domingo, 17 de marzo de 2013

¿Por qué no me gusta ser "ateo"?


Si les soy sincero, tenía planeado publicar este artículo dentro de una semana más, pero qué mejor momento para dar a la luz una reflexión personal sobre el ateísmo que en la semana atea.

Desde que tenía 15 años (ahora tengo 20) me declaré abiertamente ateo. De hecho, no recuerdo haberme declarado católico en ningún momento; no digo que no creyera en dios antes, sino que no le tomaba importancia a la religión a tal grado que no tengo recuerdos de cuando decía que era católico (eso porque, supongo, no levantaba controversia ni hacían gestos aquellos que me preguntaban). Como sea, lo cierto es que ya tengo un tiempo razonando este asunto de la religión y la existencia (o inexistencia) de un dios personal, y por más que trato de comenzar desde cero, la verdad es que me resulta absurdo  pertenecer a una religión solo porque “me lo inculcaron”.

Sin duda alguna me parece una abominación el fanatismo y el fundamentalismo religioso, me considero un defensor del estado laico, denunciante de tonterías como el creacionismo o la intromisión de instituciones religiosas en la política o la educación, además de estar en contra del adoctrinamiento de niños y la difusión de las creencias religiosas por ser promotoras de la irracionalidad y el dogmatismo.

No creo en ninguna religión, no creo que exista ningún dios, soy intolerante con la intolerancia a la libertad tanto de credo como de pensamiento, me gusta refutar los argumentos a favor de la existencia de dioses, ángeles o demonios, y considero que la ciencia demuestra que la idea de un dios creador o diseñador del universo es simplemente una idea innecesaria. Sí, soy ateo, y un militante. Soy ateo a mucho orgullo, pero no “por gusto”. ¿Por qué? ¿A qué me refiero con que no me gusta ser ateo?

No piensen mal, no estoy renegando de mis “no-creencias” ni mucho menos empezaré a creer en un dios personal indiferente y lógicamente contradictorio. No empezaré a decir, como dirían antiguos ex-ateos como Antony Flew, que “las evidencias me han llevado a Dios”. Seguiré considerándome ateo por no creer en la posibilidad de un dios y por considerar dicha idea contradictoria, irracional e innecesaria.

De lo que reniego es de esa etiqueta social que se conoce como “ateo”. Una etiqueta que en la sociedad se mira casi tan mal como las etiquetas de “materialista”, “comunista”, “anarquista” o “marxista”. Cuando mis amigos me presentan con otras personas, una de las primeras cosas que destacan de mi es que soy ateo, y lo hacen muchas veces con la intención de empezar a debatir.

Otra cosa de la que no me gusta la etiqueta “ateo”, es que incluso aquellos que se autodenominan ateos miran al ateísmo como un movimiento homogéneo, en el que todos somos del mismo pensamiento, compartimos las mismas cosas y los mismos gustos (por ejemplo, muchos piensas que ser metalero ya es sinónimo de ser ateo, o viceversa, siendo que el Metal no es “mi fuerte”).

Bajo la etiqueta “ateo”, los racionalistas críticos extremos piensan que el ateo que crea en ovnis o en medicinas alternativas no es un verdadero ateo, sino un pseudoateo. Para los “ateos” que creen en ovnis o en medicinas alternativas, no creer en ovnis o en medicinas alternativas no es ser un buen ateo.
Bajo la etiqueta “ateo”,  los anticatólicos y anticlericales extremistas piensan que querer quemar una iglesia, usar la Biblia como papel de baño o acusar al papa de pedófilo es ser un buen ateo, a la vez que mientras que los que piensan (pensamos) que quemar iglesias no es más que un acto de vandalismo tonto, que la Biblia es un libro que debe mirarse con una perspectiva tolerante de escepticismo y pensamiento crítico, y que acusar al papa de pedófilo no tiene sustento (pero sí tiene sustento acusar de cómplice y encubrir casos de pederastas) no son “verdaderos ateos”.

Bajo la etiqueta “ateo” se quiere mirar un montón de cosas: el género, la ideología política, la forma de vida, el nivel de conocimientos, lo que debes y lo que no debes atacar, la intolerancia hacia las religiones o hacia los religiosos (esta última es simplemente estúpida).

En fin, esto es por lo que no me gusta ser “ateo”:

No son pocas las imágenes en pro del ateísmo
militante que muestra publicidad falsa, como esta
que muestra algunos agnósticos (Carl Sagan,
Charles Darwin y Benjamin Franklin) e incluso
panteístas (Albert Einstein) como
auténticos ateos.
No me gusta que las personas piensen que soy diferente a ellos, como si tuviera una moral distinta,  o un comportamiento diferente o como si tratara de iniciar la segunda revolución comunista, solo porque saben que soy “ateo”.

