Reseña de Extraterrestre, de Avi Loeb
La búsqueda de vida inteligente extraterrestre no es solo un proyecto científico (manchado por mucha pseudociencia y, en algunas ocasiones, mala ciencia ficción), sino también filosófico y (en cierto sentido) religioso. Expone, como pocas ideas, lo frágil que es el ego de la especie humana al considerar la posibilidad de no ser la única civilización ni el único planeta en poder albergar una. Es, al fin y al cabo, un proyecto muy humano, que nos recuerda también la delgada línea entre la conjetura racional y la especulación desenfrenada, entre la humildad de la docta ignorancia y la arrogancia de creernos con una respuesta definitiva (sea a favor o en contra de haber encontrado una primer prueba de civilizaciones alienígenas). También es de esos proyectos que mejor nos ayudan a comprender que las fronteras entre ciencia, tecnología, ingeniería, filosofía, ciencia ficción, mala ciencia, pseudociencia y religión, no están tan claramente dibujadas como muchas veces tendemos a pensar.
Todo esto es lo que suelo esperar de un buen libro de astrobiología, y es justo lo que encontré (para mi sorpresa) en el más reciente libro de Avi Loeb, Extraterrestre (2021). Nunca está de más aclarar este punto: por "buen libro" no hablo de uno con el que esté completamente de acuerdo en cada una de sus tesis (de hecho, son pocos los buenos libros que son así), ni tampoco me refiero a todo lo del párrafo anterior como un halago completo al autor, dado que en veces, esas lecciones de la diferencia entre humildad y arrogancia, especulaciones racionales y especulación desenfrenada, e incluso entre ciencia y tecnología de pseudociencia y mala ciencia, no suelen ser lecciones que el autor nos enseñe explícitamente, sino que sus posturas terminan siendo uno o lo otro aún en contra de lo que éste puede sostener sobre sí mismo.
Con esto aclarado, el libro de Loeb es un buen libro, pero uno que debe tomarse con pinzas, y debe tenerse en cuenta que su contenido es una mezcla de ciencia, filosofía, mala ciencia, especulación desenfrenada e incluso (contrario a la palabra favorita del autor) mucha arrogancia. Solo distinguiendo cada cosa es que puede juzgarse adecuadamente éste, el mayor trabajo de apologética en favor de un presunto hallazgo de tecnología extraterrestre, y lo que podría implicar de ser verdad.
Oumuamua como artefacto alienígena
Como ya hemos comentado (aquí y aquí), existe una controversia mediática (no científica) sobre la posibilidad de que Oumuamua, el primer objeto interestelar detectado cruzando nuestro sistema solar, tiene un origen artificial, es decir, si es una nave o el trozo de una enviada por alguna civilización extraterrestre. También hemos comentado que (ignorando a los ufólogos que se han colgado del suceso) el principal defensor de esta idea es Avi Loeb, catedrático de Astrofísica de la Universidad de Harvard, director de la Iniciativa Agujero Negro y del Instituto de Teoría y Computación. Loeb no es ningún chiflado, sino un especialista en distintas áreas de la astrofísica, con un currículum envidiable y aportaciones sustanciales a la teorización de la búsqueda de vida inteligente. Extraterrestre puede verse como una obra con distintas líneas a tratar: es en parte una autobiografía intelectual, en la que Loeb nos habla desde los orígenes de su familia y su éxodo durante de la Segunda Guerra Mundial, hasta sus más recientes proyectos anteriores a la detección de Oumuamua, como la ya mencionada Iniciativa Agujero Negro (que presentó con entusiasmo al lado de Stephen Hawking) y la Iniciativa Breakthrough Starshot, enfocada en lanzar velas solares a Próxima Centauri b, un exoplaneta que ha excitado bastante a los astrobiólogos desde su descubrimiento.
