domingo, 18 de junio de 2023

¿Queda algo por aprender de Feyerabend?

 Reseña de Tratado contra el método, de Paul Feyerabend

"Y mi tesis es que el anarquismo estimula el progreso cualquiera que sea el sentido en que se tome este término. Incluso una ciencia basada en la ley y el orden, sólo tendrá éxito si permite que se den pasos anarquistas ocasionales." (Cursivas del original).

Como en todo campo de investigación, en filosofía de la ciencia se cuenta con distintos tipos de publicaciones que sirven para la propuesta, el análisis o el debate de ideas. Existen los ensayos académicos, los artículos indexados, los diálogos, o los libros que mezclan por igual divulgación y erudición... y también hay panfletos. Así como en política, aunque con menor frecuencia (por fortuna), no es imposible encontrarnos con panfletos en filosofía de la ciencia. Un panfleto no necesariamente tiene que ser menos serio o relevante que un artículo indexado con 10 páginas de referencias bibliográficas. Piense en El manifiesto comunista (1847) de Karl Marx y Friedrich Engels, para un patriota quizás le venga a la mente los Sentimientos de la nación (1813) de Morelos y Pavón, o Por qué no soy cristiano (1927) de Bertrand Russell para los ateos.

Los panfletos no solo presentan argumentos o análisis de algún evento, fenómeno o hecho, sino que apelan a la crítica tanto racional como emotiva, en contra de algo que generalmente es "la norma" en un tiempo determinado, sea la explotación de la clase trabajadora, la sumisión a un reino lejano o la hegemonía de verdades sagradas. Los panfletos buscan que quienes los lean cambien su visión sobre "la norma". Esto en el activismo político o social es "la norma" (sí, irónico), pero en filosofía de la ciencia era algo extraño hasta 1975, año en que Paul Feyerabend publicó su Tratado contra el método, un panfleto por el que sería conocido como "el peor enemigo de la ciencia". 

Desde que estudiaba la carrera, sabía que Feyerabend era un showman tachado incluso de pseudoepistemólogo, un anticientífico abuelo de los discursos posmodernos contra el conocimiento científico. Cuando lo leí en aquellos años, estaba completamente de acuerdo con esta visión que, dicho sea de paso, no solo es la visión dominante entre quienes trabajan desde el enfoque de la filosofía científica, sino también entre quienes proponen una visión científica del mundo (o cientificismo), como es dentro del movimiento escéptico. Incluso publiqué uno de mis trabajos escolares en el difunto sitio web de Filosofía en la Red, titulado "Cómo defender a la ciencia (y a la sociedad) contra Paul Feyerabend" (parafraseando una de las ponencias más célebres de este autor), donde era contundente:

Lo único que podemos concluir es que Feyerabend era más un showman, no un filósofo. Sus ácidas conferencias y ensayos eran solo provocaciones que por desgracia ayudaron a germinar el virus del relativismo cultural y la anticiencia. Tal vez Feyerabend no deseaba esto último, pero la manera en la que se ocupó de hacer “su filosofía” no podía más que dar como resultado el prestigio que da la academia para cubrir de seriedad cualquier estafa pseudocientífica, por más vulgar que fuera. Tal vez Feyerabend no lo quería, pero dados sus halagos a la acupuntura y la telepatía, y sus felicitaciones al creacionismo y al lysenkoísmo por obstaculizar la ciencia auténtica, me es imposible mirar en Feyerabend a una figura que pueda tomarse en serio o que deba seguirse estudiando.