No me gusta que algunos que se proclaman, igual que yo, “ateos” piensen que nos gustan las mismas cosas y que pensamos de la misma forma, como si el ateísmo fuera una especie de religión dogmática que nos dice qué pensar y qué no. Muchos de esos otros ateos no comparten los mismos gustos, hábitos, pensamientos o incluso creencias que yo tengo. En más de una ocasión he tenido debates sobre este punto.

No me gusta ser “ateo” porque es una etiqueta social que se mira como un grupo rezagado de la sociedad, cosa que no son las personas que se reclaman ateas (o que por lo menos yo no soy).

Si bien, me considero un  libre pensador, no me gusta que se generalice, porque la generalización es una tontería. Muchos ateos piensan de forma cuadrada y sesgada, y aun así no creen en dioses.

No me gusta sobre todo, que los ateos piensen que por ser ateos son más inteligentes que las demás personas que viven “hundidas” en la ignorancia de la religión, ni que las personas que sí tienen una religión piensen que el ateísmo (o que yo, como ateo) es un sinónimo de arrogancia y mentalidad cerrada. Yo no creo ser de tal manera.

Pero sobre todo, no me gusta ser ateo porque la idea de que no hubo nadie que nos creara con un plan o un propósito, es deprimente. Me encantaría que alguien viniera conmigo y me diera evidencias y razonamientos (no choros y adoctrinamientos) que demostraran sin lugar a dudas que la postura del ateísmo (que por cierto, solo es eso, una postura) está equivocada.

Sería fabuloso que el Universo entero girara alrededor de nosotros, que somos un “algo” aparte de los animales y de cualquier otro tipo de vida en la Tierra. Me encantaría pensar que el mundo está siendo soportado por elefantes que a su vez están encima del caparazón de una tortuga (y cambiamos el tema si se les ocurre preguntarme sobre qué está la tortuga).

Estoy muy seguro que muchos “ateos” que leen esto, también les gustaría que cosas como la trinidad, el plan de salvación o la segunda venida de Cristo son reales (habrá quienes piensen que no, tal como Christopher Hitchens lo mostraba).


Sí, no me gusta no creer, pero qué se le va hacer. Las creencias religiosas carecen de fundamento, son irracionales y promocionan vicios culturales como el dogmatismo, la ignorancia, la discriminación y la intolerancia. Las creencias religiosas han sido utilizadas para manipular grandes masas y cometer los peores crímenes contra la humanidad y contra la naturaleza misma.

Me encantaría creer, pero la ciencia y la lógica nos muestran que debemos dejar de lado lo que “nos gustaría que fuera”  para así empezar a ver lo “que en realidad es”.

No me creo más inteligente, ni superior, ni perteneciente de una elite solo por ser ateo, pero tampoco me considero un tonto, dogmático o fundamentalista intolerante que deja de escuchar cuando lo contradicen (y jamás he dicho que los que son creyentes en alguna religión son así). De hecho, me caen bien las personas que son capaces de defender sus creencias de forma respetuosa y racional.

Así que en resumen, no me gusta ser “ateo”, pero lo soy. ¡Soy ateo, y a mucha honra!

SI TE INTERESA ESTE TEMA

*¿Por qué no soy un verdadero ateo? Ensayo de Robert Todd Carroll.


martes, 12 de marzo de 2013

Mis tonterías favoritas


Parafraseando el libro Mis enigmas favoritos del famoso magufo Juan José Benítez, decidí ponerme a pensar en las afirmaciones paranormales que más gracia me han causado. Dejando de lado las chifladuras 2012 y el asunto del efecto Nostradamus, decidí crear este top 10; debo decir que no fue fácil, ya que existen cientos de tonterías que me resultan bastante cómicas y, siendo sincero, fascinantes.

Si algo bueno tiene la irracionalidad de la pseudociencia y la superstición es que es maravillosa. Pensar que seres de otros mundos nos visitan, que podemos curarnos con cristales, chochitos u oraciones; que existen reptiles marinos nadando en lagos europeos; que existe vida después de la muerte y que podemos contactarnos con los este hipotético más allá; que podemos mirar el futuro o tener contacto directo con el creador del universo. Simplemente es maravilloso pensar en que todo esto fuera verdad.

martes, 12 de febrero de 2013

Día de Darwin: el primer antidarwinista


Primero que nada...
¡FELIZ DÍA DE DARWIN!

Ahora sí..

El debate entre ideas opuestas ha sido parte de la civilización desde sus inicios. Sin embargo, pocas ideas han trascendido tanto en la historia como lo ha hecho la evolución. Y es que no solo revolucionó las ciencias naturales, sino que provocó una sacudida mental a la ética, la filosofía, la política, la religión y a la cultura en general.

Un día como hoy, pero de 1809 nació la mente que causaría esta increíble revolución, tal vez, la más importante del siglo XIX: Charles Robert Darwin. El gran naturalista (reconocido como uno de los grandes genios de la ciencia, comparable con mentes como Galileo, Newton y Einstein), durante su juventud disfrutó de las enseñanzas escritas que había dejado el teólogo William Paley sobre cómo la naturaleza demostraba la existencia de Dios.

