miércoles, 18 de abril de 2018

Una más sobre políticos, digo, política

Tengo muchas cosas en mi cabeza, y en mis borradores para este blog y otros sitios. Se supone que debería estar escribiendo mi tesis sobre la Filosofía de la pseudociencia como nueva rama legítima de la epistemología. Debería estar preparando un par de conferencias que daré en el Museo de la Ciudad de Guadalajara y en el Instituto de Astronomía y Meteorología de la U de G, sobre ufología y cientificismo respectivamente. Tengo un mes que no termino un artículo sobre las teorías especulativas del multiverso y su papel en la argumentación del nuevo ateísmo. También se acerca el aniversario luctuoso de Adolf Hitler, y desde el año pasado tengo una deuda con los lectores de este blog sobre mitos históricos detrás de esta oscura figura histórica.

Y a pesar de todo lo anterior (mezclado con una serie de asuntos personales que no expondré aquí), hay otro tema que a donde quiera que voy lo tengo presente: las próximas elecciones presidenciales en este país. Cuando era adolescente me había dicho a mí mismo que no perdería mi tiempo pensando en política. Después de todo, si existe un grupo de personas que menos piensan en mí y en mi sociedad, es el de los políticos mismos. Pero es evidente que, si al menos uno intenta ser coherente con llevar una vida de ciudadano medianamente decente (lo que incluye no solo preocuparse por uno mismo, sino por la sociedad de la que formo parte), no puede ignorar la situación política y económica de México; más aún, si uno intenta llevar una filosofía de vida que mezcla una perspectiva científica (lo que algunos llaman cientificismo) alimentada con el escepticismo racionalista, resultará imposible no posicionarse sobre algunas de las afirmaciones más que extraordinarias de los candidatos a la presidencia y sus respectivos seguidores. En 2012 mostré una breve reflexión sobre por qué no me gusta hablar de política mexicana: sencillamente porque no se habla de política, sino de políticos y de lo que hacen en contraste con lo que dicen, lo que usualmente suele ser mezquino y contradictorio.

Compromiso ideológico o lo que debería ser



Antes que nada, debo hacer una confesión: soy un idealista, si de política y sociedad se trata. Siempre que surge alguna charla entre amigos o familiares sobre estos temas, suelo hablar de lo que "debería" ser o hacerse, claro, sin olvidarme de lo que "es" y lo que en realidad se "hace". Por ejemplo, si hablamos sobre la cuestión eterna: ¿por quién vas a votar?, es muy usual que primero afirma que de todos los candidatos no se hace uno, y luego expongo una (tal vez ingenua) justificación basado en la ideología que "deberían" tener, pero que ninguno tiene. Ya lo había notado en 2012 y en 2006, y parece que las campañas de estos días me lo vuelven a confirmar: no hay un compromiso ideológico en los candidatos y partidos políticos de México. Y pienso que el compromiso ideológico es (o debería ser) la clave para preferir un candidato.

Prueba que demuestra la ausencia de compromiso ideológico la podemos encontrar en las alianzas tan contradictorias de los partidos políticos, evidenciando el oportunismo y la búsqueda de acumular la mayor cantidad de votos posibles. El PAN, paradigma de la derecha católica, unido al PRD, supuesto paradigma de la izquierda mexicana (o eso era hasta hace algunos años) junto a Movimiento Ciudadano (antes conocido como Convergencia), el partido oportunista por excelencia donde se pueden encontrar expriístas y expanistas al por mayor, que hasta antes de cambiarse el nombre (y alegar que no era un partido político allá por 2012) se identificaba como partido de izquierda. Luego tenemos la alianza entre Morena, el partido creado por Andrés Manuel López Obrador (AMLO o el Peje, para los compas) y sus seguidores decepcionados del clientelismo oportunista del PRD (representando a la versión más ingenua que he visto de la izquierda política), junto al Partido Encuentro Social (PES), el partido creado por fundamentalisas cristianos (o sea, la ultra-derecha) interesados en negar derechos básicos a las minorías de la ciudadanía que considera pecaminosas.