Siendo la carrera de Loeb una tan brillante en varios subcampos de la astrofísica, realmente sorprende cuán frágil es la tesis principal de su libro, que ha sido defendida igual en papers, que solo han hecho que los astrónomos se pregunten "¿Qué rayos le ha pasado a este tipo?". No estoy jugando, ni tampoco pretendo subirme en el prestigio de Loeb. Es que, de verdad, al comenzar el libro, esperaba encontrar argumentos múltiples para sostener la hipótesis que explícitamente sostiene y supone capítulo tras capítulo: "Oumuamua es un equipamiento tecnológico extraterrestre." Es una gran afirmación, demasiado extraordinaria como para exigir, si no evidencias extraordinarias a su favor, mínimo razonamientos medianamente decentes como para creer que es una hipótesis que merece la atención de la comunidad científica.
En su lugar, los argumentos principales son dos, que los que tienen años en el asunto de los ovnis y lo paranormal seguramente reconocerán de inmediato: decimos que las explicaciones más aceptadas por la comunidad científica presentan x número de problemas si se contrastan con los (limitados) datos sobre Oumuamua; y asegurar que es muy improbable que Oumuamua sea un fragmento de roca con origen natural, no artificial. No es broma, esos son los dos grandes argumentos en favor de la hipótesis del objeto artificial alien. ¿Recuerda cuando los ufólogos aseguran que hay "problemas" en la explicación de un ovni como una identificación errónea con un avión o con Venus? ¿Ha escuchado a los creacionistas decir cuán improbable es que un ser tan complejo como el ser humano, surja de un proceso ciego gobernado por la casualidad? Pues lo mismo. Y tiene un toque adicional, que hace que no me quede la menor duda de que estamos tratando con el mismo tipo de argumentos: Loeb asegura que, si la comunidad científica no se ha tomado en serio su hipótesis, es porque es cerrada, dogmática y se niega a cambiar ante un hallazgo potencialmente impresionante y trascendental, como lo sería la primer prueba de una civilización extraterrestre. A la comunidad científica le falta humildad, dice el autor que está convencido de haber demostrado que existe una civilización extraterrestre a partir de su argumentación. Y presume la humildad a más no poder por todo el libro, típico de la gente humilde. Es tal cual lo describió Luis Alfonso Gámez, una completa apelación a los "extraterrestres de los huecos".
¿Hay problemas con la hipótesis de que Oumuamua sea un cúmulo de rocas congeladas? Mire, mi hipótesis de la vela solar extraterrestre no los presenta. ¿No pudimos observar desgasificación en Oumuamua, como se observa en los cometas oriundos de nuestro sistema solar? Obvio que no, porque las velas solares no se derriten, y eso es justamente Oumuamua. ¿No se pudo explicar inicialmente por qué se observó una ligera aceleración de este objeto interestelar cuando se acercó al Sol? Bueno, las velas solares precisamente se aceleran cuando reciben el impacto directo de los rayos del Sol, ¿no ve que eso es lo que seguramente fue Oumuamua? Puede acusarme de caricaturizar los argumentos de Loeb, mientras no ha leído el libro. Pero una vez que lo lea, vuelva a esta reseña y me platica si he faltado a lo que Loeb sostiene.
Para mi asombro, este astrofísico presume haber publicado papers donde "demuestra" cuán improbable es que Oumuamua tenga un origen natural: más o menos una en un billón, dice. ¿Y cuánta es la probabilidad de que sea un artefacto construido por alguien "ahí afuera"? No es relevante si la retórica contra la improbabilidad del origen natural se vuelve tu principal arma:
Hay una posibilidad estadística, más o menos de una entre un billón, de que Oumuamua fuera una roca única. Pero, entonces, el hecho de que los sistemas planetarios en torno a las estrellas cercanas expulsaran materia suficiente para producir una cantidad considerable de objetos como Oumuamua se vuelve una posibilidad áun más remota, porque se necesita mucho más material con la forma de objetos interestelares normales, como 2I/Borisov.Por el contrario, los datos avalan otra hipótesis: que Oumuamua era tecnología extraterrestre, tal vez extinta o desechada. En este sentido, hay algo que ha sido subestimado por casi todos los que han escrito sobre el tema. Es el hecho de que, en unos algunos años, la humanidad podría construir una nave espacial que reuniera todos y cada uno de los atributos de Oumuamua. En otras palabras, la forma más simple y directa de explicar un objeto con todas las cualidades observadas de Oumuamua es decir que fue fabricado expresamente.