Paley bautizó su apología como teología natural. Para Darwin, esta doctrina dejaba muy en claro por qué el mundo natural es bello y complejo, a la vez cómo esta belleza era la obra indiscutible de un creador. El más famoso argumento de Paley es el argumento del relojero; según este, la vida es análoga a una maquina como un reloj. Si uno encontrara un reloj de bolsillo en una pradera, lo último que alguien pensaría sería que éste llegó a existir por casualidad, de forma espontanea y sin ningún relojero que lo creara. Forzosamente tendríamos que concluir que ese reloj es una maquina demasiado compleja como para haber surgido de la nada, y tuvo que haber tenido un creador para existir. Del mismo modo, la vida es demasiado compleja como para haber surgido de la nada y sin ningún creador. Por tanto, la vida tuvo un creador, y ese creador no pudo haber sido otro más que el Dios bíblico. Por tanto, Dios existe.

La teología natural puede verse como el fundamento filosófico
del actual creacionismo del diseño inteligente.
La bella retórica de Paley cautivó al joven Darwin, y muy probablemente influyó en su decisión de volverse naturalista. Sin embargo, Darwin como hombre de ciencia, y a lo largo del tiempo en que formuló su genial idea dentro de su mente, se dio cuenta que la teología natural, aunque bella, estaba equivocada. Comparar la vida con una maquina era solamente una falsa analogía. El proceso por el cual ha pasado la vida durante millones de años es un proceso que prescinde por completo de algún guía o algún diseñador.

Algunas décadas después del viaje en el Beagle, Darwin publicaría su obra magna: Sobre el Origen de las Especies por medio de Selección Natural, o la Lucha por la Existencia. El libro contenía una increíble cantidad de datos sobre naturalismo; una increíble información sobre agricultura, ganadería, entomología, botánica y algo de las entonces nuevas ciencias de la geología y la paleontología. Mostrado con elegancia y coherencia, los datos que mostraba El Origen de las Especies buscaban ser el fundamento de la tesis principal: los organismos vivos actuales, descienden de organismo más antiguos, en su mayoría extintos en la actualidad. Todos los organismos vivos tienen ancestros, y toda la vida tiene un ancestro en común y a lo largo de millones de años la vida se ramificó como un enorme árbol. El mecanismo por el cual todo esto ocurrió (y aun ocurre) lo llamo selección natural.

La selección natural, nos dice, es el mecanismo por el cual se preservan los rasgos favorables de las especies, mientras que los desfavorables o inútiles se eliminan con el paso del tiempo. Así especies adaptadas a ciertos ambientes y ciertas formas de vida pueden sobrevivir con rasgos que favorezcan su existencia o extinguirse si no se adaptan al medio y al cambio.

Darwin sabia que asegurar lo anterior era un asunto tabú, incluso dentro de los círculos académicos. Aunque ya existían posturas evolucionistas (como las ideas de Lamarck o de Erasmus Darwin), y un alto grado de escepticismo sobre el relato bíblico del Génesis, la idea de que existe un mecanismo en la naturaleza que no es guiado por ningún dios y que es el responsable de la existencia de la diversidad biológica, era demasiado escandaloso.

Darwin se aseguró de guardar silencio por años, hasta tener una buena cantidad de información y pruebas que mostrara a la selección natural como una auténtica hipótesis científica. De este modo luego de un largo tiempo de espera y siendo un resumen algo apresurado, se publicó El Origen de las Especies el 24 de noviembre de 1859.

Tal y como Darwin predijo, las críticas no se hicieron esperar. Sin embargo, algo que posiblemente no esperaba el naturalista, es que su teoría trascendiera el dialogo científico y llegara al diálogo político, ético y cultural. La teología natural había quedado atrás, ahora en los círculos científicos se debatía intensamente la teoría de la selección natural.

Un paleontólogo en específico sería el mayor atacante de la selección natural, a tal grado, que sería (hasta donde conozco) el primero en difundir una postura que hasta el día de hoy existe. Aquel paleontólogo no era otro que Richard Owen, y las ideas tan radicales que predicó llevan el nombre de antidarwinismo.
El legendario divulgador científico y escritor de ciencia ficción, Isaac Asimov, nos relata en la introducción de su ensayo Los Lagartos Terribles, que “entre los científicos hay bellacos, como en cualquier otro grupo”.

Richard Owen con un fósil de Moa.
Asimov nos cuenta que su candidato favorito para un puesto eminente en la “bellaquería científica” es Sir Richard Owen. “Fue el último de los ‘filósofos naturales’ de primer orden –nos dice Asimov sobre Owen-, que aceptaban las ideas místicas del naturalista alemán Lorenzo Oken. Creían ellos en el desarrollo evolutivo por vagas fuerzas internas, que guiaban a las criaturas hacia ciertas metas especiales.

Cuando en 1859 Charles Darwin publicó El Origen de las Especies, en que  presentaba pruebas de la evolución por selección natural, Owen quedó horrorizado. La selección natural, tal como la describía Darwin, era una fuerza ciega, que transformaba las especies actuando sobre variaciones casuales de los individuos.