Para hacernos una idea de lo mal que se ven alianzas de este estilo, es como si simpatizantes de los demócratas al estilo Obama, se unieran con los partidarios de Donald Trump en contra de los anti-imperialistas estilo chomskyiano, que a su vez estarían coludidos con los republicanos evangélicos que fomentan el creacionismo como ciencia. Sencillamente es impensable este tipo de alianzas si tenemos en mente algo de compromiso ideológico y un poco de cordura.

El compromiso ideológico de cada partido debería ser una clara señal sobre qué clase de propuestas podríamos encontrar y qué se debe esperar del discurso de sus respectivos candidatos. Así el ciudadano podría saber qué partido representa mejor lo que considera las necesidades sociales de su sector, viendo a partir de sus intereses como también del interés del pueblo (o por lo menos, de la clase a la que pertenece). Sería obvio que aquellos con una vida confortable y con un compromiso por estar bien con la iglesia, con respetar la "tradición moral" y valorar el trabajo y el crecimiento individual, antes que pensar en asuntos de desigualdad económica o políticas públicas que garanticen un Estado de bienestar, votaría por aquellos partidos que mantienen una ideología que valora algo similar y que sus propuestas van encaminadas en sostener dicho modelo, tal como es el caso en otros países de la derecha política. En el nuestro, tal imagen es representada por partidos como el PAN y el PES.

Así también, aquellos que viven en el día a día del trabajo duro pero mal remunerado, que aspiran a tener una vida confortable y digna, pero que son conscientes que no es solo una cuestión individual sino también el contexto social en el que se encuentran es lo que marca una diferencia en cada clase social, buscarían votar por aquellos partidos que procuren la justicia social, y privilegien las políticas públicas que fortalezcan los sectores económicos, de salud, de educación, de desarrollo sustentable y de respeto por los derechos humanos. Este tipo de compromiso ideológico con la justicia social debería verse reflejado en partidos como el PRD, Morena, PT, en Movimiento Ciudadano y (supuestamente, si la Internacional Socialista no estuviera equivocada en su listado) el PRI.

Si la política mexicana fuera así de "sencilla" (pues hay matices en lo que debería ser el compromiso ideológico de cada partido), una educación cívica apenas por encima de la básica bastaría para que las personas supieran distinguir entre aquellos partidos que buscarían defender valores como la laicidad, las garantías individuales, el progreso y uso responsable de la ciencia y la tecnología para el desarrollo de la sociedad en cada uno de sus respectivos sectores. Si fuera así, incluso con los gravísimos problemas que enfrentamos en el mundo real, como la epidemia de corrupción en todas las instituciones públicas y las injusticias solapadas (o incluso perpetradas) desde puestos de poder, podríamos hablar mínimo de un candidato que fuera "el peor de los males" o "el menos peor", como dicen en mi rancho.

Tal vez "el menos peor" no acabaría con todos los problemas sociales que se vuelven noticia todos los días, pero por lo menos procuraría combatir de forma sincera algunos de ellos. Y podríamos distinguirlo porque su historial como político y su partido hablarían de alguien así, en contraste con los demás candidatos. El mal menor sería lo mayor deseado para presidente en un mundo donde se tienen problemas enraizados y difíciles de resolver, pero que a la vez se cuenta con un compromiso ideológico de fondo. Escenarios como esos ocurren en otros países, hasta donde sé. Ocurren en EEUU, en Canadá, en Europa, en Colombia, en Argentina, en Brasil, en Israel e incluso en algunos países árabes. No es que ninguno de estos países tenga el mejor sistema político, pues ciertamente podemos encontrar escandalosos casos de corrupción y favoritismo en cada uno, sino que se cuenta con un compromiso con ciertos ideales que en verdad se buscan hacer cumplir una vez que se llega al poder, algo que sus respectivas sociedades notan y exigen. Eso, pienso yo, es lo que distingue una sociedad desarrollada o en vías reales de desarrollo, de una sociedad estancada, o peor, de un Estado fallido.