Sin embargo, el mes pasado volví a leer a Feyerabend (en parte por morbo, en parte para armar el último capítulo de mi tesis... sí, aún la estoy escribiendo), y aunque aún sostengo que este "dadaísta" epistemológico  (como dice que prefería identificarse) es un showman, debo admitir que ya no creo que sea imposible mirarlo como "una figura que pueda tomarse en serio o que deba seguirse estudiando". Incluso aquellos que lo menosprecian preguntando seriamente por qué a alguien le debería importar ya me parecen bastante ingenuos, por decir lo menos. Quizás son los años (entre más viejo más parece ser que me interesa la autocrítica de "mi bando" que continuar en la militancia); tal vez es el hecho de reconsiderar por qué no solo hay filósofos, sino también científicos que valoran o elogian a Feyerabend, como son los casos del biólogo Ernst Mayr, el historiador de la ciencia Pierre Thuillier, el divulgador Martín Bonfil Olivera o el físico y edutuber Javier Santaolalla (con despropósitos como este video); a lo mejor es que las lecciones de pensadores que admiro, como la de Antonio Diéguez Lucena me ayudaron a valorar nuevamente el anarquismo epistemológico (algo similar a lo que me pasó al revalorar a Parménides o a Platón).

Ciertamente, desde hace tiempo que pienso que leerse a Feyerabend puede servir de base para estudiar algunos puntos que damos por hecho sobre la naturaleza de la ciencia, pero que no siempre tenemos las ideas lo bastante claras como para defenderlos con éxito. Ejemplo de ello es el fascinante debate sobre la autoridad científica derivado de la "defensa" de Feyerabend de la astrología, la pseudociencia más clásica del manualito escéptico. No voy a elogiarlo, pues su lectura mal entendida sí que puede servir de apología de las mayores tonterías anticientíficas, pero creo que Feyerabend merece que se le recuerde como él mismo especifica que debe recordarse su obra, como algo que no puede tomarse en serio.

El Tratado contra el método inicia con una aclaración fundamental, pues se trata de una obra incompleta: es una premisa que debía ser respondida en un libro posterior que escribiría su amigo, el epistemólogo Imre Lakatos. Feyerabend defendía una postura pensada desde un inicio como un escalón a superar, no la meta a la cual llegar. También diferenciaba su propuesto anarquismo (o dadaísmo) epistemológico del relativismo cultural o del irracionalismo, puesto que el anarquista reconoce que la ciencia progresa, pero no lo hace como lo consideran aquellos que defienden un criterio racional para diferenciar a la ciencia de otros campos del conocimiento y la experiencia humana. El método científico, nos dice Feyerabend, es un cuento de hadas creado por los defensores de la ciencia, que no refleja lo que la ciencia es y cómo evoluciona.

Dicho de otra forma, Feyerabend critica las posturas de los defensores de la ciencia que la consideran especial por razones insuficientes o contrarias a la historia de la ciencia, no a la ciencia en sí, la cual le reconoce que es importante (lo suficiente como para escribir un debate sobre su naturaleza). Esta diferencia es importante, porque así podemos ver que Feyerabend no es abiertamente un anticientífico, sino que asegura que quienes están tergiversando la ciencia son sus apologistas, especialmente los racionalistas críticos y los positivistas lógicos, quienes estrangulan el quehacer científico con criterios tan rígidos, como la falsabilidad o la verificación.

El ejemplo más usado a lo largo del libro es el de Galileo y su defensa del heliocentrismo copernicano. Aunque Feyerabend reconoce que Galileo fue un gran científico, protagonista de una revolución intelectual, también nos dice que no fue grande solo por hacer uso de un presunto método científico emergente donde realizaba observaciones y experimentos para poner a prueba las creencias de su tiempo. Galileo era además, según este anarquista, un propagandista muy bueno, buscando que élites intelectuales y políticas reconocieran la superioridad del telescopio para hacer observaciones del cielo, aún cuando había ocasiones en que las observaciones (o interpretaciones) de terceros no coincidían con las del propio Galileo. Feyerabend también explica que, en aquella época, había cierto grado de escepticismo con respecto a lo que se observaba con el telescopio, y tales reservas estaban bien fundamentadas, ya que Galileo carecía de una teoría óptica que pudiera explicar las observaciones de manera coherente. No se sabía si todo lo que se observa con los telescopios era tal cual lo que existía allá arriba, o si eran alguna clase de espejismo o ilusiones provocadas por el aparato (hoy sabemos que ni una ni la otra: en ocasiones pueden observarse fenómenos curiosos causados por la luz o por perturbaciones en al atmósfera, dependiendo de la calidad del telescopio que, dicho sea de paso, no era muy buena en la época de Galileo). Aún así, Galileo hacía uso de un arsenal de argumentos, no solamente empíricos o racionales, sino también retóricos, incluyendo hipótesis ad hoc. Para Feyerabend, si Galileo se hubiese comportado como un falsacionista o un empirista lógico, sencillamente no habría logrado lo que logró.