Luego de esto, se desató una polémica, tal y como se desata en ciencia a la hora de poner a prueba una nueva teoría. La teoría, para ser considerada válida debe contar con evidencias que la respalden, sobreviviendo de este modo a las críticas que otros científicos puedan hacer. Y así fue como se trató a la selección natural, buscando sus evidencias extraordinarias ante tal afirmación extraordinaria.

Sin embargo, Owen buscaba destruir por completo las ideas de Darwin. “Owen escogió criticar el libro de Darwin en todos los diferentes artículos que logró publicar –continua narrando Asimov-. Eligió presentar anónimas esas recensiones, citando extensamente sus propios trabajos,  con exaltados elogios, para aparentar que los impugnadores eran muchos. Eligió dar un extracto nada fiel del contenido del libro, ridiculizándolo en vez de aducir objetivamente argumentos adversos. Y, aun peor, incitó a otros a atacar a Darwin, en forma venenosa y anticientífica, ante públicos profanos, proporcionándoles para ello información falsa.”

Darwin, ya sea por sus investigaciones o por su mal estado de salud, no solía enfrascarse en debates públicos. Si acaso, comentaba y respondía a reclamos por correspondencia. Richard Owen y Darwin intercambiaron algunas cartas discutiendo el tema de la evolución, y décadas antes de que se publicara El Origen de las Especies, Owen era uno de los paleontólogos que ayudó a Darwin a identificar los fósiles recolectados tras el viaje del Beagle.

Un dato curioso es que revelaciones posteriores por parte de Owen, demostraría que las criaturas extintas recolectadas por Darwin en su viaje (como armadillos y perezosos gigantes), estaban relacionadas  con las especies actuales de la misma zona, pero no descendían de estas, ni eran parientes de criaturas de similar tamaño en África, tal como Darwin creía.

Lo cierto es que, aunque aceptáramos la acusación que Asimov hace a Owen de ser un “…cobarde, maligno y despreciable”, también tenemos que aceptar (así como el propio Asimov acepta), que Richard Owen fue un gran científico, figura imposible de omitir en la historia de la paleontología.

Otro punto destacable es que, aunque podemos verlo como el primer científico antidarwinista, nunca fue un creacionista. Owen creía que los organismos biológicos surgen como resultado de algún tipo de proceso evolutivo. Para esto, creía que existían seis tipos de mecanismos: el desarrollo de la partenogénesis prolongado, parto prematuro, malformaciones congénitas, atrofia lamarckiana, hipertrofia lamarckiana y transmutación. De estos, la transmutación era el menos probable, según Owen.

Algunos historiadores de la ciencia argumentan que Owen abrazaba el evolucionismo, pero se alejó del asunto cuando en 1844 se publicó de forma anónima Vestigios de la Historia Natural de la Creación (décadas más tarde se sabría que fue obra del periodista y editor Robert Chambers), y con esto se desataría  un militante debate, una polémica sobre evolución y el origen de las especies vivas antes de que se publicara El Origen de las Especies.

Owen había demostrado una secuencia evolutiva del caballo a través de los fósiles  de estos equinos y sus antepasados. En 1852 descubrió las glándulas paratiroideas, al disecar un rinoceronte (no pasó mucho para que también se descubriera en el ser humano).

Pero el mayor éxito de Owen que lo haría saltar a la fama, se la debe a la creación de una palabra. Fue uno de los primeros en estudiar unos extraños fósiles bastante antiguos de lo que parecían ser gigantes monstruos. Fósiles de unos animales inexistentes por varios millones de años, que median hasta cinco veces más que el elefante vivo más grande conocido.

Los enormes esqueletos, reconstruidos por los restos fósiles, eran de una naturaleza netamente reptiliana. Por esta razón, Richard Owen los llamó “lagartos terribles”, “Dinosaurios” por su traducción en griego. Asimov nos dice de forma sarcástica que “realmente esos gigantescos reptiles antiguos tienen más cercano parentesco con los caimanes que con los lagartos; pero yo reconozco de ‘Dinocrocodilia’ hubiese sido un nombre inadmisible.  El nombre arraigó, y hoy yo estoy seguro de que muchos niños saben describir varios dinosaurios, aunque no sepan describir un hipopótamo, ni hayan visto un okapi.”

Los años pasaron; Owen continuó impartiendo tanto conferencias de paleontología como de antidarwinismo. El biólogo, y pupilo de Darwin, T.H. Huxley le haría frente ante los reclamos y debates sobre evolución humana y parentesco con otros primates. Owen, a pesar de ser un evolucionista, pensaba que el ser humano era un “algo aparte” en la naturaleza, es decir, no descendía ni tenía parentesco con los animales.

