jueves, 27 de diciembre de 2012

El lado ocultista de Newton*


Newton no fue el primero de la era de la razón; fue el último de los magos, el último de los babilonios y sumerios, la última gran mente que contempló el mundo visible e intelectual con los mismos ojos que los que empezaron a construir nuestro legado intelectual hace bastante menos de 10.000 años. Isaac Newton, hijo póstumo, nacido sin padre el día de
Navidad de 1642, fue el último niño prodigioso al que los Reyes Magos podrían rendir sincero y adecuado homenaje.” John Maynard Keynes.

“Da pena imaginar los descubrimientos que Newton podría haber hecho en matemáticas y física si su gran intelecto no se hubiera distraído con tan extravagantes especulaciones.” Martin Gardner.

 La historia de la ciencia, contrario a lo que se suele creer, está plagada de curiosas anécdotas relacionadas con lo oculto y lo extraño.

Así podemos nombrar casos antiguos como el de los pitagóricos cuyas enseñanzas combinaban las  matemáticas con un misticismo cerrado; o historias contemporáneas tal como el caso de Nikola Tesla, quien en su momento alegaba haber hecho contacto con extraterrestres a través de las entonces recién descubiertas señales de radio.

 Sin embargo, tal vez no exista historia mas extraña en la ciencia y tan interesante como la de Newton. Un ocultista hecho y derecho.

 Conocido popularmente como el brillante físico matemático que siendo joven inventó el cálculo diferencial (aún continúa la polémica con Leibniz), descubrió el teorema del binomio, introdujo las coordenadas polares, demostró que la luz blanca era una mezcla de colores, explicó el arco iris, construyó el primer telescopio de reflexión y demostró que la fuerza que hacía caer las manzanas era la misma fuerza que guía a los planetas  y provoca las mareas. Autor del libro científico más célebre de la ciencia, Phillosophiae Naturalis Principia Mathematica; Newton también fue un apasionado de la alquimia, un fundamentalista cristiano y un profeta que usaba las matemáticas y la Biblia para calcular el fin del mundo. De hecho sus obras de alquimia y profecías son mucho más voluminosas que sus obras de física.

La cara oculta de Newton

La peculiar personalidad de Newton, introvertida y ensimismada, sigue siendo un enigma. Sus contemporáneos se fijaron en su melancólico semblante. Aunque de vez en cuando sonreía, casi nunca reía. Permaneció soltero toda su vida y no sentía ni el más mínimo interés por el sexo. Murió siendo virgen.

 A Newton no le interesaban ni la música ni el arte, y en cierta ocasión describió despectivamente la poesía como “disparates ingeniosos”. Nunca hizo ejercicio, no tenía aficiones recreativas ni interés por los juegos, y estaba tan obsesionado con su trabajo que muchas veces se olvidaba de comer o comía de pie para ganar tiempo. Tenía pocos amigos, e incluso con ellos se mostraba con frecuencia pendenciero y rencoroso.

Unos cuantos psicoanalistas freudianos han considerado muy importante que su padre muriera antes de que él naciera y han sugerido que Newton fue un homosexual reprimido. Ideas imposibles de demostrar postuladas desde una teoría ya de por sí indemostrable y carente de sustento.

Newton casi nunca reconoció el mérito de otros científicos cuyos trabajos anteriores habían influido en el suyo. Siempre insistió en recibir todo el crédito por sus descubrimientos y acusó duramente al también matemático y filósofo  Leibniz (cuya metafísica despreciaba), de haberle robado su invención del cálculo.

Alquimista y profeta

Aunque otros científicos de la época, en especial Robert Boyle, se interesaron también por la alquimia, ninguno estuvo tan obsesionado por este tipo de investigación como Newton. Leyó todos los libros antiguos de alquimia que pudo encontrar, y llegó a acumular más de 150 en su biblioteca. Construyó hornos para innumerables experimentos y dejó escritas cerca de un millón de palabras sobre el tema. Se veía a sí mismo como un continuador de una tradición secreta de sabiduría oculta que se remontaba a la antigüedad más remota. Incluso sospechaba que los antiguos ya conocían la ley del cuadrado inverso.