Este es un punto de gran importancia, teniendo en cuenta que Tratado contra el método se publicó en los tiempos en los que se estaba generando toda una crisis en la epistemología. Los filósofos de la ciencia, como los positivistas o Karl Popper y sus seguidores, pretendían entender la ciencia a partir de su "reconstrucción lógica" (lo que se llamaba la "lógica de la investigación científica"), ignorando el desarrollo histórico de la ciencia misma, concentrándose en aquellos triunfos marcados o evidentes de la ciencia, como la física clásica (de Galileo a Newton), las teorías de la relatividad o la mecánica cuántica. Feyerabend sería uno de los grandes críticos de tal enfoque porque las reconstrucciones lógicas de la ciencia, hasta entonces, ofrecían criterios que, de ser correctos, dejarían fuera de la ciencia mucho de lo que es considerado parte de ella. Esta crítica (junto a otras, como las contenidas en La estructura de las revoluciones científicas, de Thomas Kuhn) a la forma de hacer filosofía de la ciencia trascendería en todo el campo en una etapa que algunos conocen como la fase historicista

Aunque había algunas propuestas que buscaban una especie de síntesis entre las reconstrucciones lógicas y el historicismo, como los programas de investigación de Lakatos (llamado por su autor "falsacionismo sofisticado"),  para Feyerabend el asunto estaba claro: en ciencia "todo vale" y su historia lo demostraba. Contrario a la manera en que muchos defensores de la ciencia lo han interpretado, el "todo vale" se refiere a que los científicos, en su práctica diaria, no se guían por un método ya escrito en piedra, siguiendo los mismos pasos todos los días en su laboratorio:

[L]a ciencia no presenta una estructura, queriendo decir con ello que no existen unos elementos que se presenten en cada desarrollo científico, contribuyan a su éxito y no desempeñen una función similar en otros sistemas. Al tratar de resolver un problema, los científicos utilizan indistintamente un procedimiento u otro: adoptan sus métodos y modelos al problema en cuestión, en vez de considerarlos como condiciones rígidamente establecidas para cada solución. No hay una "racionalidad científica" que pueda considerarse como guía para cada investigación; pero hay normas obtenidas de experiencias anteriores, sugerencias heurísticas, concepciones del mundo, disparates metafísicos, restos y fragmentos de teorías abandonadas, y de todos ellos hará uso el científico en su investigación.

Los científicos hacen uso de cualquier herramienta que les sirva para hacer ciencia, sin importarles si tal conducta es coherente o no con los criterios demarcatorios de los filósofos de la ciencia. Para el anarquista epistemológico, el progreso de la ciencia puede venir de cualquier parte, de cualquier tradición o idea, y por eso, asegura, no deben desecharse no solo las teorías científicas que no coincidan siempre con las evidencias (de hecho, ninguna teoría científica coincidirá jamás completamente), sino que deben tenerse la misma consideración para con las tradiciones ancestrales, los mitos y las creencias marginales. En favor de los defensores de la ciencia, sí podemos asegurar que Feyerabend lleva muy lejos el "todo vale", como cuando usa de ejemplo a la (contra)revolución cultural China que fusionó el sistema de salud moderno de aquel país, en beneficio de las variadas formas de medicina tradicional china (MTC). Feyerabend incluso asegura que tendríamos mucho qué aprender de los chinos, aunque no da ni un ejemplo concreto en cómo la MTC mejoró el sistema de salud de China (sabemos desde hace mucho que la MTC no mejoró en nada a la medicina, porque la MTC no es medicina, además que su promoción actual por parte del gobierno chino ha causado graves daños a los ecosistemas mundiales). Es tremendamente fácil comprender cómo las palabras de Feyerabend podrían ser usadas por homeópatas, creacionistas, terraplanistas, psicoanalistas y demás tipos de charlatanes para defender que, quizás, algún día, la ciencia se vería beneficiada de ideas o prácticas de sus respectivos campos pseudocientíficos, más aún cuando Feyerabend concluye que el combate entre la ciencia y el mito terminó, y fue una lucha sin ganadores.