En sus intentos de desprestigio, Owen trató de manchar el nombre de Huxley por haber sido un defensor de la idea de que “el origen del hombre  es un mono transmutado”. Durante su carrera, Huxley hacia hincapié en que la anatomía comparada del ser humano con primates recién descubiertos como el gorila, demostraba el parentesco entre especies. Evidencia visual de la comparación entre el cerebro humano y el de los gorilas, por ejemplo, demostraba que no existían “estructuras faltantes” (como el hipocampo menor y el cuerno posterior), tal y como Owen aseguraba para probar que los monos no tenían nada que ver con los humanos. Huxley acusaría a Owen de perjurio y charlatanería por mentir en la evidencia.

Tiempo más tarde Owen reconocería que tales estructuras faltantes en realidad sí se encontraban en el cerebro de primates, aunque con menor desarrollo; pero que el tamaño de los cerebros primates (más pequeños que el cerebro humano), era un argumento para diferenciar a los humanos y los primates.
 Las afirmaciones y argumentos de Owen eran cada vez menos escuchadas, mientras que las conferencias de Huxley se volvían un éxito rotundo, dejando de lado al antidarwinismo y al creacionismo; mirando a los seres humanos como una especie de entre miles.

Algo que es interesante observar en el antidarwinismo de Owen es que no solo buscaba criticar la selección natural como teoría científica, sino que le molestaba la idea de que el ser humano, aun con su gran cerebro y su cultura única, fuera un animal. Este es el mismo sentimiento que imperó en el antidarwinismo a través de los años. No es en sí la idea de que la vida evoluciona y se adapta lo que molesta, sino el pensar que un ser tan “perfecto” como el humano haya pasado (y siga pasando) por el mismo mecanismo evolutivo por el cual especies “salvajes” han pasado.

¿Fósil de transición o
solo un "pájaro viejo"?
En enero de 1863 Owen compraría el fósil recién descubierto de Archaeopterix para el Museo Británico. El hallazgo demostraba una de las predicciones de Darwin, un “proto-pajaro” que mostraba características reptilianas (es decir, un fósil de transición), eran ciertas. Owen jamás admitió que el fósil fuera algo más que un pájaro muy antiguo.

Tal vez veamos a Richard Owen como el malo de la historia, pero hay que reconocer que, en gran medida, fueron los debates y críticas que mostró ante la teoría de Darwin lo que impulsó la investigación profunda y la divulgación de esta idea a un público hasta entonces ajeno a la ciencia. Un público que miraba a la ciencia como algo a parte, casi esotérico. Ahora el debate científico se convertía en un debate de interés social.
Darwin, al final de su vida confesaría que “solía ​​tener vergüenza de odiarlo tanto [a Richard Owen], pero ahora cuidadosamente acaricio mi odio y desprecio en los últimos días de mi vida”.

En la actualidad, el antidarwinismo sigue vivo, aunque principalmente avivado por el fundamentalismo del creacionismo y la pseudociencia del diseño inteligente. El antidarwinismo actual, muestra exactamente las mismas características del antidarwinismo de Owen de hace más de 150 años. Una postura dogmática, deshonesta y militante que ignora la evidencia con tal de preservar la creencia o la ideología dominante.
De la historia, estudios y argumentos de Owen tal vez haya que aprender, del antidarwinismo no.

Una vez más...


¡FELIZ DÍA DE DARWIN!


y...


¡Feliz cumpleaños Mamá!

SI TE INTERESA ESTE TEMA

*Historia de El Origen de las Especies de Charles Darwin, de Janet Browne, Editorial Debate, México, 2008.


*El sitio web del Museo de Historia Natural de Londres ofrece una pequeña pero instructiva biografía de Richard Owen.

jueves, 10 de enero de 2013

¿La religión es también una pseudociencia? Una objeción a Xataka Ciencia


Como es común entre los grupos de facebook, la otra vez se inició un debate uno de estos sobre si el marxismo era o no una pseudociencia. Les platicaría a lo que llegaron o lo que se dijo sobre el tema, pero no es el punto en este caso. Entonces ¿por qué fregados les menciono esto?

Bueno, es que dentro del debate uno de los debatientes (valga la redundancia) llegó a afirmar que religión, magufería y pseudociencia no eran más que sinónimos. Esta persona daría como sustento a su afirmación un enlace del conocido blog de divulgación científica Xataka Ciencia. El enlace era un artículo del mencionado blog: ¿La religión es también una pseudociencia? Extrañado, me leí el artículo (las dos partes) y decidí escribirme uno en objeción a lo que concluye este blog (uno de mis favoritos, por cierto). ¡Y aquí estamos!

Este es entonces, un humilde y, espero, claro artículo sobre por qué pienso que decir que la religión es una pseudociencia es incorrecto. Por supuesto, espero que el autor de Xataka Ciencia contra ataque de forma argumentada, y así dar a nuestros lectores un entretenido y reflexivo debate sobre esta cuestión. Así pues, comencemos a pensar.

