Es probable que usted, igual que yo, se considere "escéptico" y la siguiente historia le suene muy familiar: seguramente convive a diario con personas para las que el escepticismo no forma parte de su identidad, ni es algo en lo que piensen a menudo. Estas personas casi nunca están conscientes de los peligros de comprar historias pseudocientíficas, paranormales o conspiranoicas. En alguna clase de reunión, quizás durante una clase de escuela, en la hora de comida del trabajo, en una fiesta o en un evento familiar, alguna persona comienza a contar anécdotas de fantasmas, ovnis, duendes o milagros; quizás hace afirmaciones extrañas, como que los aviones que vemos a diario nos fumigan con veneno, con que lo natural es mejor que lo artificial, que hay estudios que demuestran que las vacunas son tóxicas o que el calentamiento global es una patraña para votar por la izquierda. Los demás ponen mucha atención a la historia, sin expresar dudas ni cuestionamientos. Aquí se plantea una importante cuestión: ¿debería expresar su punto de vista escéptico con respecto a estas afirmaciones extraordinarias?
Si la situación le parece muy familiar, le diré que a mí también. Me ha pasado por igual con amigos y en reuniones familiares. Este tipo de situaciones, de hecho, le pasa a prácticamente cualquiera que tenga consciencia sobre los bulos pseudocientíficos, el fanatismo religioso o los fraudes paranormales. La cuestión tal vez le resulte irrelevante si está pensando en responderle a alguien que lo conoce bien y que ya sabe qué opiniones maneja usted. Pero se vuelve más difícil cuando no es así, y las personas no solo relatan sus creencias irracionales con sinceridad, sino que no esperan que alguien proponga una réplica o cuestione sus convicciones. La dificultad puede crecer si pensamos en qué será preferible, si comenzar un intento de discurso racional posiblemente arriesgando la comodidad de quienes están conviviendo, o quedarse en silencio y dejar que la persona crea a placer lo que afirma.