Newton pasó años tratando de transmutar metales comunes en oro, escribió trabajos en los que el naturalismo y la magia se juntaban, y estudió tradiciones místicas antiguas. Todos estos esfuerzos por hacer descubrimientos alquímicos fueron infructuosos.

Pocos años después de la publicación de sus Principia, Newton sufrió una tremenda crisis mental que tardó un año o más en superar. Se caracterizó por graves insomnios, profunda depresión, amnesia, pérdida de capacidad mental y delirios paranoicos de persecución. En años recientes, unos cuantos estudiosos han sugerido la posibilidad de que padeciera envenenamiento con mercurio y otros metales tóxicos, causado por sus experimentos alquímicos. Otros han conjeturado que durante toda su vida fue un maniacodepresivo, con cambios de humor alternativos que le hacían pasar de la melancolía a la actividad eufórica.

Para este Newton “eufórico”, la alquimia y la física no eran sus únicas pasiones. Otra disciplina en la que destacó, aun más que algunos de los especialistas de su época, fue en la teología.

Tal y como nos narra Martin Gardner en ¿Tenían ombligo Adán y Eva?, Newton era un devoto anglicano que creía firmemente que la biblia es una revelación de Dios, aunque admitía que los textos originales habían sido muy deformados por la desaprensiva Iglesia Católica Romana. Aceptaba al pie de la letra la versión del Génesis sobre la Creación en seis días, la tentación y caída de Adán y Eva, el arca de Noé, la sangrienta redención a cargo de Jesús, su nacimiento de una virgen, la resurrección de su cuerpo y la vida eterna de nuestras almas en el cielo o en el infierno. Jamás dudó de la existencia de ángeles y demonios, y de un Satán destinado a ser arrojado a un lago de fuego el día del Juicio Final.

El obispo James Usher, erudito irlandés del siglo XVII, había determinado que la Creación tuvo lugar en el año 4004 a.C. Newton “revisó” esta fecha en la dirección equivocada, fijándola quinientos años después.

El universo de Newton era una inmensa máquina que funcionaba siguiendo leyes creadas y mantenidas por una divinidad personal pero trascendente. El espacio infinito era el “Sensoriam” de Dios, el medio del que se valía para observar y controlar el cosmos. Aunque para Kant, y otros seguidores posteriores de Newton, el universo era determinista y nunca se desviaba de sus leyes inalterables, Newton, siendo adulto mayor, estaba convencido de que, “de vez en cuando”, Dios tenía que reajustar las órbitas de los planetas para mantenerlas libres de perturbaciones provocadas por cometas y otras fuerzas.

Este concepto, que Dios tiene que manipular el universo para repararlo, fue uno de los mas atacados por su rival, Leibniz, quien le cuestionaba duramente que, si Dios es perfecto, omnipotente y omnisciente (como el propio Newton creía), ¿por qué iba a crear un universo tan defectuoso que necesitaba reparaciones perpetuas?

 Para Newton, nos cuenta Gardner, el panteísmo era algo inaceptable. Su Dios era el Dios de la biblia, a cuya imagen y semejanza fuimos creados, pero nos es tan totalmente ajeno que no podemos comprender en qué nos parecemos a Él. En lo que más se apartó Newton de la religión predominante en Inglaterra fue en su rechazo de la Trinidad. Era arriano (el arrianismo fue un precursor de lo que hoy se conoce como unitarismo), y para él Jesús era verdaderamente el divino hijo de Dios, pero ni mucho menos igual al Padre.

El trinitarismo, en opinión de Newton, era una burda herejía inventada por la Iglesia Católica en los siglos IV y V. Se guardó esta creencia para sí mismo, sabiendo perfectamente que si se llegaba a conocer sería expulsado de su colegio de Cambridge (irónicamente llamado Trinity), donde fue profesor de matemáticas durante veintiséis años. Más adelante, esta creencia habría puesto en peligro su puesto en la Real Casa de la Moneda, donde trabajó durante la última mitad de su larga vida.