En primer lugar, es importante notar en el artículo de Xataka Ciencia que toda argumentación y afirmación que se hace, tiene como base los argumentos que el físico-matemático Alan Sokal hace en su libro Más Allá de las Imposturas Intelectuales. Sokal es, sin duda, uno de los defensores más militantes y controvertidos de la ciencia y el racionalismo crítico por encima del relativismo culturaly el posmodernismo que infecta en la actualidad a la filosofía y las ciencias sociales.

De modo que, tal como nos cuenta Xataka (llamémoslo solo así, para que no se vea muy publicitario), con respecto a la pregunta de si las religiones tradicionales encajan en un concepto de pseudociencia, Sokal responde que sí. Tal y como se cita, para Sokal de hecho una explicación sin prejuicios mostraría probablemente que el cristianismo, el Islam y el hinduismo son las pseudociencias más extensamente practicadas hoy en día en el mundo; mucho más que la homeopatía y la astrología”. Para el autor de Xataka, esta cuestión se funda en el sostén de las afirmaciones religiosas, siendo comparada con el sostén de las afirmaciones pseudocientíficas (o sea, la nada).

Luego de esto, Xataka nos expone los principales puntos que, de acuerdo a su autor, definen una pseudociencia:

-Realiza afirmaciones sobre fenómenos reales o supuestos, o sobre relaciones causales reales o supuestas, que la ciencia dominante considera justificadamente inverosímiles.
-Pretende apoyar dichas afirmaciones en argumentaciones o datos que no cumplen los requisitos lógicos y empíricos de la ciencia dominante.
-Muchas veces (aunque no siempre), la pseudociencia presume de ser científica, e incluso vincula sus afirmaciones con la ciencia genuina, en particular, con los descubrimientos de vanguardia.
-No se refiere a una creencia aislada, sino a un sistema complejo y lógicamente congruente que “explica” una amplia variedad de fenómenos (o supuestos fenómenos).
-Los profesionales pasan por un proceso largo de formación y acreditación.
Luego de mostrar que la religión encaja con estos puntos (principalmente con los tres primeros), el tema continuo en la segunda parte, donde desde el principio nos dice que en el sentido epistemológico, homeopatía [por dar un ejemplo de pseudociencia] y religión son equivalentes…” asegura después que los puntos que definen las pseudociencias están cada vez más presentes en las apologías religiosas actuales más sofisticadas.

Hasta aquí la argumentación relevante del artículo sobre el tema (el resto es una interesante reflexión sobre la militancia y el derecho a crítica de las religiones tradicionales).

Hasta ahora no he mostrado ninguna objeción por el simple hecho de que estoy de acuerdo en que tanto las afirmaciones religiosas como las afirmaciones de las pseudociencias pueden ser comparadas con facilidad y encontrarles semejanzas, tanto en su retórica como en la exposición de la evidencia que respalde dichas afirmaciones.

De hecho, Xataka aprovecha inteligentemente el lenguaje divulgativo para puntualizar en qué sentido se podría considerar a la religión como una pseudociencia: en el sentido epistemológico.” Esto quiere decir (hasta donde he entendido), que el fondo epistémico, o sea, el fondo de conocimientos que contiene el dogma religioso es idéntico que al de el psicoanálisis, la homeopatía, la ufología o que el de cualquier pseudociencia.

El problema que, pienso, es clave, es que tanto la religión como las pseudociencias no pueden definirse únicamente desde el sentido epistemológico. Si así fuera, creo que no habría objeción alguna en decir que la religión es una más de las muchas pseudociencias.

La religión es un fenómeno histórico y social que existe desde que antes que  siquiera se tuviera una definición de ciencia (y bastante lejos por tanto, de una definición de pseudociencia). Sería incorrecto entonces, desde un punto de vista histórico, asegurar que la religión es una pseudociencia, así como si aseguráramos que antiguas concepciones filosóficas como las de Parmenides o Heráclito son una forma de idealismo. El idealismo, como corriente filosófica, surge en el renacimiento con las ideas de Descartes, así como el concepto de pseudociencia nace después de la Ilustración allá por finales del siglo XVIII y principios del XIX.

En tal caso, sería igualmente tan incorrecto decir que la religión es pseudocientífica así como si aseguráramos que los mitos griegos, la brujería y la superstición antigua son pseudocientíficas. Si acaso, podríamos decir que la religión, los mitos y las supersticiones son a-científicas, e incluso en algunos casos anticientíficas, pero no podrían caer en el concepto de pseudociencia.

Desde luego, hay que evitar caer en una apelacióna la antigüedad. Muchas pseudociencias existen desde antes que existiera la ciencia (la astrología y la acupuntura son dos buenos ejemplos). Lo que se trata de decir es que, el hecho de que se acuse a la religión como pseudociencia es incorrecta, no es solo porque sea una acusación anacrónica, sino que también carece de sentido por el resto de las objeciones que continuaré exponiendo.