Pero Feyerabend no se olvida que lo suyo es un panfleto. Nos recuerda por aquí y por allá que lanza afirmaciones controvertidas a propósito, y que no necesariamente defiende el irracionalismo, sino que lo usa como parte de sus herramientas retóricas. Feyerabend nos dice que en ciencia se usa la propaganda y la retórica, y busca demostrar que él también puede hacerlo para hacer filosofía de la ciencia. Y en ese sentido, su tratado es exitoso, no solo porque se volvió un clásico del campo, sino por su contenido. Feyerabend no es consistente todo el tiempo, un ejemplo de ello es su afamado tratamiento de la inconmensurabilidad (la tesis que niega que sea posible comparar teorías por su contenido) que, a mi gusto, resulta más confuso que la propuesta de Kuhn. 

Al principio del Tratado, Feyerabend explica que los científicos deben intentar contrastar sus ideas (hipótesis y teorías) con otras ideas en lugar que con las experiencias (observaciones y experimentos), esto con el fin de poner en competencia las ideas, mejorarlas en lugar de descartarlas, y así, "estará dispuesto a retener teorías acerca del hombre y del cosmos que se encuentran en el Génesis, o en el Pimander, estará dispuesto a elaborarlas y a usarlas para medir el éxito de la evolución y de otras concepciones 'modernas'." O sea, no solo las ideas científicas serían comparables (conmensurables), sino que también se las puede comparar (y presuntamente nutrirse) con ideas no-científicas. Más adelante, respondiendo a uno de sus críticos, Feyerabend comenta que nunca ha dicho que dos teorías rivales cualesquiera sean incomnensurables, sino que "ciertas teorías rivales, las llamadas teorías 'universales', o teorías 'no-instanciales', si se interpretan de cierta forma, tal vez no puedan compararse con facilidad." (Cursivas del original). Las teorías de Ptolomeo y Copérnico, según continúa, no son inconmensurables y nunca ha supuesto que lo sean, aunque los defensores de la inconmensurabilidad suelen usar hasta el cansancio este ejemplo. 

De hecho, capítulos más adelante, explicando el presunto auge de la "ideología profesional de la física y la astronomía de los siglos XV y XVI" y el cómo no tenemos modo de asegurar que sea superior a la del aristotelismo, Feyerabend nos invita a admitir que en esos tiempos "se introducen nuevos juicios de valor básico y un nuevo código legal en la astronomía. No solo existen nuevas teorías, nuevos hechos y nuevos instrumentos, existe también una ideología profesional nueva" (cursiva del original), los cuales no es que hagan a la teoría copernicana superior a la ptolemaico-aristotélica en cuanto a ser menos racional o conclusiva, sino que ayuda a que las ideas copernicanas  (con mirada hacia el progreso, contra el statu quo) sean aceptadas por encima de las aristotélicas (con mirada hacia atrás, favorable al statu quo y hostil a la emergencia de las nuevas clases). Feyerabend al menos nos hace el favor de decirnos que este esquema no solo es incompleto y unilateral, "sino que su propósito es narrar un cuento de hadas que algún día podría convertirse en una explicación escolar y que es más realista y más completo que el cuento de hadas sugerido por Lakatos y su mafia." (Cursiva del original). Pero, ¿qué es precisamente lo que hizo en este "cuento de hadas"? Decirnos que comparar el aristotelismo y el heliocentrismo no es posible porque hablamos de cosas distintas, con distintos valores, hechos, instrumentos e incluso distintas presuntas "ideologías profesionales". Y un párrafo después procede nuevamente a comparar teorías:

[D]ada la situación histórica de la idea del movimiento de la Tierra en, por ejemplo, 1550 y su situación histórica en por ejemplo 1850, ¿cómo fue posible pasar desde la primera situación (S') a la segunda (S'')? ¿Qué condiciones psicológicas, históricas y metodológicas tuvieron que cumplirse para que un grupo de personas dedicado al mejoramiento del conocimiento, en particular de la astronomía, pudiera hacer moverse a la ciencia desde S' a S''? 

