domingo, 19 de mayo de 2024

De políticos, digo, política

Advertencia: este no es un artículo para que escriba su opinión sobre su partido político de preferencia o el que más odia, sino para un debate racional sobre por qué razones piensa que ese partido es el mejor o el peor.

Llevo unas semanas pensando qué escribir para este artículo que pueda aportarles algo que no se diga ya en las pláticas de la chamba, en la mesa familiar o en la reunión con amigos cada que sale el tema de las elecciones en nuestro país dentro de unas pocas semanas. También estaba pensando en qué conclusión podría llegar, que no fuera igual a las dos anteriores veces que he comentado en tiempos de campaña presidencial en 2018 y 2012.  Yo sé que he comentado en otras partes lo mucho que el enfoque escéptico puede aportar a las cuestiones políticas, y aún creo que así es, pero a casi nada de las elecciones y con un tercer debate de candidatos por suceder esta noche, me doy cuenta que no hay mucho que decir que no haya sido dicho ya en sexenios anteriores.

Eso es lo que he corroborado, a nivel personal, con compañeros de trabajo, amigos y familiares. Con todo, parece que muchas personas se sorprenden de las conclusiones que he sostenido años atrás, y que hoy todo indica que siguen siendo válidas.

El mito de la "nueva política" de siempre


Mi tesis principal, de la que se deriva la que más polémica o desconfianza causa entre mis conocidos, es esta: no hay una opción nueva en ningún lado y ningún lado es "menos malo" que el otro. Lo del "menos malo" o el "menos peor" es un cliché conformista al que nos tenemos que resignar a aceptar casi siempre, y sin importar de qué país moderno estemos hablando. Por ejemplo, nadie diría que no hay un "menos peor" en las también próximas elecciones de EEUU: Joe Biden quien, con todo y su más que decepcionante gestión en relaciones exteriores (basta recordar lo sucedido los últimos años con Afganistán, Ucrania e Israel y la franja de Gaza), los escándalos de corrupción de su hijo o los serios problemas internos como fueron el final de la pandemia de COVID-19, la inmigración y la epidemia de fentanilo, es "menos malo" que continúe siendo presidente a que regrese la botarga viviente y criminal de Donald Trump, a quien solo le falta ponerse un bigotito "chistoso", pero tristemente memorable, para gritarle al mundo la clase de amenaza que representa si vuelve al poder (de hecho, ya lo grita, y para sorpresa de muchos, millones le aplauden más fuerte).

En México, el "menos peor" parece haber sido evidente también a finales del milenio y principios del siguiente, cuando Cuauhtémoc Cárdenas se presentó contra Carlos Salinas de Gortari (el famoso fraude de 1988) y tiempo después contra Vicente Fox. Otro ejemplo de la misma época era el entonces candidato Andrés Manuel López Obrador (AMLO) contra Felipe Calderón. Para el 2012 ya no quedaba tan clara la diferencia entre el "menos peor", aunque aún había quienes, con una opinión más que seria y respetable, apostaban a que López Obrador era menos malo que Enrique Peña Nieto (si me preguntan a mí, no me parece que hubiera sido tan claro en realidad). En 1988 y el 2000, e incluso diría que en 2006, el "menos peor" era claramente el candidato que no ganó en las respectivas elecciones, y aún así, aunque ganó el "peor de los males" de cada elección, no podríamos negar que se hicieron avances, hubo progreso en política electoral, así como en muchas otras áreas, sin que dejara de existir la crítica más enérgica al poder y el partido político al que pertenecía, fuera el PRI o el PAN. El "menos peor", al menos hasta donde alcanzo a comprender, comenzó a desaparecer en las elecciones del 2012, y fue evidentemente clara su inexistencia (insisto, para mí) en 2018, tal como lo es ahora. 

