empirismo lógico defendía una serie de afirmaciones
como únicas características para que un enunciado o una teoría pudiera
calificarse de científica o de tener
sentido. La teoría o enunciado analizado, se decía, tiene sentido si y solo
si existe un procedimiento experimental que lo verifique. De no ser así, es
metafísica y no ciencia, y por tanto no tiene sentido. Enunciados que no
cumplían con lo anterior eran pseudoenunciados que no hacían otra cosa más que
causar pseudoproblemas filosóficos. Esto limita tanto a la ciencia como a la
epistemología al ver como únicas formas viables de tener enunciados y teorías
con sentido, solo mediante el verificacionismo, el inductivismo y el
reduccionismo conceptual9. Tesis que desde las críticas de Popper,
Hempel, Kuhn, Lakatos, Moulines y Bunge (entre otros) sabemos que no se
sostienen y acaban en una contradicción. El enunciado “existe el mundo más allá
de nuestra propia mente”, un enunciado que se acepta como válido para poder
hacer investigación científica, se dice desde el empirismo lógico que es un
sinsentido ya que no existe manera de demostrar de forma absoluta dicha
afirmación. También decir que el principio de verificabilidad es el único
criterio de validez científica no puede ser verificado, por tanto es un
sinsentido, y por tanto, el empirismo lógico acaba por ser autoaniquilante.
Esto hizo que la corriente que todos llaman positivismo lógico muriera más o
menos a finales de la Segunda Guerra Mundial.
A pesar de que
el reduccionismo total carece de sustento científico y que el positivismo
lógico murió hace más de medio siglo, de nada ha servido que esto sea aclarado
una y otra vez, pues una y otra vez las descalificaciones de reduccionistas y
positivistas siguen apareciendo, pero ahora con el único fin de descalificar
más que señalar que alguna propuesta pertenezca a alguna doctrina o postura que
obedezca a dichos conceptos. Ya que en la historia se le recuerda a estas ideas
como fracasos intelectuales, cuando alguna propuesta hecha desde la ciencia se
hace para complementar alguna idea o teoría en antropología, sociología o
filosofía, se le descalifica de positivista o reduccionista de forma ambigua,
con el único fin de asegurar de forma implícita que dicha propuesta no sería
más que un fracaso intelectual como los de Comte y Carnap. Eso aquí y en China
se llama retórica tramposa, una muestra de arrogancia y prejuicio. Pero la
ambigüedad y el prejuicio no paran aquí.
En los últimos
tiempos, cuando un científico parece presentar una teoría con implicaciones
sociales, o se asegura que desde la ciencia se puede explicar los por qué filosóficos10 o el debe ser de la moral11, se
asegura, sin análisis previo por lo regular, que ésta será una propuesta
cientificista. ¿Pero qué es el cientifismo? Si tratamos de sacar la definición
de quienes abusan de este concepto, “el
cientificismo es cualquier cosa menos claro”. El cientificismo, en un
sentido fuerte, es la postura que asegura que solo las afirmaciones científicas
tienen sentido, sin embargo, esta afirmación no es un enunciado científico y
por tanto, carece de sentido.12 El cientificismo fuerte es pues,
igual que el empirismo lógico, autoaniquilante. Esta concepción parece haber
sido formulada por Ludwig Wittgenstein en su Tractatus Logico-Philosophicus (1922) cuando afirma que “la totalidad de las proposiciones
verdaderas es el conjunto de las ciencias naturales…”; según se cuenta,
Wittgenstein repudió tiempo más tarde esta conclusión.13
Desde esta
perspectiva, cualquiera que diga que esto no es una tontería estaría negando
algo evidente. Pero este no es más que una forma de interpretar el
cientificismo. El uso peyorativo de cientificismo tan negativo usado por
“humanistas”, se ha venido lanzando ahora desde las filas de la pseudociencia y
la anticiencia. Investigadores del fenómeno ovni, parapsicólogos, defensores
del creacionismo del diseño inteligente, psicoanalistas, sociólogos
posmodernistas y gurúes de la new age,
acusan a todos aquellos que no comparten sus retorcidas formas de ver la
realidad de cientificistas, causando mayor confusión aun. El cientificismo
ahora se mira más como una palabra para asustar que como una etiqueta para
cualquier doctrina coherente14.
Debido a la
ambigüedad del cientificismo como peyorativo, algunos autores como el
historiador de la ciencia y columnista de Scientific
American Magazine, Michael Shermer, se vieron en la necesidad de hacer una
definición coherente de este concepto en un sentido débil o moderado. En esta
se asegura que la ciencia, si bien no es perfecta ni una verdad última y
revelada, es la mejor fuente conocimiento, la mejor herramienta para explicar
el mundo natural y social. “El
cientificismo es una visión científica del mundo que abarca las explicaciones
naturales para todos los fenómenos, evita las especulaciones sobrenaturales y
paranormales, y abraza el empirismo y la razón como los dos pilares para una
filosofía de la vida adecuada para la Era de la Ciencia” asegura Shermer.15
|
De Izquierda a Derecha: Michael Shermer, Sam Harris, Stephen Hawking, Steven Pinker, Richard Dawkins y Mario Bunge.