Oportunismo o lo que hay


Hasta aquí mi idealizada, ingenua y aun incompleta manera de ver la política. ¿Qué es lo que ofrece la realidad política de este país a un ciudadano que trata de formar su opinión y tomar una elección en serio? No mucho. En mi familia se mira una gran bipolaridad. Por un lado, tengo familiares priístas que incluso han participado en las campañas regionales o son cercanos a algunos políticos. Por el otro, tengo familiares de orígenes más humildes, que ven al Peje y a Morena como la mejor alternativa para cambiar su situación. Al menos tengo la fortuna de no tener familiares cercanos que se identifiquen con el PAN o pero aún con el PES.

Entre el primero grupo, tengo parientes con carrera, que son ya profesionistas en asuntos administrativos y viven con relativo confort (lo que algunos llamarían de clase media o clase media alta). Algunos trabajan o han trabajado en puestos de gobierno (no me pregunten si por mérito o palancas), y suelen tener discusiones acaloradas y documentadas sobre política nacional. De hecho es la parte de mi familia que podría considerar más culta. Y sin embargo, han sido seguidores y hasta militantes del PRI, aún en sus peores momentos (recuerdo a un primo, por ejemplo, elogiar a Carlos Salinas de Gortari). Por el otro grupo están algunos de mis familiares que no pasaron de una carrera técnica, que desde jóvenes han trabajado y que cuentan con la información de los medios más informales, como redes sociales y YouTube, para opinar. Lo que tienen en común ambos grupos es su preocupación por el futuro, sobretodo por ellos mismos.

Así es como piensa la gente en el mundo real. Apoyan a aquellos que los apoyan o que dicen los van apoyar, aún cuando no se entienda cómo o a costa de qué vendrá ese apoyo. Algunos del ala priístia de mi familia se han vuelto ahora a Movimiento Ciudadano, partido que hace unos años no dejaban de criticar en todas las cenas y reuniones. Pero algunos de ellos precisamente hablan y creen justamente en aquello que debería ser un mal extirpable de la política: el oportunismo. El cambio de partido político, está bien, de acuerdo a esta lógico, si representa una oportunidad para continuar con un puesto de trabajo. No uno cualquiera, sino un puesto de gobierno.

Un libro que debemos
conseguir tan solo
para tener un ejemplo más
de lo que es la política mexicana.
En nuestros días, es muy común escuchar también de candidatos independientes, aquellos políticos que dicen diferenciarse de los demás porque no están en un partido y por ende, no representan a la "clase política", sino a la "clase ciudadana". Este tipo tan burdo de discurso que inventa estas líneas de separación de la sociedad volverían a matar, pero de risa, a estudiosos del pasado como Karl Marx. Esta clase de discurso solo es otro de los muchos ejemplos de cómo ve la sociedad a los políticos: como un grupo o élite distinta y alejada de la sociedad y de sus intereses. La "clase política" solo beneficia a los de su misma clase, y no al pueblo. ¿Cuál es el problema con esta visión? Que es falsa, como bien ha recalcado mi facebook-friend, Carlos Delgadillo. No existe una clase política, lo que existe es una sección de la clase media, aquella que no enfrenta los problemas de inseguridad, falta de atención médica, analfabetismo o carencia de oportunidades como lo experimenta la clase media baja y la clase baja del país y del mundo, que se mete a político como su carrera. El mejor ejemplo es el ahora diputado independiente Pedro Kumamoto, quien ha sabido explotar a su conveniencia el discurso anti-clase política que llama a los jóvenes a tomar las riendas del país, aún cuando no posean ni la más mínima experiencia de los dolores del pueblo, como es el caso del propio Kumamoto, quien nunca trabajó en otra cosa que no fuera de político, que estudió en una universidad privada de buen nivel. Realmente me pregunto si alguien como Kumamoto sabe qué es sentir la preocupación de ganar apenas un poco más que el salario mínimo por quincena. Pero no hay que desviarnos del tema.