Quiero ser completamente claro: en 2018 existía un evidente "mayor de los males" en Jaime Rodríguez "el Bronco" por lo absurdo y criminal de sus propuestas, pero todos los datos lo ubicaban (por fortuna) tan lejos de los primeros lugares en las preferencias electorales, que solo servía para dar rostro a lo patético que puede llegar a ser la política mexicana. Cuando hablamos del "menos peor", casi siempre se habla de los dos primeros lugares. Puede llegar a pasar que, en elecciones con más de tres candidatos a la presidencia, existan males aún menores (o aún peores), pero para el momento específico de la elección, solo los candidatos que tienen una posibilidad real de llegar al poder son comparados unos con otros. También debemos evitar el pecado del presentismo, o la idea de juzgar contextos del pasado con el actual en el que vivimos. Así, alguien que diga que en 2006 AMLO no era el menor de los males, está seguramente sesgado por su conocimiento y/o valoración de AMLO en la actualidad. Únicamente se puede juzgar de manera aproximadamente racional con los datos y antecedentes que se tenían en 2006. Y aunque ya en esas épocas existían acusaciones de caudillismo y mesianismo, de corrupción en sus círculos cercanos y de lo potencialmente desastrosa que es la política de austeridad (puntos denunciados por periodistas opositores de ese entonces, como el ya derechista Luis González de Alba), también se tenía fresca la gestión corrupta e inepta panista de Fox que seguiría Calderón, así como el papel de este último en un fraude económico tan catastrófico, como fue el Fobaproa (y en su mandato, se aprovechó de otras crisis, como la económica del 2008 y la pandemia de influenza A H1N1, para nuevamente enriquecer a los más ricos) y las políticas de la derecha anti-derechos de siempre. 

La diferencia principal de esos tiempos con los vividos en 2012, 2018 y ahora es, creo yo, el compromiso ideológico. Podíamos hablar de la corrupción, la inseguridad o de fraudes multimillonarios, pero nadie negaba que había un espectro político al que pertenecían Cárdenas y López Obrador por un lado, y Fox y Calderón por el otro. Era evidente el compromiso con los sectores de la sociedad con los que comulgaban, unos del lado de una ciudadanía harta de la "dictadura perfecta" y la represión política, y otros con el sector empresarial y los nuevos ricos que, después de las crisis económicas de los 80's y principios de los 90's, tomaron relevancia política y económica para que el neoliberalismo fuera imperante en el país. Hoy en día, como en las elecciones pasadas, ese compromiso ideológico dejó de existir. 

Ahora, todos los candidatos hablan del pueblo, hablan del "cambio verdadero", de no regresar al pasado y transformar el futuro, y de una "nueva política" que reemplaza a la de antes, todo con un descaro tan grande, comprensible solo por los tiempos electorales en los que se espera que la gente olvide que todos los partidos en competencia son representantes de retrocesos históricos, tácticas del pasado y de la "vieja política" conocida como presidencialismo en la que, por arte de magia, si el presidente es bueno, honrado, honesto y un ejemplo a seguir, tendremos un país que refleje esas virtudes y, obvio, eso será bajo la guía del presidente.

Hoy no se habla de compromisos ideológicos que ayuden a las personas a vivir mejor, sino de filias y fobias, lo que es evidente en alianzas como la del Frente Amplio por México, una de varias alianzas imposibles de pensar hasta antes del "Pacto por México", donde el PAN (la derecha más rancia y conservadora), el PRI (el partido autoritario que hizo de la guerra sucia un arte) y el PRD (alguna vez el representante y lo más cerca que tuvo el país de un partido socialdemócrata, hoy en completa ruina política), se unen en contra del hoy partido oficialista de Morena, que es aplaudido por algunos sectores de la izquierda (desde stalinistas confesos a caudillistas que creen estar viviendo una época tan importante como la Independencia o la Revolución) como por los grandes multimillonarios, así como por sectores del crímen organizado. ¿Cuál es el compromiso ideológico de uno y otro? Ninguno, si me preguntan a mí. Desde 2018, Morena ha sido visto como un barco nuevo al cual las peores ratas del PRI y el PAN saltaron de sus respectivos barcos hundidos. El gabinete presidencial, la bancada de diputados y senadores, así como alcaldes y gobernadores de Morena son, en gran medida, los mismos rostros de quienes militaban en los mismos viejos partidos políticos corruptos, opresores y conectados con los carteles de la droga. Lo mismo puede decirse de Movimiento Ciudadano (MC), antes Partido Convergencia, que no es más que el barco de los panistas jaliscienses y neoloneses, así como los hijos de empresarios interesados en tener puertas abiertas a todo negocio que se les ocurra (que le pregunten a los ciudadanos gobernos por Alfaro Samuel García si no es así). 

