Pensemos por un momento en que no ha leído el título de este artículo ni sabe quién es el hombre de la foto. ¿Listo? Bien, ahora leamos esta conclusión:
[D]urante la última década, me parece que ha habido un terrible retroceso en cuestiones constitucionales y democráticas en este país. No me refiero sólo a que las agencias reguladoras están, en general, en manos de quienes están siendo regulados. No me refiero sólo a que el control de armas está en manos de quienes están a favor de la carrera armamentista. No me refiero sólo a que la justicia social está siendo administrada por los ideólogos del privilegio. No me refiero sólo a que las agencias gubernamentales diseñadas para proteger los derechos de las personas están en manos de quienes quisieran abolir esas agencias. Y ni siquiera me refiero sólo a que existe lo que parece ser una conspiración de altos funcionarios del gobierno para subvertir la Constitución...
También se ha producido una grave erosión de la tradición de la investigación escéptica, del cuestionamiento vigoroso de los líderes gubernamentales, de la exposición pública de lo que el gobierno realmente está haciendo, en lugar de la mera pompa y retórica. Y es en este ámbito –el escrutinio escéptico, la exposición pública– donde, en mi opinión, se necesitan los mayores avances.
Leyéndolo sin el contexto y suponiendo que no supiéramos cuándo se escribió, podríamos decir que esta valoración encaja bien en el contexto actual de EEUU, Rusia o casi cualquier otro lugar que se le venga en mente en fines de 2024. Pero es la conclusión de la situación del mundo (de EEUU en relación con la URSS en particular) en 1987, ofrecida por Carl Sagan en una conferencia recuperada hace un par de años por el conocido psicólogo Steven Pinker y el abogado Harvey Silverglate para Skeptical Inquirer.
¿Por qué hablar de la "conferencia perdida" ahora?
Quizás lo primero que nos podemos preguntar es, ¿por qué debería ocupar nuestra atención una conferencia de 1987 que, obviamente, se dio en un contexto completamente distinto al de nosotros a finales del 2024, que además fue publicada por Pinker y Silverglate hace ya dos años? Además, si uno lee con atención, aunque emotivas, racionales y críticas con la política de su época, no hay nada realmente nuevo en esta conferencia que Sagan no haya dicho ya en Cosmos (1980), El efecto imprevisto (1991), El mundo y sus demonios (1997) o Miles de millones (1997). De hecho, podría afirmar que ensayos icónicos, como "La carga del escepticismo", "La bomba del fin del mundo" o el capítulo "¿Quién habla en nombre de la Tierra?" de su icónica serie, apuntan a un mensaje similar que cala aún más hondo en los lectores y televidentes, respectivamente. Y si a eso le sumamos que el prólogo y las notas a pie de página de Pinker y Silverglate parecen más enfocadas en mostrarnos su tesis del progreso liberal, antes que en explicar que muchas de las preocupaciones por los grandes desafíos para la humanidad que comenta Sagan se han intensificado en nuestra época, ¿por qué debería importarnos entonces?
Una primer razón para prestar atención a las palabras de Sagan en 1987 es, que justamente ofrece un resumen de aquellos puntos que a este popular astrónomo le preocupaban de su sociedad y que expuso en las fuentes citadas y en muchas otras más, encontrando aquí sus tesis principales sobre la situación política. En segundo lugar, como vimos en la introducción, las palabras de Sagan suenan a profecía casi cumplida vista desde nuestro contexto actual, lo cual personalmente me preocupa bastante. Este año hemos sido testigos del recrudecimiento de los conflictos armados en Medio Oriente y en Ucrania, teniendo en ambos casos impactos internacionales y un maquiavélico juego entre potencias mundiales quienes igual condenan la invasión por parte de enemigos suyos a un país aliado, pero apenas si le llaman la atención a una nación amiga cuando lleva decenas de miles de civiles muertos en su invasión que llama "lucha contra el terrorismo".
Este año, volvimos a ver cómo la más surreal posibilidad de candidato a la presidencia del país más poderoso del mundo se hacía nuevamente del poder, y esta vez con una legitimidad democrática aplastante con un senado, una cámara de representantes y un poder judicial a su servicio casi absoluto, a pesar de estar en momentos críticos para frenar problemáticas globales que ya nos afectan día a día, como el cambio climático, que serán nuevamente dejadas de lado por quien más debería hacer para solucionar el problema (pues se trata nada menos que de uno de los principales países responsables en la emisión masiva de gases de efecto invernadero).
Es así que a finales de 2024 y casi comenzando un brumoso 2025, estas palabras de Sagan suenen tan actuales:
Esos gases se distribuyen por todo el mundo. No es bueno que sólo unas pocas naciones decidan no quemar combustibles fósiles por preocupación por el clima de la Tierra. Toda la comunidad de naciones que queman combustibles fósiles debe hacerlo para que sea eficaz.