Cada uno de estos grandes pensadores se han declarado, implícita o explícitamente, cientificistas.
A pesar de esto, es posible distinguir un "nivel" de cientificismo en cada uno, pues mientras unos
consideran a la ciencia como única vía del conocimiento (Hawking y Dawkins), otros consideran que disciplinas no
científicas como la filosofía y las humanidades también juegan un papel importante en la comprensión del cosmos, la vida,
el ser humano y su historia. (Pinker y Bunge). Algunos otros consideran que problemáticas que hasta ahora han estado
relegadas a la filosofía, como la moral, pueden en realidad ser objetos de estudio científico (Shermer y Harris).
El cientificismo, sin embargo, ha sido criticado en todos sus niveles. Uno de sus principales críticos es el filósofo Massimo Pigliucci. |
Es a este punto
al que he querido llegar a lo largo de esta brevísima revisión de la denuncia
infundada y ambigua, el punto en el que se define el cientificismo, no como un
calificativo negativo que muestra ignorancia y arrogancia, sino como una
postura. Para una definición más completa, defendible y que se ajusta con la
auténtica visión de los científicos con intereses filosóficos y de los
filósofos que buscan filosofar científicamente, Steven Pinker en su artículo
“La ciencia no es su enemiga”, publicado en agosto de 2013 en New Republic nos dice que “el
cientificismo… no es la creencia de que los miembros del gremio profesional
llamado ‘ciencia’ son particularmente sabios o nobles. Por el contrario, las
prácticas de definición de la ciencia, como el debate abierto, la revisión por
pares, y los métodos de doble ciego, se han diseñado expresamente para eludir
los errores y pecados a los que los científicos, siendo humanos, son
vulnerables. El cientificismo no significa que todas las hipótesis científicas
actuales son verdaderas; la mayoría de las nuevas no lo son, ya que el ciclo de
la conjetura y la refutación es el elemento vital de la ciencia. No es una
unidad imperialista para ocupar las humanidades; la promesa de la ciencia es
enriquecer y diversificar los instrumentos intelectuales de la erudición humanista,
no destruirlos. Y no es el dogma de que lo físico es lo único que existe. Los
propios científicos están inmersos en el medio etéreo de la información,
incluyendo las verdades de las matemáticas, la lógica de sus teorías, y los
valores que guían su empresa. En esta concepción, la ciencia va de la mano con
la filosofía, la razón y el humanismo de la Ilustración. Se distingue por el
compromiso explícito de dos ideales16, y son éstos los que el
cientificismo pretende exportar al resto de la vida intelectual.”17
Este punto es,
en mi opinión, lo más importante, la aceptación de que la cultura no se compone
de ciencias “Y” humanidades, sino
que cultura solo hay una. La cultura que une las humanidades con la ciencia, a
saber, la cultura científica es lo que mejor nos puede ayudar no solo a
entender el mundo que nos rodea, sino a expresar nuestros sentimientos, anhelos
y decisiones sobre este. Es además esencial para una correcta educación, además
de ayudarnos a definir lo claro de lo oscuro. En la sociedad, la ignorancia, el
oscurantismo, la superstición y la pseudociencia que se venden como verdades
reveladas, representan una amenaza en variados grados. La cultura científica,
la postura cientificista moderada, es la mejor herramienta para defendernos del
ataque de la irracionalidad. La ciencia es vital para entender a la
sociedad. Nadie ha expresado mejor este
punto que el astrónomo y gran divulgador científico, Carl Sagan, quien escribe:
“Hemos preparado una civilización global
en la que los elementos cruciales dependen
profundamente de la ciencia y la tecnología. También hemos dispuesto las cosas
de modo que casi nadie entienda la ciencia y la tecnología. Eso es una garantía
de desastre. Podríamos seguir así una temporada pero, antes o después, esta
mezcla de combustible de ignorancia y poder nos explotará en la cara…Me
preocupa, especialmente… que la pseudociencia y la superstición se hagan más
tentadoras de año en año, el canto de sirena más sonoro y atractivo de la
insensatez. ¿Dónde hemos oído eso antes? Siempre que afloraron los prejuicios
étnicos o nacionales, en tiempos de escasez, cuando se desafía a la autoestima
o vigor nacional, cuando sufrimos por nuestro insignificante papel y
significado cósmico o cuando hierve el fanatismo a nuestro alrededor, los
hábitos de pensamiento familiares de épocas antiguas toman el control. La llama
de la vela parpadea. Tiembla su pequeña fuente de luz. Aumenta la oscuridad.
Los demonios empiezan agitarse.”18
*Por Daniel Galarza Santiago.