Entonces, ¿por quién voy a votar?

Puede que no haya por quién votar, pero ¡ey! Las risas no han faltado.

Pero dejemos ya la clase de historia y de generalidades políticas, para concentrarnos en el presente. Y no, no me refiero a concentrarnos completamente en la actual gestión de López Obrador y sus molestos clubs de fans y haters (para eso habrá otras futuras entradas). Los candidatos Claudia Sheibaum (Morena), Xóchitl Gálvez (PAN-PRI-PRD o solo PRIANRD) y Jorge Álvarez Máynez son, en mi opinión, males indistinguibles. Los tres hablan del pasado para compararse con su novedad (aunque Sheinbaum, como candidata del oficialismo, habla del pasado antes del actual oficialismo, como si fuera el pasado inmediato), los tres centran sus propuestas presuntamente en el pueblo de México, y los tres están presuntamente comprometidos a luchar contra los grandes males de la corrupción, la impunidad, la inseguridad y la violencia que han sumido a este bello país en uno de los peor calificados en estos puntos en todo el mundo. Pero los tres candidatos representan a una parte de los causantes y de los mecanismos que condujeron a que México sea llamado "estado fallido" de vez en cuando desde mediados de los 2000's

Es muy común que las personas se traguen el dogma electoral de escuchar las propuestas de los candidatos como el criterio principal (a veces único) para decidir por cuál votar. El problema con esto, es que se omiten los mecanismos con los que se supone lograrían cumplir con esas propuestas, así como las consecuencias detrás de éstas (¿beneficiar o reformar x en economía no tendría el efecto y en política, salud o medio ambiente? ¿Llevar acabo el programa a ignorando los elementos b realmente sería una solución a largo plazo para el problema c o solo lo haría más llevadero aunque aún seguiría existiendo?). Otro punto a tomar en cuenta, son los antecedentes históricos: ¿el candidato x propuso cosas similares cuando fue jefe de gobierno, diputado, senador, alcalde...? ¿Cumplió en ese entonces? ¿Qué mecanismos se usaron aquellas veces? ¿Qué errores se encontraron en las consecuencias, de haberse cumplido, y qué corrigió desde entonces? O si no cumplió en el pasado, ¿qué garantías ofrece para decir que ahora sí lo cumplirá? ¿Junto a quiénes se supone que llevará acabo sus propuestas contra la corrupción o la impunidad? ¿Junto a personalidades históricamente señaladas de corruptas? Respondiendo a todas estas preguntas (tarea para la casa), me queda claro que Sheibaum y Gálvez no representan algo "nuevo" o siquiera distinto a lo que este país ya ha tenido. Tampoco es como que una salga mejor parada que la otra, aunque hay que admitir que el compromiso ideológico de estas candidatas es un poco más notorio que el de sus antecesores en 2018, López Obrador y Anaya, respectivamente. Sheinbaum, por ejemplo, ha mostrado mayor consistencia con los valores de la izquierda política, como algunos de los representantes de este espectro ideológico lo muestran, como el citado Cuauhtémoc Cárdenas. Gálvez, aunque comparta descendencia indígena y sepa de carencias, no puede ocultar su compromiso con el sector empresarial y con ideas tan absurdas del rancio neoliberalismo, como su burrada de que tendríamos que apoyar a los empresarios para que ellos mismos quieran reducir las horas laborales a los trabajadores (como si los avances en derecho laboral hubieran sido alguna vez gracias a los empresarios, siendo ellos los principales obstaculizadores históricos del derecho laboral). Pero esos rayitos de compromiso ideológico se ven ensombrecidos por el historial y las personalidades que arrastran las dos. 