La tecnología y sus consecuencias
En cuanto a la cuestión de la tecnología, quisiera continuar un momento. Los incidentes de Chernóbil [abril de 1986] y el catastrófico fallo del transbordador espacial Challenger [enero de 1986] son recordatorios de que la alta tecnología en la que se ha invertido una enorme cantidad de prestigio nacional puede, no obstante, fracasar espectacularmente. Son, a su vez, recordatorios de que existen errores humanos y mecánicos generalizados, de que existe una falibilidad institucional incluso allí donde se cree que se ha hecho el máximo esfuerzo para evitar tales fracasos, en áreas en las que lo que está en juego es extremadamente importante.
Las consecuencias económicas y sociales de estos casos preocupaban a Sagan del mismo modo en que le preocuparon otros accidentes potenciales, usos indebidos y abusos de la tecnología de punta:
(Suprimí las notas al pie de página que solo actualizan la situación actual de varios de los problemas aquí mencionados. Pinker y Silverglate se preocupan bastante por hacernos ver que muchos de esos problemas ya no son parte de las preocupaciones de nuestros días, o por lo menos no en los países desarrollados, pero parecen olvidarse que tan solo se han ido suplantando las potenciales consecuencias, mientras que continúan los mismos problemas: el avance de la tecnología en un mundo que no la comprende, no la quiere comprender y/o no quiere hacerse responsable de su uso a escala planetaria).Lo mismo es válido para muchas otras consecuencias involuntarias de la tecnología moderna: la lluvia ácida, por ejemplo. Lo mismo es válido para el SIDA, debido al hecho de que el planeta es un todo sexualmente intercomunicante. Las únicas soluciones a este tipo de problemas están a escala global.
Sin duda, hay muchas otras interacciones obvias entre libertades civiles y tecnología, que van desde el mercurio en el agua potable, hasta cómo garantizamos una diversidad de opiniones expresadas en medios que son propiedad de los muy ricos, hasta cuestiones de población y control de la natalidad, ingeniería genética, biotecnología, y así sucesivamente.
Las preocupaciones por las consecuencias negativas del uso indebido de la tecnología siguen tan presentes hoy como en aquellos años. Aunque Sagan se encontraba viviendo los finales de la Guerra Fría, hoy pareciera que aquel ambiente comienza a resucitar, con dos potencias enfrentadas, agrupando a sus naciones aliadas, con conflictos bélicos en países menores donde ambos "bandos" miden fuerzas, y un renovado interés por una carrera espacial, comercial y quizás dentro de poco, armamentista. Sagan alertaba la lluvia ácida, los efectos nocivos a la capa de ozono por los CFC, la biotecnología y el control de la natalidad, problemas que hoy parecen estar, sino solucionados, sí controlados de mejor manera a que lo están el calentamiento global y la posibilidad de un desastre nuclear. Otros problemas solo se han agudizado, como el calentamiento global y los problemas con la libertad de expresión en un mundo donde, otra vez, los nuevos medios de comunicación masiva son propiedad de los muy ricos.
Aún más, Sagan no conoció otros problemas que en nuestro tiempo amenazan con volverse existenciales, como la infestación del microplástico, la contaminación de los mares que hoy rebasa el número de partículas de plástico que de peces, la resistencia microbiana a los antibióticos acelerada por un abusivo consumo de estos productos y el auge de la IA con todos los problemas que plantea por sus efectos en la democracia, el trabajo y la información verificada.
La conclusión es que necesitamos desesperadamente mecanismos de corrección de errores. Somos falibles. Somos humanos. Cometemos errores. Tenemos un conjunto de nuevas tecnologías que, en muchos casos, apenas sabemos cómo controlar. Quienes están al mando fingen lo contrario. La pregunta es: ¿cómo nos aseguramos de que no se produzcan los errores más graves?
Ciencia y democracia, repetir para recordar
El mecanismo, como ya adelantaba, parece encontrarlo principalmente en la ciencia y en su relación y parecido con la democracia:
La ciencia ha ideado un conjunto de reglas de pensamiento, de análisis, que, aunque hay excepciones en casos individuales (los científicos son seres humanos como todo el mundo), sin embargo, en promedio, son responsables del notable progreso de la ciencia.
Y todos ustedes saben, sin duda, cuáles son esas reglas. Cosas como que los argumentos de autoridad tienen poco peso. Los argumentos tienen que ser demostrables. Que los experimentos, deben poder repetirse. Al igual que se fomenta el debate enérgico y se considera el alma de la ciencia. Como que el pensamiento crítico serio y el escepticismo frente a afirmaciones nuevas e incluso antiguas no sólo es permisible, sino que se fomenta, es deseable, es la savia de la ciencia. Existe una tensión creativa entre la apertura a nuevas ideas y el escrutinio escéptico riguroso.