Otra objeción importante es que desde sus inicios, la religión nunca se ha caracterizado ni definido como ciencia o una disciplina cercana a la ciencia. Sin duda existen ejemplos en los que una pseudociencia se sustenta en la religión como defensa o como base de “conocimiento” (el mejor ejemplo de esto lo encontramos con el creacionismo del diseño inteligente); incluso no falta quienes aseguran que dogmas religiosos son científicamente debatibles o científicamente sostenibles. Así es como encontramos a quienes aseguran que libros como la Biblia contienen conocimiento científico previo.

Las creencias religiosas pueden ser usadas como base para alguna afirmación pseudocientífica, pero ello no implica que la religión en sí sea una pseudociencia.
 Todo esto no representa más que intentos pseudocientíficos para defender una creencia religiosa específica, pero la creencia religiosa en sí no es una pseudociencia. Los astrólogos y acupunturistas, aunque sus prácticas sean milenarias, siempre han asegurado ser poseedores de auténticos conocimientos que tienen una relación directa, o son parte de ciencias como la cosmología y la medicina respectivamente. Cosa que los teólogos jamás han hecho; aunque sí digan ser poseedores de verdades absolutas, no mencionan que éstas sean científicas. Al contrario, suelen atacar a la ciencia acusándola de ser imperfecta y de no conducir a la auténtica verdad.

 Aceptar este hecho presenta una contradicción al punto tres que Xataka expone sobre las características de la pseudociencia (que éstas se suelen presentar como disciplinas o conocimientos científicos).
Decir “creo en Dios”, “creo en la santísima trinidad”, “creo en la verdad revelada de la Biblia”, “creo en la resurrección de Cristo” o “creo en la divina creación de Dios”, es efectivamente vacío de conocimiento, carente de pruebas públicamente verificables y sin duda contradice el conocimiento científico actual, pero no es pseudocientífico porque en ningún momento trata de aparentar ser ciencia (sino ser una alternativa paralela y radicalmente opuesta a la ciencia). Sin embargo cuando alguien dice “es lógicamente demostrable la existencia de Dios”, “es científicamente discutible la revelación bíblica”, “es demostrable la resurrección de Cristo” o “existen pruebas científicas de que todo es obra de un creador”, es momento de encender la alarma de alerta pseudociencia.

En conclusión, no tengo objeción alguna en asegurar que la religión puede ser usada como fundamento de las pseudociencias o que la fe puede ser defendida de manera pseudocientífica; pero no estoy de acuerdo con la conclusión que expone Xataka Ciencia al afirmar que la religión es una pseudociencia, primero porque sería una acusación anacrónica; segundo  porque la religión nunca se ha intentado ver como una disciplina científica, usando el concepto actual de ciencia, sino que más bien se busca presentar como una alternativa paralela a la ciencia; y tercero, porque el hecho de que la religión pueda sustentar algunas pseudociencias(del  mismo modo en que posturas políticas, filosóficas o culturales lo pueden hacer), esto no implica que sea la creencia religiosa (o la postura filosófica o cultural) una creencia pseudocientífica.

Ahora, antes de finalizar y regresando a la anécdota del debate en facebook, no, religión, magufería y pseudociencia no son lo mismo, pero no hay razón alguna para pensar que las creencias religiosas y las afirmaciones pseudocientíficas no puedan meterse en el mismo saco de la magufería.
Con esto, espero sea el inicio de un interesante debate.

TEMA RELACIONADO

*¿Puede la ciencia resolver la cuestión de Dios?, un ensayo de Robert Todd Carroll, en el que se reflexiona un tema igual de interesante, e igual de poco tratado, como el asunto de la relación entre religión y pseudociencia.

domingo, 6 de enero de 2013

¿Por qué critico la religión?



Hace unas cuantas semanas, mientras paseaba con una buena amiga mía y platicando sobre las creencias religiosas suyas y de su novio, se le ocurrió preguntarme, lo que creo, es una de las preguntas más directas que me han hecho. Ella me dijo (y la cito textualmente): “oye… ¿por qué eres así?... ¿Por qué criticas la religión?” mi respuesta en el momento fue simple, pero para hacer un artículo interesante, profundicemos mas en el asunto.

Antes que nada, no está de más advertir que siempre he defendido la libertad de creencias. Nunca he tratado de burlarme de nadie, ni mucho menos discriminarlos por sus creencias.; el que me burle de las creencias religiosas por considerarlas un montón de pamplinas es otra cosa muy distinta, que mas adelante explicaré. Pienso que cada quien es libre de creer en lo que quiera. Así, mientras unos creen en un dios de triple personalidad, otros pueden creer en el conejo de pascua sin que eso me afecte en lo más mínimo.
Ahora volviendo a mi anécdota con mí amiga, entre bromas y algunos albures, mientras recitábamos jugando el credo católico, me miró sorprendida porque me recité dicha oración sin equivocarme. Me preguntó que, si yo no era creyente, cómo es posible que me supiera el credo. Esta idea, la de que un no creyente es no creyente porque no conoce la creencia, se encuentra ampliamente difundida, y es justamente la razón (creo yo) del por qué no es posible ponerse de acuerdo en cuanto a la cuestión de dios se refiere.