Sheinbaum, como todo el gobierno de Morena en el país, ha sido cómplice de la ineptitud, la corrupción, la violencia y la mentira para aparentar. Los casos de la línea 12 del metro de la Ciudad de México, su apoyo incondicional a Omar García Harfuch (quien fuera mano derecha del hoy preso Genaro García Luna), o su cuasi-criminal experimento con ivermectina en la Ciudad de México en plena pandemia, que acabó con un artículo de open access retractado y un escándalo en la comunidad científica que, al parecer, fue ignorado por buena parte de la prensa y la opinión pública en México, sin consecuencias para ninguno de los involucrados. Gálvez, por su parte, es el rostro que oculta detrás a despreciables parásitos de la política mexicana, como "Alito" Moreno, Santiago Creel, Enrique de la Madrid, Margarita Zavala, Josefina Vázquez Mota, entre otros conocidos nombres que, si buscáramos en un diccionario la palabra "corrupto" o en una enciclopedia de México el término "criminal de cuello blanco" o "parásito político", aparecerían los rostros de todos los citados. Xóchitl ha sido la candidata verdaderamente impuesta por López Obrador pues, si bien es casi una obviedad que Sheinbaum llegó a donde llegó (a pesar de todas las irregularidades e ilegalidades electorales, denunciadas incluso desde dentro, en sus tiempos de pre-candidata) con la bendición del presidente, también es cierto que la fama de la principal candidata opositora jamás hubiera existido sin el apoyo más o menos, involuntario de AMLO, haciendo del viejo presidencialismo el director de la obra de tragicomedia llamada "elección presidencial". La deshonestidad de Gálvez es esperable, tal como lo ha demostrado con falsedades y exageraciones al por mayor durante los debates (característico de los políticos mexicanos, en realidad), por no olvidar también el hecho de que su compromiso ideológico, contrario a buena parte de su discurso, representa todo aquello que es indeseable en términos políticos de la derecha que beneficia a los poderosos antes que a la sociedad, en una posiblemente honesta creencia en el goteo de la prosperidad. Siempre ha sido incómodo para la candidata del PRIANRD que le pregunten sobre su hermana, Malinali Gálvez "la Malí", cuyo juicio por secuestro y pertenecer a la banda de "Los Tolmex" podría determinar que pase en prisión el resto de su vida. La Malí y su esposo "el Albert", trabajaban en HAITECC, empresa de Xóchitl, en los tiempos en que también secuestraban en Los Tolmex; y aunque Xóchitl nunca ha defendido explícitamente a su hermana, siempre ha resultado extraño que el juicio se retrasara desde 2012. Otro familiar incómodo de Xóchitl, su hijo Juan Pablo Sánchez Gálvez, solo mostró el estereotipo de la clase social a la que pertenece, lo que en sí no es un problema, el problema es que alguien de una clase social que históricamente ha despreciado (y que lo sigue haciendo, como Sánchez Gálvez lo demuestra) a las que se encuentran debajo de ella, pretenda venderse como su mejor alternativa, resulta claramente en algo risible. 

¿Significa este hipersimplificado resumen de puntos negativos de ambas candidatas que el "menos peor" es Álvarez Máynez y MC representa algo que pueda llamarse "la nueva política"? No. Álvarez Máynez, como bien dice la periodista Karla Rivera en Mientras tanto en México, es más un viejo chapulín que un nuevo político, al haber atravesado por distintos partidos políticos (sin importar tanto la ideología y los compromisos sociales que representan), modus operandi de otros famosos rostros de MC, como el actual gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro. Máynez, además de su pegajosa canción y sus inolvidables memes en los debates presidenciales, es conocido por aplicar la estrategia más obvia de un político con pocas canas: apelar a los jóvenes y en cómo ellos son el futuro que debe protegerse, pero también quienes deben transformarlo desde el presente. Antes de lanzarse como candidato, Máynez era la mano izquierda del despreciable gobernador de Nuevo León, Samuel García (su mano derecha es su esposa-influencer), otro ejemplo de manual de un político que nació en cuna de oro, pero pretende decirles a los necesitados lo que realmente necesitan en lugar de escuchar y comprender las causas de sus carencias. Aunque Máynez tiene el mérito de ser consistente con la actual estrategia de MC al no aliarse con el PRIANRD, lo cierto es que este partido solo es otro nido de ex-panistas, como los que ganaron (y en gran medida arrasaron) en Jalisco durante décadas, hasta que el PRI y, después, Morena amenazara con desbancarlos. 