Brillante, pero no hay un equilibrio real en este razonamiento. ¿Tiene sentido creer que las cualidades observadas de Oumuamua (y se refiere especialmente a que fue un objeto que se aceleró al acercarse al Sol, como los cometas, pero sin expulsar una cola de vapor) son las únicas que realmente tenía? ¿Cuán seguros estamos que las observaciones y los datos limitados sobre Oumuamua fueron realmente lo más exactas y se corresponden con sus auténticas características físicas? Loeb no responde a ninguna de estas preguntas, y parece no importarle mucho. Y más importante insistir: ¿Por qué tomarse la molestia de hablar extensamente de la improbabilidad de una roca como Oumuamua, y no dedicar ni una reflexión sobre la probabilidad de Oumuamua como nave alienígena? Para ser justos, Loeb sí se plantea esta última pregunta, y de hecho parece muy consciente de lo que representa tal problema para su hipótesis preferida del origen artificial. Para que chatarra espacial alienígena se cruzara en nuestro sistema solar, en este tiempo en que vigilamos sistemáticamente los cielos, cada estrella de la Vía Láctea tendría que enviar en promedio mil billones de estos objetos al espacio, tan solo para que surgiera la posibilidad de que uno cruzara velozmente por el campo de visión de nuestros más potentes telescopios, justo en el momento en que se apuntan a una dirección del cielo. Loeb explica que esto se traduce en un lanzamiento cada cinco minutos desde cada sistema solar de la galaxia, asumiendo que todas las civilizaciones vivan tanto como la Vía Láctea (unos 13 mil millones de años).
Esto es un absurdo, y haría que la probabilidad del origen natural de Oumuamua sea miles de veces más razonable. Pero Loeb no se da por vencido (de ser así, el libro se acabaría justo a la mitad). En su intento por apelar a la improbabilidad natural como argumento a su favor, Loeb intenta mejorar los números de la probabilidad artificial. Primero, nos comenta que el escenario arriba planteado es desde el inicio irracional, y nadie lo sostiene, pues tendría que haber una infinidad de civilizaciones invirtiendo una gran cantidad de tiempo en expeler una suma ingente de material. En segundo lugar, al plantear que es un objeto fabricado, suponemos entonces que detrás de su construcción hay una inteligencia, por lo que podemos prescindir de la necesidad de que haya una distribución fortuita de naves explorando la galaxia; si los científicos en la Tierra apuntan las naves a planetas y estrellas determinadas, es lógico pensar que los extraterrestres prevén lo mismo, ¿no? En tercer lugar, ¿por qué presuponer la "trampa" de que las naves interestelares son muy raras y muy valiosas? ¿Solo porque nosotros tenemos cinco tristes sondas interestelares? Tal vez, en efecto sean muy, muy raras, como en nuestro caso, pero tal rareza, asegura el autor, es menos ilógica si comparamos las naves alienígenas con el posible ritmo al que se calcula que podrían lanza StarChips, las velas solares de la Iniciativa Starshot. De acuerdo a Loeb, una vez hecha la inversión para fabricar un láser con una potencia adecuada, y una vez lanzado al espacio, los costos relativos de enviar muchos miles, o incluso millones, de StarChips al espacio interestelar caerían exponencialmente. Aún más, la apuesta principal de Loeb es que Oumuamua tiene un origen extraterrestre, pero no estaba pensado para ser una nave que explorara específicamente nuestro rincón de la galaxia, sino que tal vez es basura espacial, parte de alguna nave que lleva milenios sin funcionar, al estilo de la chatarra espacial que orbita nuestro planeta, y que se ha incrementado en las últimas décadas.