Departamento de
Filosofía, CUCSH, U de G. Estudiante de licenciatura en Filosofía.
*Referencias
1.
Término Tomado de la Conferencia de CP Snow, Las dos culturas y la revolución científica (La Conferencia Rede, 1959), Cambridge University Press, Nueva York, 1961.
2. Cfr.
Bunge, Mario; “Filosofar científicamente y encarar la ciencia filosóficamente”
(Facultad de Filosofía y Letras, Buenos Aires, 1957), en La Ciencia, su Método y su Filosofía, Siglo Veinte Editores,
México, 1991.
“Los supuestos positivistas dieron fundamentos epistemológicos para el
darwinismo social y las nociones pop evolutivas del progreso, así como para el
racismo científico y el imperialismo. Estas tendencias se unieron en la
eugenesia, la doctrina de que el bienestar humano se podría mejorar y
eventualmente perfeccionar a través de la cría selectiva de los
"aptos" y la esterilización o la eliminación de los "no
aptos". ... Cada colegial sabe lo que sucedió después: la catástrofe del
siglo XX. Dos guerras mundiales, la masacre sistemática de inocentes a una
escala sin precedentes, la proliferación de armas de destrucción inimaginable,
guerras en la periferia del imperio - todos estos acontecimientos
involucraron, en distintos grados, la aplicación de la investigación científica
a la tecnología avanzada.”
La segunda “crítica” a la ciencia que muestra
Pinker como acusación paradigmática por parte de la derecha política viene del
extracto de un discurso del 2007 de Leon Kass, asesor de bioética de George W.
Bush, dice:
“Las ideas y los descubrimientos científicos sobre la naturaleza
viviente y el hombre, perfectamente bienvenidos e inofensivos en sí mismos,
están siendo reclutados para luchar en contra de nuestras enseñanzas religiosas
y morales tradicionales, e incluso nuestra autocomprensión como criaturas con libertad
y dignidad. Una fe cuasi-religiosa ha surgido entre nosotros -déjenme llamarla
"cientificismo desalmado"- que cree que nuestra nueva biología,
la eliminación de todos los misterios, puede dar una explicación completa de la
vida humana, dando explicaciones puramente científicas del pensamiento humano,
el amor, la creatividad, el juicio moral, e incluso por qué creemos en Dios.
... No se equivoquen. Las apuestas en este concurso son altas: la cuestión
radica en la salud moral y espiritual de nuestra nación, la
vitalidad continuada de la ciencia, y nuestra propia autocomprensión como
seres humanos y como hijos de Occidente.”
Jackson Lear respondió a Pinker acusándolo de
deshonestidad intelectual al sacar su cita fuera de contexto. Pinker, al
parecer, acepta el reclamo al añadir al final de su artículo original la
réplica de Jackson Lear.
5. Ryle, Gilbert; El Concepto de lo Mental, Paidos, Buenos Aires, 1967.
6. Cfr. Ibid. Pág. 68-69.
8. “Comte,
Auguste”, Doce Mil Grandes, Los Mil
Grandes de la Filosofía y la Religión (Tomo 8), Promexa, México, 1982.
9. Cfr.
Moulines, C. Ulises; El Desarrollo Moderno
de la Filosofía de la Ciencia (1890-2000), UNAM, Instituto de
Investigaciones Filosóficas, México, 2011.
10. El
astrofísico y divulgador científico, Lawrence Krauss afirma, tanto en su obra Un Universo desde la Nada (Pasado &
Presente, 2012) como en un debate sostenido con el filósofo Julian Baggini (http://www.theguardian.com/science/2012/sep/09/science-philosophy-debate-julian-baggini-lawrence-krauss),
que los “por qué” hechos desde los
albores de la filosofía (como el clásico ¿Por
qué hay algo en vez de nada?), no tienen sentido y pueden traducirse al “cómo” (¿Cómo llegó a existir algo en vez de nada?), pregunta que la
ciencia se ocupa de resolver.
11. El
licenciado en filosofía y doctor en neurociencias, Sam Harris, lleva desde hace
un tiempo proponiendo una teoría moral basada en la ciencia que aunque en
principio habló de ésta en The End of
Faith, dio a conocer abiertamente en su propuesta extendida en su más
reciente obra The Moral Landscape
(Free Press, 2010). Harris asegura que los valores morales objetivos existen,
pero que estos no se basan en la idea de un Dios personal ni en ninguna
religión sino en el conocimiento científico y en lo que éste nos aporta sobre
el mal o el bien que podemos causar a terceros, incluido el medio ambiente. Su
teoría ha sido duramente criticada por sus colegas como Massimo Piggliucci: http://rationallyspeaking.blogspot.mx/2010/04/about-sam-harris-claim-that-science-can.html.
13. Ibid.
18.
Sagan, Carl; El Mundo y Sus Demonios, Planeta,
México, 2002.