Este conjunto de hábitos de pensamiento también podría, en principio, contribuir al tipo de mecanismo de corrección de errores que se necesita desesperadamente en la sociedad que estamos generando. En los asuntos públicos, este tipo de mecanismo de corrección de errores en nuestra sociedad está institucionalizado en la Constitución. Está institucionalizado, en primer lugar, en la separación de poderes y, en segundo lugar, en las libertades civiles, especialmente en las primeras diez enmiendas a la Constitución: la Carta de Derechos.
Aunque la conferencia habla seguido de "la Constitución", la forma en la que maneja este concepto parece un sinónimo de "democracia" al clásico estilo liberal, citando continuamente a uno de sus representantes más famosos, el filósofo John Stuart Mill. Hay que entender también que Sagan era un maestro de la retórica, y podemos encontrar varios ensayos y conferencias suyas (algunas de ellas compiladas como capítulos finales de El mundo y sus demonios) dirigidas a un público exclusivamente estadounidense, con claras referencias a su típico patriotismo, recurso ausente en libros pensados para un público más amplio (como a sus colegas de la extinta URSS) y en la serie Cosmos, donde no hay ni rastro de patrioteria gringa. Sagan sabía que sus conciudadanos entendía en el lenguaje del nacionalismo y la grandeza de sus instituciones, pues.
Sagan, recurriendo seguido a Mill, se fija constantemente en el hecho que la especie humana es falible, por lo que el mecanismo que se use para corregir los grandes errores productos del mal uso de la tecnología tiene que ser falible también y, por tanto, debe estar abierta al debate y fomentar la libertad de expresión. O en palabras de Mill en Sobre la libertad (1859):
El mal peculiar de silenciar la expresión de una opinión es que se está privando a la raza humana, a la posteridad y a las generaciones actuales, de la posibilidad de cambiar el error por la verdad, y de la posibilidad de que quienes la sostienen pierdan la oportunidad de hacerlo. Si la opinión es correcta, se les priva de la oportunidad de cambiar el error por la verdad. Si es errónea, pierden un beneficio casi igual de grande: la percepción más clara y la impresión más viva de la verdad producida por su colisión con el error.
Es fácil especular en qué sentido personas como Steven Pinker recuperarían estas palabras: porque seguro cree que pueden extrapolarse a la presunta existencia de la "cultura de la cancelación" y la "ideología woke" (sea esto lo que sea). Pero dudo seriamente que, de seguir vivo, Sagan viera en "lo woke" una amenaza tan clara y tan grande como la que representa el auge de la derecha en todas sus ramificaciones actuales, con discursos abiertos y explícitos en contra de los derechos humanos, privilegiando sentimientos irracionales de identidad nacional, racial, negacionista e ideológica bien unificados, a diferencia de los distintos activismos, corrientes y tendencias que tanta gente simplemente etiqueta de "woke", que va desde decisiones corporativas de contratar actrices de películas infantiles con un tono de piel distinto a los dibujos animados en que se basan, hasta manifestaciones en contra de ideas contrarias a la diversidad y el multiculturalismo (que también tiene sus puntos criticables, pero están lejos de la gravedad de los puntos sobre la extrema derecha).
Pero podría equivocarme, igual que Pinker y otros. ¿Cómo confrontar la posibilidad de error ante temas importantes que impactan en la vida de millones? Aquí la respuesta de Sagan:
Yo sostengo: con valentía, con el método científico y con la Constitución. Tarde o temprano, todo abuso de poder debe enfrentarse a la Constitución. La única pregunta es cuánto daño se ha causado en el ínterin.
Ahora bien, no sirve de nada tener esos derechos si no se ejercen: el derecho a la libertad de expresión cuando nadie cuestiona al gobierno; el derecho de reunión cuando no hay protestas; el sufragio universal cuando vota mucho menos de la mitad del electorado habilitado; y así sucesivamente. No basta con tener esos derechos en principio; debemos ejercerlos en la práctica. Y la propia Constitución no es sólo un cuerpo de conocimientos fundamentalmente sobre el comportamiento humano, sino también un proceso continuo y adaptativo. En cierto sentido, la Corte Suprema de Estados Unidos, cuando se reúne, es una convención constitucional continua.
Carl Sagan sabía que es necesario el cuestionamiento, la crítica y la protesta, al mismo tiempo que se cuenta con un adecuado conocimiento bien establecido que sirve como base o antecedente para la crítica y la solución de problemas por medio de reformas sociales, antes que de revoluciones, de ahí la necesidad de las instituciones (como "la Constitución") como proceso continuo y adaptativo para el comportamiento (y la convivencia) humana.