Todos estos puntos en conjunto ciertamente harían que la probabilidad de Oumuamua como una nave espacial sea poco menos risible, pero Loeb no aporta ni una prueba para suponer que tal probabilidad es menor que la ofrecida para el origen natural. Y no retoma el asunto, porque se vuelve irrelevante para las implicaciones que Loeb se imagina, de estar en lo correcto sobre Oumuamua.
Astroarqueología y la apuesta de Oumuamua
El libro de Loeb no es una obra que solo argumenta por el origen artificial de Oumuamua. También utiliza a este objeto como base para el análisis del trabajo actual de la astrobiología y la búsqueda de inteligencia extraterrestre, así como fuente de reflexiones interesantes que rayan en el existencialismo, doctrina filosófica de la que Loeb se enamoró durante su juventud. Si Oumuamua es efectivamente una pieza de alguna civilización probablemente extinta de las estrellas, nos veríamos en la necesidad de buscar más pistas sobre esta y otras posibles civilizaciones (sea que aún existan o no, pero sobre todo asumiendo que se han extinguido por su propia longevidad). Esto impacta completamente en la trascendencia de la civilización humana. ¿Estamos destinados a extinguirnos como esas hipotéticas megacivilizaciones que son capaces de lanzar objetos por toda la galaxia? ¿Duraremos suficiente como para volvernos nosotros una de esas civilizaciones? ¿Duraremos lo suficiente para ver respondidas estas preguntas?
Como una especie que se hace estas preguntas, deberíamos ser capaces de comenzar a hacer investigaciones que nos ayuden a responder estos cuestionamientos, y Oumuamua sería esta clase de mensaje en una botella en el que nos podríamos empeñar en leer para su total comprensión, o, en palabras del propio Loeb:
Para interpretarlo totalmente, pienso que tendremos que dejar de ver la astronomía solo como el estudio de las cosas del espacio y empezar a tratarla como una disciplina investigadora e interdisciplinar.
Parece que para Loeb, la astronomía hoy día no cumple con esto, y de hecho, en su infinita humildad, propone la creación de una nueva ciencia:
Necesitamos urgentemente una nueva rama de la astronomía, que yo he llamado«arqueología espacial». Igual que los arqueólogos que cavan para averiguar cosas sobre la sociedad maya, por ejemplo, los astrónomos tienen que empezar a buscar civilizaciones tecnológicas excavando en el espacio.Es fascinante elucubrar lo que podrían encontrar estos astroarqueólogos, pero esa no es ni siquiera la razón de mayor peso para tomarse en serio esta investigación. Lo cierto es que nos podría dar perfectamente ideas que nos induzcan a seguir nuevas sendas científicas y culturales, y que quizás conviertan a nuestra civilización en una de esas pocas que consiguen traspasar el gran filtro.
Igual de interesante a la fundación de la astroarqueología, es su "apuesta de Omumua". Inspirado en la famosa apuesta de Pascal, Loeb hace el siguiente planteamiento: la humanidad apuesta su futuro a que Oumuamua es o no es tecnología extraterrestre. Explorar entre las estrellas para encontrar la vida que esperamos que haya, es el cielo en sí mismo, asegura. Mientras que apostar mal o en contra, planificando poco y tarde podría acelerar nuestra extinción (y yo añadiría que también nos mantendría en las mismas, sin poder resolver si existe o no civilizaciones en otros planetas). Loeb asegura que su apuesta se diferencia de la de Pascal en que la suya solo necesita un ejercicio modesto de esperanza en recabar más pruebas científicas (momento, ¿más pruebas? ¿Cuándo tuvimos alguna?). Podría ser algo tan simple como una única imagen en primer plano y en alta resolución de un objeto que ya se consiguió fotografiar desde lejos (sí, está hablando de Oumuamua).