La que Kumamoto y otros consideran "clase política" no es más que un puñado de ciudadanos de distintas clases sociales reales. Lo que debería diferenciarlos es su respectivo compromiso ideológico. Pero lo que realmente los diferencia es, principalmente, la cantidad de ingresos que absorbe cada uno de sus partidos del erario. De las pocas personas que conozco tienen o han tenido interés en participar en la política, aún cuando se han tratado de personas con preferencias a distintos partidos, todos tienen en común el mismo deseo: tener un trabajo que los saque de pobres, cuando lo son, o que les dé más de lo que tienen, cuando no son pobres. Hablan de cuánto tiempo se permanece en un cargo público, de cómo subir en la política. He sido testigo de cómo son parte de la desinformación al volverse miembros de grupos que, infructuosamente por fortuna, tratan de esconder información escandalosa yendo a todos los puestos de revista que pueden, comprando todos los ejemplares de los diarios que logren comprar, para evitar que más personas se enteren de la mala imagen que dan. Esas son tácticas ya viejas, aplicadas campaña tras campaña que, gracias a internet, ya no son tan efectivas.

No hay una clase política, hay una serie de individuos de distinta clase social que buscan beneficiarse de ser políticos, sin importar si son de clase alta, media o baja. No importa si al cumplir este objetivo se deja de lado el compromiso ideológico y, más importante aún, la consistencia lógica de éste con el bienestar común. Esa es la política que observa un ciudadano en estos tiempos de campañas.

Y entonces... ¿por quién voy a votar?


Muy seguramente si tengo lectores simpatizantes de algún partido o coalición moderna, al llegar a esta parte ya habrá levantado la ceja o fruncido el ceño más de una vez. Por redes sociales me han dicho que soy a todas luces un simpatizante de derecha, mientras que entre mis familiares y algunos amigos soy un chairo de izquierda. Con otros, es fácil notar su asombro cuando les digo que no votaría nunca por AMLO, pero que es ridículo creer que el PRI o la coalición PAN-PRD-MC realmente vaya a ver por el interés común de la sociedad. Muchos parecen no concebir posible que alguien contrario al Peje no sea a su vez "prianista" (porque para muchos de nosotros, PRI y PAN son dos caras de la misma moneda), y viceversa, así como que tampoco apoye a ninguno de los nefastos candidatos independientes a la presidencia.

El candidato del PRI, José Antonio "Pepe" Meade me parece alguien tan irrelevante para las discusiones actuales que no veo cómo alguien podría perder su tiempo escribiendo columnas enteras de periódico sobre él. Un tecnócrata acostumbrado a cargos de poder, que estuvo más que a gusto en los impresentables sexenios de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, que estando en el partido donde está, no parece tener mucho futuro. El anti-priísmo es un movimiento que ha crecido desde el 2000, y que sin duda es parte de la actitud de más de la mitad del pueblo mexicano. Las interminables décadas del PRI en el poder, los acostumbrados fraudes electorales cometidos desde hace por lo menos cuarenta años, y los ejemplos de incompetencia, corrupción y alianzas criminales dentro del partido, creo yo, están más presentes en el pueblo mexicano, lecciones de la historia que no deben ser olvidadas ni ignoradas.

Ricardo Anaya, candidato de la coalición "Por México al Frente" del PAN, PRD y Movimiento Ciudadano, se apropió de una técnica  propia de aquellos con más colmillo, como Vicente Fox y AMLO: hacer campaña por años, disfrazada de comerciales sin fines electorales, aprovechándose de las críticas de moda y apropiándose de las propuestas de la izquierda racionalista de otros países, siempre con un aire de juventud, intelectualidad e innovación. De poco le importó la democracia al imponerse como candidato a la presidencia del PAN. De poco le importó su compromiso ideológico con la derecha al hacer uso de la renta básica universal en sus propuestas de campaña, plan económico del que se desconocen sus efectos en contextos como un país latinoamericano, y que el PAN desde siempre ha estado en contra, como destacaba Porfirio Muñoz Ledo hace no tanto. De poco le importa haber sido aliado sin cuestionamientos a las reformas iniciadas en 2012 como parte del proyecto de nación de Peña Nieto, para ahora ser uno de los principales críticos de éstas, supuestamente empatizando con el pueblo que nunca las aprobó. En resumen, Anaya es solo piel nueva de oveja para el mismo viejo lobo que representa el PAN. Da escalofrío pensar que este tipejo pueda llegar a presidente.