Newton, así como la mayoría de sus contemporáneos (incluido el mismo Leibniz), miraba en la naturaleza, y en las matemáticas que la explicaban, la mayor prueba de una creación divina. Dios, según Newton, era el motor último del universo que se ocupaba de que fuerzas como la gravedad, tuvieran sentido.

Esta forma de pensar marcaría por completo su cosmología, en la que aseguraba que el tiempo y el espacio eran fijos, eternos e infinitos. Para su época, era imposible formular una teoría de la relatividad, sin embargo, muchos especulan en que Newton no habría tenido problemas en aceptar dicha idea si tan solo hubiera sido un contemporáneo del siglo XX.  Se cuenta que Einstein en un momento dijo “perdóname Newton”, disculpándose por la “destrucción” del universo newtoniano fijo, infinito y místicamente bello.

De forma un poco egocéntrica, aseguraba ser la única persona en poder interpretar de forma correcta las profecías contenidas en el libro del profeta Daniel, del Antiguo Testamento, y en el Apocalipsis, del Nuevo Testamento. “Habiendo tenido tanto éxito en la resolución de algunos de los acertijos del universo de Dios, dedicó su talento a intentar resolver los acertijos planteados por la Sagrada Palabra de Dios,” afirma Gardner.

Newton estaba convencido de que la biblia tenía el mensaje del juicio final. Creía que él había sido elegido por Dios para descifrar dicho mensaje apocalíptico. Creía que 1260 años después de la refundación del Sacro Imperio Romano llevada a cabo por Carlomagno (en el año 800 d.C.) el Armagedón seria una realidad en la Tierra. Es decir, el fin del mundo, de acuerdo a esto, ocurrirá en 2060.

Al igual que el movimiento sionista cristiano, creía que la segunda venida de Cristo a la Tierra tendría lugar solo cuando se instaurara nuevamente el Templo de Salomón, destruido por los babilonios miles de años atrás.

Las creencias de Newton le llevarían a escribir varios tratados sobre el tema, incluyendo una guía inédita para la interpretación profética titulada Reglas para la interpretación de las palabras y el lenguaje en la Escritura. En este manuscrito, se detallan los requisitos necesarios para lo que él considera que la correcta interpretación de la Biblia.

¿Y qué hay del 666, el número de la Bestia, según el Apocalipsis? Como los adventistas actuales, Newton creía que aún no conocemos su significado.

En otro de sus libros, titulado Observaciones sobre las profecías de Daniel y el Apocalipsis de San Juan, Newton expresó su creencia de que la profecía de la Biblia no se entendería "hasta el fin de los tiempos ", y que aún así "ninguno de los impíos entendería”. En dicho tratado asegura que “el Evangelio será predicado en todas las naciones antes de la gran tribulación, y el fin del mundo”.

Una vez estando en una edad madura, Newton cambiaría de opinión, asegurando que era una tontería utilizar la biblia para predecir el futuro. Todo lo que se podía hacer, decía, era reconocer las predicciones cumplidas después de que ocurran los hechos profetizados.

Lo cierto es que Newton decía una verdad casi innegable hoy en día en torno al fin del  mundo. Decía que este comenzaría el día en que se comenzara a levantar nuevamente el Templo de Salomón. La ubicación en donde alguna vez se erigió el legendario templo, es la misma en donde actualmente se encuentra el Domo de la Roca, uno de los santuarios más importantes del Islam. El intentar derrumbar dicho lugar sagrado para construir un templo judeocristiano incitaría la ira del mundo musulmán, causando muy probablemente la tercera guerra mundial y con esto, causando un auténtico Armagedón.

Newton fue sin lugar a dudas, el mayor genio científico que la humanidad ha conocido en toda su historia. Pero su genialidad fue utilizada en mayor medida para descifrar enigmas bíblicos, profecías apocalípticas y experimentos mágicos. Solo queda imaginar qué tantos descubrimientos y teorías hubiera sido capaz de postular, de haber prestado mayor atención a la ciencia y menos a la superstición.

*El artículo fue un ensayo que presenté en una exposición en mi clase de Seminario de Filosofía Natural de Newton.

SI TE INTERESA ESTE TEMA

*¿Tenían ombligo Adán y Eva?, de Martin Gardner, Editorial Debate.

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