Mientras el filósofo Blaise Pascal hizo un "análisis" de costos y beneficios para la vida eterna postulando la existencia de Dios, la de Loeb es una apuesta que solo exige creer en la existencia de una inteligencia que no es la nuestra, y que está en algún lugar del universo observable. Incluso, asegura Loeb contrario a lo que pensaría un ateo que también es escéptico de sus tesis sobre Oumuamua, la apuesta de Pascal solo tenía fe, mientras que la suya es una apuesta basada en indicios y razonamientos. Por último, este astrofísico nos comenta que las conversaciones sobre Oumuamua a menudo deriva a lo religioso, y esto es porque cualquier inteligencia lo bastante avanzada se nos antojaría como algo muy parecido a Dios (observación que los críticos de los ovnis y los lectores de cómics de Superman encontrarán como una reflexión acertada).
Las implicaciones religiosas de una civilización extraterrestre es un tema recurrente en toda la literatura que existe sobre el tema, sea de ciencia o ciencia-ficción (incluida la ciencia-ficción que nos intentan vender como ciencia). Fue un punto que inspiró las especulaciones ufoteológicas de Salvador Freixedo, como algunos de los debates imaginados por Carl Sagan en su única novela, Contacto (1985). Es, al fin y al cabo, otra forma de aproximarse a las preguntas existenciales que se derivan de una posible demostración de que la civilización humana no está sola. Todo esto puede hacer que muchos nos olvidemos de los vergonzosos argumentos de Loeb para sostener su hipótesis. Después de todo, sus implicaciones son fascinantes y es en lo que, según he comprendido de mi lectura, se concentra principalmente este libro.
Por qué vale la pena leer a Loeb, aunque no le creamos una palabra
La especulación sobre el origen artificial de Oumuamua solo se vuelve más y más, y más grande, al punto en que no queda claro si la ciencia que imagina Loeb es factible más allá de la ficción futurista. Todos estamos de acuerdo que la exploración del espacio genera el sentimiento de humildad en las personas, un sentimiento que debería ser compartido por todos los habitantes de este punto azul pálido, y esforzarse así por preservar todo lo bueno de nuestro planeta, la vida y la civilización. Pero este sentimiento no es excusa para confundir la realidad y soñar con el mayor descubrimiento de la historia, cuando no se cuenta con los elementos mínimamente necesarios. Loeb especula, y mucho. Especula sobre la trascendencia de la demostración de su hipótesis, especula sobre todos los proyectos que la astroarqueología podría realizar en el futuro si tan solo dejáramos de lado los valores de la "ciencia conservadora" y aceptáramos que sus humildes ideas son las que mejor explican el problema, y que resultan en la mejor apuesta para toda la civilización. Humildemente, Loeb.
Pero llega un momento en que se vuelve necesario despertar: sus argumentos para sostener que la suya es una hipótesis científica son indistinguibles (en su estructura) de los mismos argumentos de platillos voladores, alienígenas ancestrales y diseñadores inteligentes. Más que apoyarse en datos, estos argumentos se alimentan de los huecos en nuestro conocimiento y en las objeciones de las hipótesis más plausibles, como si atinar una crítica a un rival lo convirtiera en una mejor opción o descartaran completamente al rival. Su astroarqueología está más cercana a la ciencia-ficción futurológica, aunque no dudo que, si no nos destruimos a nosotros mismos primero, algún día podría ser un proyecto realista. Y su apuesta es perfectamente realizable sin necesidad de comprarnos el origen artificial de Oumuamua. Podemos seguir esforzándonos para que la búsqueda de vida extraterrestre (y de civilizaciones) siga siendo un tema cada vez más aceptable en la ciencia, así como en la agenda política de cada país, aún cuando la hipótesis de Loeb termine envejeciendo mal, y de hecho, ya lo está haciendo.