Por último, ignorando a los irrelevantes independientes, AMLO, como lo hiciera Fox antes del 2000 y como hoy lo hace Anaya aunque con menos tiempo (y espero menos efectividad), es en la actualidad el candidato mejor posicionado en las encuestas de casi todos, excepto supongo, aquellas realizadas por el PAN o por el PRI. El Peje, como se le conoce de cariño, es la muestra de cuán mal tiene que estar la izquierda mexicana como para tener que apoyar a este candidato o huir de él y aliarse con la derecha panista. Ante el escenario oscuro que se presenta en la mente al imaginarnos a Meade o Anaya en la silla presidencial, muchos ven en AMLO al "menos peor" del que idealmente hablábamos unos párrafos arriba. Después de todo, López Obrador ha sido el abanderado de la izquierda mexicana desde el 2006. En aquel entonces, víctima muy probablemente de un fraude electoral que le robó la victoria, AMLO comenzó  a estar en campaña permanente, anunciándose, viajando por todo el país, y prometiendo con una vez él llegue al poder  cambiará toda la situación del país para bien. La campaña de doce años de AMLO es un caso de estudio para la sociología política sin dudas. La versión mexicana del populismo cuenta aún en sus filas con gente respetable, e incluso en algunos aspectos admirables. Simpatizan con él personalidades como el ya mencionado Muñoz Ledo, la periodista Carmen Aristegui, o el también periodista Paco Ignacio Taibo II.

Confieso que a principios de este año, sí estaba empezando a creer que AMLO podría ser el "menos peor". Que tal vez, si bien su populismo y su notable autoritarismo mesiánico asustan a racionalistas de derecha, centro e izquierda por igual, podía ser el menor de los males. Pensaba en esas cosas, porque en verdad estaba considerando que tenía que ejercer mi derecho al voto. El voto nulo, si bien es una elección que considero legítima, es una forma de activismo que nunca ha tenido grandes resultados, y tal como algunos veteranos testigos de las elecciones comentan, solo sirve para que los fraudes electorales sean más fáciles de hacer.  Con esto en mente, realmente creía que la peor de las pestes podía ser el mejor beneficio para el país, y votar por él sería lo más inteligente que podría hacer con derecho al voto. Tengo amigos y algunos familiares que aún creen que AMLO es precisamente ese candidato. Yo no lo creo. Creo que, junto a Anaya, es el mayor peligro para el bienestar social del país. Una lástima que los dos más retrógradas y hambrientos oportunistas del poder, sean ahora los que van a la cabeza de las encuestas. Más lamentable saber que ni siquiera en el resto de los candidatos se pueda encontrar alguno que realmente valga la pena.

In God We Trust.
La propuesta económica del Peje es, por decir lo menos fantasista. No se diga ya su campaña de más de una década que asegura el mesianismo, elemento tan común en este como en el candidato de derecha. La idea que todos han explotado es la del futuro y de cómo al llegar a la presidencia se volverá presente. El futuro es uno donde hay justicia, donde el pueblo confía y exige a las instituciones, donde no hay corrupción y se progresa como país. Es la promesa de cada uno de los candidatos a la presidencia que he llegado a escuchar y leer, por lo menos después de Lázaro Cárdenas. La diferencia es que ahora se cuenta con medios de difusión masiva no controlados por ningún grupo en específico. Esto permite mayor oportunidad de acceso a la información, sí, pero también es el caldo de cultivo de las fake news, de la guerra sucia y la desinformación. La opinión pública ya no sabe distinguir una crítica de un elogio, tal como un artículo (crítico) sobre López Obrador en The Economist, demostró.