Estas lecciones, creía Sagan, las estaba comenzando a entender la URSS que entonces tenía poco de haber comenzado la Perestroika, y se tenían que repetir en EEUU al verse amenazadas en el mandato de Ronald Reagan y los inicios del neoliberalismo:
La educación sobre la naturaleza de las libertades civiles, sobre su necesidad y sobre cómo ejercerlas es una parte esencial del proceso democrático, y me parece casi inútil tener esos derechos sin ejercerlos. Ahora bien, en todas las naciones —y ciertamente en la nuestra; y ciertamente en la Unión Soviética— hay una serie de pensamientos prohibidos, sobre los cuales a sus ciudadanos y seguidores no se les debe permitir, a cualquier precio, pensar seriamente. (Por cierto, el libro de Mill, Sobre la libertad, se encontraba en esa categoría en muchos lugares y en muchas épocas, y fue denunciado y prohibido como “pensamientos peligrosos” por, nada menos, el emperador Hirohito en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, uno de los muchos indicios de que es un buen libro para leer.)
Entre esos pensamientos prohibidos en la Unión Soviética —al menos hasta hace poco— se encuentran el capitalismo, Dios y también la renuncia a la soberanía nacional. En los Estados Unidos, entre los pensamientos prohibidos se encuentran el socialismo, el ateísmo y también la renuncia a la soberanía nacional —al menos un punto de acuerdo—.
El mayor peligro para una sociedad como la que deseaba Sagan, que ejercía sus libertades, es el totalitarismo. La democracia debía enfrentarse a esta, pero aquí es donde encontraba a su vez uno de los mayores riesgos de este sistema político:
Uno de los peligros que corre una democracia cuando se enfrenta a un adversario totalitario es que, poco a poco, quizá sin darse cuenta, se vaya pareciendo cada vez más al adversario. Las democracias corren el peligro de perder aquello por lo que supuestamente luchan...
Y presumía a sus colegas estadounidenses:
Si hay un lugar en el mundo en el que se está produciendo un gradiente extremadamente pronunciado, un ritmo muy pronunciado de cambio en las opiniones sobre las virtudes de las libertades civiles, es, sorprendentemente, la Unión Soviética actual.
Cuán parecidos son los peligros que enfrentamos ahora, y cuán distinto se ve el foco de esperanza que Sagan compartía a finales de los 80's. Aquellos peligros a la democracia los vemos en la actualidad nuevamente. Los vimos tener un auge entre 2015 a 2020, para declinar brevemente, tan solo para entrar en nuevo periodo de crisis con la pandemia de COVID-19 que nos dejó mirar cuán vivas están esas amenazas internas, regresando poderosos al inicio del segundo lustro de los años 20's de este siglo.
A Carl Sagan se le recuerda como un cosmopolita, un demócrata, un socioliberal y un divulgador de la ciencia que no veía esta actividad solo como un puente para la educación y el entretenimiento inteligente, sino como una herramienta para acercar a la gente a los valores, los deberes y los ideales que como ciudadanos debidamente informados debemos ejercer. La divulgación, vista así, es una poderosa herramienta política, pero también una herramienta para la ética y el bienestar social.
Sagan concluía su conferencia con las palabras de preocupación que cité al inicio del artículo, y terminaba con una reflexión que aquí les comparto:
Los defensores de las libertades civiles deben hacer más para explicar exactamente por qué las libertades civiles y su ejercicio vigoroso son esenciales; esenciales no sólo para conservar las libertades que tenemos y que, sorprendentemente, son elogiadas por figuras destacadas de países que nos han enseñado a considerar nuestros adversarios, sino también como un ejercicio de aplicación de las libertades civiles que son necesarias para nuestra propia supervivencia.
Aunque sin duda debería seguirse este camino (y seguro muchos lo seguirán especialemente ahora que las cosas no parece que mejorarán hacia los próximos años), agregando cada granito de arena que podamos aportar, no puedo dejar de pensar que esta guía, aunque esperanzadora y rigurosa, no deja de estar incompleta.
¿Y si fracasamos en la lucha contra el cambio climático, la desigualdad económica, el inicio de una nueva guerra mundial? ¿Si los mecanismos de la valentía, el método científico y la democracia no son suficientes, como todo parece apuntar, al ser tan urgentemente necesarios recordarlos hoy como en 1987? Más nos vale fracasar pero sin dejar de luchar, o por lo menos eso creo yo.
SI TE INTERESA ESTE TEMA
* "Science and Civil Liberties: The Lost ACLU Lecture of Carl Sagan", por Carl Sagan, en la revista Skeptical Inquirer, noviembre/diciembre, 2022.
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