Pensemos en un hecho sencillo: desde la astrofísica, se siguen publicando más y más papers sobre los orígenes y la naturaleza de objetos como Oumuamua. Hoy, por ejemplo, sabemos que es posible que ingresen cerca de siete objetos interestelares a nuestro sistema solar, muy similares a Oumuamua, por año, conclusión que, de ser correcta, solo agrega otro clavo a la tumba de la hipótesis favorita de Loeb. Pero al mismo tiempo contribuye en una mejor comprensión de estos visitantes solitarios, posibilitando un estudio directo de los mismos, preparándonos para mandar una nave al próximo que se aparezca por aquí.
Hasta aquí, he aclarado que medio libro de Loeb se dedica a la fantasía derivada de soñar con un mundo que le compra sus ideas; he sido bastante irónico con la "humildad" que Loeb le exige a la escéptica comunidad científica, a la vez que esgrime ser el descubridor de la neta del planeta, que él está en lo correcto y los dogmáticos conservadores de la comunidad científica no. También he dicho que su argumentación no es más impactante que la que ya conocíamos antes de leer su libro. Loeb, al principio del libro, también señala que hoy apostar por un origen artificial para Oumuamua es más descabellado para los científicos que postular 11 dimensiones, cuerdas inobservables o universos paralelos, y en esto tal vez tiene razón. El número de científicos a investigar estas ideas es mucho mayor que el dedicado a buscar una señal de radio de origen extraterrestre, y muchísimo menor que los que defienden que un objeto de una civilización alienígena cruzó nuestros cielos en 2017.
Creo que Loeb tiene razón, pero el motivo equivocado: creo que los criterios que se presuponen para hacer ciencia, muchas veces no son los más rigurosos y deseables, y postular un multiverso imposible de demostrar debería ser visto con el mismo escepticismo que recibe este astrofísico por proponer que un trozo de chatarra espacial extraterrestre atravesó el sistema solar. Pero la filosofía de la ciencia de Loeb tira para el lado contrario, para que su hipótesis sea igual de aceptable que cuerdas y multiversos, lo que hace pensar en qué clase de criterios está pensando para considerar una hipótesis como científicamente legítima. También es consciente que muchos de sus críticos están (estamos) convencidos que su trabajo anterior con velas solares ha hecho que su razonamiento esté favorablemente sesgado a mirar en otras partes artefactos de este tipo. Como él mismo recuerda el dicho, "para un martillo todo son clavos". Pero él está feliz en aceptar que sí, su trabajo anterior influye en su proyecto actual.
Si el libro de Loeb se redujera a lo que hasta ahora expuse, sin lugar a dudas lo consideraría un mal libro. Por fortuna, aunque esto es el corazón del libro, su cuerpo es sencillamente exquisito. Pocas veces se tiene la oportunidad de leer a alguien con tanta experiencia en la ciencia, que además estuvo cerca de decidirse por dedicarse a la filosofía. Cada capítulo ofrece ideas, opiniones y reflexiones interesantes sobre prácticamente cada tema que hace tan interesante a la astrobiología. De los exoplanetas a la viabilidad del proyecto SETI, de la necesidad de la investigación científica en la búsqueda de inteligencia extraterrestre hasta el significado de la evolución de nuestra civilización. Por eso es que, a pesar de mis críticas, encontré una sorprendente lectura, muy agradable y estimulante. Eso, repito, es lo que busco de un buen libro, no tanto estar de acuerdo con todo lo que me dice. Extraterrestre es un buen libro, porque contribuye al debate, sea mediático o filosófico, pero para decepción de muchos que esperamos ver el día de una prueba de vida extraterrestre, no ofrece los elementos suficientes para hablar de un legítimo debate científico.
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