La campaña de AMLO se ha movido de un ataque frontal a la "mafia del poder" a una serie de alianzas mezquinas y justificaciones ridículas para ello. En Morena no solo encontramos ya expriístas y expanistas que hace un par de años eran crudos críticos del Peje que presentaban sus caras en los medios despotricando contra el candidato, sino que el partido se ha unido a la derecha más retrógrada, inconstitucional y arcaica que se puede encontrar: el evangélico Partido Encuentro Social. Es de temer seriamente cómo el candidato de supuesto compromiso con el pueblo saca provecho de aquellos que buscan suprimir garantías al pueblo mismo. Sus defensores alegan que es solo un plan para adquirir más votos sin más efectos. Pero si algo debemos tener presente de la política en México, es que ningún favor es gratis, y es obvio lo que busca el PES con esta alianza: un fortalecimiento y mayor influencia en el poder para impulsar sus propios intereses. Todo esto, propio de una mafia, es lo que ahora encontramos en el partido de AMLO.

Entonces, no. No votaré por aquel que representa al dinosaurio anquilosado y canalla, que se sintió bastante cómodo observando y participando en las injusticias de 2006 a 2017 bien acomodado entre los grandes puestos. No, tampoco votaré por el lobo con piel juvenil de oveja, que explota cualquier discurso y propuesta, por más contraria a lo que haya dicho el año anterior, con tal de obtener mayor popularidad. No, no voy a votar por el nini que lleva doce años en campaña y que a todas luces es un populista y convenenciero, a fin de cuentas, un político mexicano más. Y obviamente no votaré por candidatos independientes impresentables, como Margarita Zavala y el Bronco.

No votaré por ningún mal menor, porque por lo menos en México eso no existe. La mejor prueba de ello son los propios partidos, sus campañas, sus representantes y sus actos pasados y presentes. No creo que nos dirijamos a convertirnos en Venezuela, como los derechairos aseguran, ni tampoco que ningún tecnócrata nos llevará a ser potencia mundial, como algunos prianistas piensan. No creo en el mesianismo, donde un solo individuo con sus propias ideas cambia su país (para bien). Pero también acepto que podría equivocarme. Tal vez este es un panorama demasiado oscuro. Tal vez no debería exigir o esperar tanto de un candidato o de la política mexicana en general, ¿no? Estoy de acuerdo con Noam Chomsky, cuando en su encuentro con AMLO afirmó:

“No me presento a mí mismo como un especialista en política de México, aunado a que no tengo un conocimiento profundo de la misma. Lo que entiendo es que López Obrador va muy bien en las encuestas y muy bien podría ganar, a menos que sean tomadas medidas que minen las elecciones tal como ha pasado en México. Y no tengo por qué recordarles eso.”
Es todo lo que un ciudadano, como yo, que busca entender la política de un país puede saber. Y da miedo llegar a la conclusión que eso es verdadero conocimiento. No soy optimista sobre el futuro en materia política, sencillamente porque aquí la política consiste en oportunismo. Las necesidades de la sociedad pasan a segundo plano, ocasionalmente cobran importancia cuando se trata del informe presidencial anual.

Una imagen desde el blog de Daniel Zepeda que resume a la perfección lo que pienso de los sesudos analistas que creen que no votar o anular el voto es sinónimo de no participar o no estar preocupado por la política. 

Actualización 23/04/18 La noche de ayer se presentó el primer debate entre los candidatos a la presidencia, y como era totalmente predecible, más que un debate fue un divertido circo donde se presentaron calumnias, propuestas fantásticas, ambigüedades y, claro, ridiculeces sin más. No sé si yo soy muy terco o ciego, pero solo vi confirmadas las tesis aquí expuestas: de todos no se hace uno; todos son oportunistas que hacen gala de discursos obsoletos, repetitivos y vagos; gustan de atacar a sus principales demonios (AMLO ataca a la "mafia del poder"  y la corrupción, mientras que el resto se dedicaron a atacar a AMLO), y dar rodeos o inventar datos para salvarse de las preguntas incómodas.