Aunque responde a su pregunta con que "la aparición de una nueva ideología profesional era absolutamente esencial", lo que también hace es reconocer que existen tanto condiciones "externas" (psicológicas e históricas) e "internas" (metodológicas) para que una comunidad determinada (la comunidad de astrónomos en este caso) compare y elija entre una y otra teoría, en un tiempo determinado. 

Las confusiones con la inconmensurabilidad de las teorías científicas no terminan aquí. Para Feyerabend lo que los filósofos de la ciencia deberían hacer es adoptar el "método antropológico". Mirar a la comunidad científica del mismo modo a como los antropólogos culturales miran a las tribus, no buscando imponer ninguna visión a la tribu indígena, sino comprendiendo su lenguaje, sus mitos y sus valores dentro de su propia visión del mundo y su contexto. Solo así podremos entender la verdadera naturaleza de la ciencia (énfasis en "verdadera", porque Feyerabend, junto a Popper, Kuhn y Lakatos, es de los grandes autores en los que descansa el actual "consenso" en filosofía de la ciencia de negar que la ciencia sea una búsqueda de la verdad, de verdades factuales comprendidas, comprobables, aproximadas y sistematizadas). Y parte de comprender a las comunidades científicas como tribus indígenas significaría comprender que las teorías científicas son inconmensurables porque éstas, junto a los sistemas, cosmovisiones o modos de representación, se construyen de acuerdo con ciertos principios, los cuales son universales, lo que implica que:

Suspender los principios universales significa suspender todos los hechos y todos los conceptos. Por último, digamos que un descubrimiento, o un enunciado, o una actitud, es inconmensurable con el cosmos (teoría, sistema) si suspende algunos de los principios universales. (Cursiva del original).

La consistencia lógica es algo que Feyerabend pasa por alto a propósito porque él se ocupa de "fenómenos que quedan fuera de su dominio", así que su propósito "es encontrar una terminología para describir ciertos fenómenos histórico-antropológicos complejos, que se comprenden sólo de modo imperfecto, más que definir propiedades de sistemas lógicos que estén especificadas con detalle."

Esta es la razón por la que considero al Tratado contra el método un panfleto más que un tratado auténtico, y creo que Feyerabend podría estar de acuerdo con esta valoración de su obra. No importa si partimos de problemas reales, de eventos históricos interesantes o de críticas consistentes a otras propuetas como son los enfoques falsacionistas. Estos puntos se vuelven premisas verdaderas y de gran relevancia para el campo, pero se usan como punto de partida para defender conclusiones que se encuentran desconectadas de tales premisas. Porque no, que Galileo y la comunidad científica que desciende de su obra no usen una receta universal llamada "método científico" a cada momento que hacen ciencia, no significa tampoco que cada cosa que hagan fuera de la investigación científica valga igual para validar, promover, justificar o demostrar los resultados de tales investigaciones. Pero a Feyerabend no le importa si esto es así, ya que la lógica no debe tener el papel que ha tenido para comprender esos complejos procesos relacionados a la producción de conocimiento. Lo relevante no son las conclusiones a las que llega Feyerabend, sino que las hemos leído y hemos reaccionado a lo que dice Feyerabend.

El Tratado contra el método, pues, puede mirarse como un reto intelectual para defender a la ciencia sin caer en aquellos vicios y errores que un anarquista inconsistente es capaz de identificar en las obras populares que defienden la ciencia. El uso correcto de este libro parece ser el que hace el filósofo Antonio Diéguez en sus clases, a saber, exponer las ideas del anarquismo epistemológico y observar cómo los estudiantes se rompen la cabeza para defender una visión favorable a la ciencia.