Entonces, no es solo si las propuestas suenan bien, o si estas son realistas, pues la política mexicana se mira con los lentes del cui bono? La candidata de Morena, la del PRIANRD o el de MC claramente beneficiarán a sus allegados, incluyendo a los miembros más despreciables de sus respectivos partidos, a los empresarios con quienes han entablado negocios desde siempre, pero no veo en el caso de ninguno que la sociedad en general termine beneficiada por su llegada a la presidencia. Tampoco veo que uno sea "el menos peor", no porque tengan "colas que les pisen" (que no hay político puro y sería tonto buscarlo), sino además por el hecho de todas las otras colas que necesariamente arrastran al poder. Ninguno muestra un auténtico compromiso con los ciudadanos reflejando valores de democracia participativa o teniendo una muestra considerable de candidatos ciudadanos y no de la vieja (mal llamada) "clase política" a la que lastimosamente nos hemos acostumbrado. Esto no significa que no existan personas decentes dentro de los partidos políticos, gente con compromisos ideológicos con el bienestar general que busca realmente lo mejor para el prójimo. Lo que digo es que este hecho, por sí solo, no me alcanza para considerar que hay algo "nuevo" en la política de cualquiera de los partidos, porque gente así ha existido siempre dentro de la política. Es deseable que siga habiendo y que cada vez sea más, como tal vez fue visto así por algunos hace mucho por el PRD, o por Morena en sus inicios. 

¿Por quién voy a votar? Creo que no lo haré, de nuevo. Ya estoy escuchando a los de siempre decir que "eso es dejar que otros decidan por mí" (curiosamente, algunos que combatían esa creencia, hoy la pregonan en favor del partido en el poder). Mi respuesta sigue siendo la misma que en la elección anterior: cuando no hay opción real, no hay decisión que tomar que importe realmente. En 2018, recuerdo que un brillante artículo de mi ciber-amigo Miguel "Maik" Civeira estuvo a punto de convencerme de votar por AMLO. En ese entonces, una tesis de Civeira me pareció tan importante que, sin importar si votaba o no, debía considerarse, discutirse y analizarse:

Si se tratara de atenerme a mis principios, anularía mi voto y los mandaría a todos a la verga. Pero eso de mantenerse ideológicamente puro es un privilegio que no podemos darnos en estos tiempos.
Esto sigue siendo tan válido hoy como en 2018, aunque no creo que alcance para convencerme y salir a votar, sí debería ser suficiente para que otros que no opinan como yo se cuestionen si están tomando la decisión correcta, concluyan, y salgan a votar. La democracia en México es débil, fragmentaria y frecuentemente se encuentra amenazada, sin importar el partido político que está en el poder. Con todo, se ha construido de tal forma, que los mecanismos de la democracia han sido suficientes como para permitirnos observar hitos históricos, como el triunfo de López Obrador en las mayores elecciones de la historia hasta entonces. También han sido suficientes para resistir a los directos embates del actual presidente más concentrado en hacer un gobierno centralista con tintes autoritarios (a la "vieja escuela") que en el fortalecimiento democrático con reformas que garanticen el cuestionamiento al poder. Pero no deberíamos conformarnos con mecanismos suficientes, o corremos el riesgo que estos terminen rebasados, como parece que podrían acabar en otros países con el auge de la ultra-derecha, incluidas potencias mundiales como EEUU y Alemania (de Rusia hace ya tiempo que la democracia es una simulación). 

El riesgo del auge de un grupo de poder que directamente atente contra los derechos humanos es latente, sin importar quién gane en esta elección, y es un punto más a vigilar. Es poco probable que salga a votar, sea que usted considere que tengo razón o no en todo lo que expuse, pero eso no hará que deje de vigilar, de cuestionar y de criticar a quienes ganen, pero también a quienes tendrán otros 6 años para elegir alternativas estratégicas, incluidas la radicalización. Si hoy mi mayor queja es por la falta de compromisos ideológicos, es porque esto podría derivar que el país se transforme en víctima del extremismo ideológico en un futuro que se mira distante, pero que no lo es tanto. 



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