Sin duda, fue divertidísimo (y algo escalofriante) escuchar al Bronco sobre sus propuestas ridículas y sus ataques injustificados a las políticas de asistencia pública (que sí se dan en Nuevo León), a Margarita Zavala hablando a las mujeres de México con esa falsa humildad (solo le faltó afirmar que también tiene "las manos limpias"); y fue sumamente aburrido escuchar por centésima vez el mismo discurso añejo y memorizado del querido Peje, quien se las arregló para no contestar nada concreto sobre los mecanismos para realizar sus propuestas, además de demostrar una vez más (como si hiciera falta una prueba más) de su enfermizo hibris, cual mesías que se cree, viéndose como alguien sin defectos (lo que sería su primer y más peligroso defecto de quedar como presidente de una nación). Los ataques continuos de Meade y Anaya al candidato de Morena, aunque considero en su mayoría acertados, son también otro ejemplo de cuán dogmática se está dejando ver la izquierda, permitiendo que aquellos que se encuentran en la derecha política ataquen en base a datos y hechos, algo que la derecha, hasta hace no tanto, se ocupaba de despreciar.

Algo curioso de este tipo de "eventos" es observar que no importa cuántas ridiculeces pueden asegurar aquellos candidatos que tienen menos del 5% de popularidad en las encuestas nadie los refuta o corrige. Ni siquiera se les presta atención. Este es, creo yo, un interesante indicador de cómo el juego del poder se concentra solo en aquello que representa la verdadera competencia por ocupar la silla presidencial.

Con todo lo poco confiables que son los discursos de estos sujetos y los que están detrás de ellos, algo que no debe perderse de vista es el contraste de sus afirmaciones (muchas veces extraordinarias) con los datos y las evidencias disponibles. Para esto, el equipo del sitio web Verificado2018 ha realizado una admirable investigación sobre las afirmaciones más altisonantes durante el debate, dividiendo éstas en las temáticas "Seguridad y violencia", "Corrupción y combate a la impunidad" y "Democracia y grupos vulnerables". Los supuestos departamentos no declarados de AMLO y sus afirmaciones sin comprobación, las estadísticas engañosas mostradas por Anaya y Meade, las afirmaciones estúpidas y propuestas criminales del Bronco, y la hipocresía de Zavala, se ven analizadas en estos tres artículos, que brindan información acorde con lo que sabemos con buen grado de certeza sobre estos y otros problemas.

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* "¿Cuáles son las propuestas de los candidatos a la Presidencia?", artículo en el diario El Financiero que resume las principales propuestas de los candidatos. Juzgue usted lo risibles de algunas y lo contradictorio o ambiguo de otras.

3 comentarios:

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  2. Buenas madrugadas Daniel, quisiera saber que opinas de lo que dice esta nota; que una facción no desdeñable del asqueroso PES se destapó a favor de Anaya y Alejandra Barrales: https://www.reporteindigo.com/reporte/se-unen-a-anaya-barrales-30-mil-militantes-del-pes-dicen-a-alianza-morena/

    Si lo que dice la susodicha nota es cierto, entonces yo ya no entiendo nada, es como tu sostienes, que todos los malditos políticos de este país no se guían por ideología política alguna, sino que son capaces de aliarse con el payaso Eso si eso les garantiza votos.

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  3. No es sorprendente, los militantes del PES, como fundamentalistas cristianos de derecha tienen, en teoría, más en común con el PAN que con Morena. El que los partidos en general procuren el oportunismo, no quiere decir que todos los miembros de dichos sistemas sociales estén de acuerdo con abandonar sus compromisos ideológicos.

    Hay personas con fuertes compromisos con los valores de izquierda desde el PRD, Morena y el PT, así como hay personas comprometidas con los principios de derecha del PAN o del PES.

    Y también hay conflictos de interés dentro de los mismos partidos. Por ejemplo, esa misma división se mira en el PAN, con militantes que apoyan a Anaya y otros que apoyan a Zavala; y claro, están los panistas anti-PRD. Dentro del PRD hay un número significativo de simpatizantes de AMLO, y anti-panistas que nunca estrecharían la mano de Anaya.

    Por todo esto es que la dicotomía tradicional de izquierda-derecha política no alcanza para comprender lo que realmente sucede en la política mexicana.

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