Podríamos concluir aquí y decir, junto con muchos filósofos de la ciencia que admiran a Feyerabend, que este showman no fue "el mayor enemigo de la ciencia" y definitivamente no era un anticientífico. Tal vez él no lo fue, pero su obra sirve perfectamente para los enemigos de la ciencia que son abiertamente anticientíficos, y eso también debe reclamarse. Porque para Feyerabend, al presuntamente demostrar que no existe un método especial y que la tribu científica es otra más que interpreta el mundo sin tener privilegio alguno sobre las demás, entonces, así como es deseable que un Estado esté separado de aquellas tribus (iglesias) que aseguran tener verdades reveladas, debería ser deseable que el Estado se separe también de la tribu (iglesia) de la ciencia. Y eso incluye la educación, pues Feyerabend lamenta que los padres no puedan elegir que sus hijos tengan clases de religión o de brujería, pero sí se ven obligados a estudiar física o química. Por eso es que aplaude gustoso a los creacionistas que insisten en meter los mitos de creación del Génesis en las clases de ciencias naturales. Si la ciencia no es especial y no hay modo de diferenciarla de otras prácticas, ¿por qué no deberían los estados quitarle ese privilegio social del que goza en las sociedades modernas?

Y sí, esto también es una parte del panfleto, no de una postura sostenida con honestidad intelectual (aunque sabemos que Feyerabend sí era un creyente sincero en ciertas pseudoterapias). Es la máxima consecuencia del anarquismo extendido a toda institución establecida, según cree el autor, quien confiesa su sorpresa al observar que los autores anarquistas en general no atacan la institución de la ciencia, como sí lo hacen con las instituciones políticas, económicas y religiosas. Pero no dudo ni un momento que tales ideas serían fácilmente defendidas desde una futura Casa Blanca por un reelecto presidente Donald Trump para desprestigio de instituciones de salud, de astronomía y de climatología. Es también fácil mirar lo asombrosamente parecidas que son estas ideas con las de quienes comparan prácticas de agricultura indígena con la biotecnología moderna (menospreciando y atacando a esta última), que promueven la "ciencia soberana" donde se incluye los "conocimientos tradicionales" en contra de la "ciencia neoliberal" hegemónica, mismos que logran la destrucción institucional del mundo académico para rearmarlo a su conveniencia. Obvio, Feyerabend como anarquista se opondría a estos casos, pero no podría negar que sus palabras (y su presunta legitimidad crítica de filosofía de la ciencia) contribuyeron al nacimiento y/o fortalecimiento de éstos.

Hay mucho material de relevancia en la obra de Feyerabend, como su propuesta del proceder contrainductivamente, su cuestionamiento a los principios como el de consistencia con teorías antecedentes (el fondo de conocimiento), su defensa del pluralismo metodológico, el cómo se usan las hipótesi ad hoc en ciencia (y su defensa), sus eruditas observaciones en historia de la física, su insistencia en los elementos externos (como la ideología, la retórica y la época) en el desarrollo y asentamiento del conocimiento científico, sus críticas a Popper y Lakatos, o la interesante crítica a las teorías anarquistas políticas. No puedo decir que el Tratado contra el método sea un libro aburrido. Constantemente hay sobresaltos por las radicales conclusiones a las que llega de un momento a otro, teniendo siempre la sensación que aquellos ejemplos que usa de premisas no se conectan necesariamente con éstas y a su autor no le interesa. 

Tampoco podría afirmar que sea un panfleto anticientífico, pero como ya dije, sí que se presta para "fundamentar" aquellos que sí lo son. Feyerabend defendía que podía haber distintas interpretaciones dentro de la ciencia, ¿por qué no haría propio ese presunto proceder que ha hecho que la ciencia progrese? Me divierte pensar que alguien, al entrevistar a este autor, hubiera llegado a sugerirle entonces que su propuesta sería lo más cercano a una filosofía científica más fiel a la ciencia. Ya me imagino las caras de disgusto de Feyerabend. Eso es quizás lo que queda por aprender de Paul Feyerabend: que también podemos tomarnos con humor e ironía sus ideas, sin necesidad de tergiversalo o menospreciarlo. 

Entonces, Tratado contra el método permite que lo interpretemos de varias maneras, pero las únicas sin duda erróneas son aquellas que lo sostienen con seriedad, sea para defender o atacar a la ciencia. 

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