Mientras cientos de ateos piensan que los religiosos se equivocan, cientos de religiosos piensan que los ateos se equivocan. Ambos lados suelen (solemos) creer que el bando contrario es un ignorante de nuestra postura. La pregunta clave para disolver este problema (muy bien expresado por mi amiga en una pregunta inocente) es, cuál es el bando que se equivoca y cómo saberlo. Si lo personalizamos y lo volvemos más un asunto entre mi amiga y yo, podríamos preguntarme quién de los dos tiene la razón al creer o no creer. Resulta que en mi pequeña charla le dije a mi amiga que, criticar solo por criticar y sin fundamento, no tiene ningún sentido; para criticar algo hay que conocer (aunque sea de forma básica) ese algo.

Resulta que tenemos tres vertientes por las cuales responder quién tiene la razón. Existe una técnica con la cual podemos analizar los enunciados y afirmaciones de ambos bandos, inventada hace unos milenios y perfeccionada con el pasar del tiempo: el análisis lógico del lenguaje, el cual nos daría como heredero actual a lo que acá en la licenciatura se conoce como filosofía analítica.

Utilizando igualmente la lógica, pero para analizar nuestra forma de interpretar el conocimiento y las costumbres que adquirimos, podemos encontrar con aquello que se conoce como pensamiento crítico, en el cual se mira con escepticismo toda afirmación que pase por nuestros oídos (o que pase por nuestros ojos al leer, en fin, que sea percibida); si la afirmación que se analiza no pasa este escrutinio escéptico, simplemente se rechaza.

Por último, pero no menos importante, contamos con el conocimiento que nos otorga la cultura científica. La ciencia se construye, básicamente, de la observación cuidadosa de ciertos fenómenos específicos, la creación, crítica y análisis de hipótesis, la formulación de un marco teórico que explique de forma coherente y elegante el fenómeno, y de la evidencia que respalda dicho marco teórico. En pocas palabras pues, la base es la teoría y la evidencia.

Si me pusiera a platicarles sobre los fundamentos, de lo que me gusta llamar, las tres grandes herramientas de análisis, nos olvidaríamos por completo del tema que da nombre a este artículo. De hecho sería imposible  hablar sobre filosofía analítica, pensamiento crítico y cultura científica en un pequeño artículo. Por eso es que creo que es aquí donde les daré un pequeño consejo: ¡ESTUDIEN! Quedarse con lo que dice un humilde artículo, o con lo que dicen sus enlaces de referencia sería muy tonto. No hay nada mejor que profundizar de forma personal, por la pura curiosidad, por puro gusto, por puro interés. Este mismo consejo es el que siempre trato de darme a mí mismo.

Ahora sí, dejando de lado las reflexiones sobre las herramientas para un pensamiento lógico y basado en la evidencia, volvamos a nuestro asunto: ¿cómo saber si los ateos se equivocan sobre los creyentes o si los creyentes se equivocan sobre los ateos? La pregunta desde el inicio no presupone que un bando sea más inteligente o más tonto que el otro. Si acaso, se presupone que un lado podría estar más informado que el otro. Con esta sencilla aclaración, los ataques ad hominem, sobre que si los ateos piensan (o pensamos) que los creyentes son idiotas o que si los creyentes piensan que los ateos son unos mente cerradas quedan fuera de lugar.

Ahora, si se afirma que un pensamiento lógico y claro es uno que tiene como base la argumentación razonada, el pensamiento crítico y la evidencia públicamente verificable, debemos preguntarnos entonces ¿cuál de las dos posturas busca basarse en esta forma de pensamiento?

La religión, y más específicamente la fe, nunca han necesitado de analizar si la estructura lógica de sus enunciados es o no correcta o lógicamente posible. Tampoco  ha necesitado de analizar las afirmaciones principales que sustentan la fe en algún dios en específico, y ni se preocupan en verificar la autenticidad de afirmaciones y acontecimientos, tales como los milagros. Un pensamiento religioso, entonces, no puede ser considerado un pensamiento lógico y claro. Si acaso, es una manifestación de lo que se conoce como pensamiento mágico. Ojo, decir que la religión no es lógica, no es lo mismo que decir que la religión no puede defenderse con lógica. Lo último es perfectamente posible, la fe religiosa puede ser defendida con argumentos inteligibles, y así ha sido defendida por pensadores de la talla de Agustín de Hipona y Tomás de Aquino, y más recientemente en nuestros tiempos por personalidades como William Lane Craig o Dinesh D’Souza; el objetivo de esta forma de defensa religiosa es el de reforzar la fe del individuo, haciendo creer que su fe se basa en algo que mas la autoridad eclesiástica y libros viejos. A esta práctica se le llama apologética o apología religiosa.

Sin embargo, el problema con la apologética es creer que solo con argumentos lógicos se puede demostrar que algo como la existencia de Dios es verdad. Creer que con un silogismo hipotético, una reducción al absurdo o con un modus tollens demuestras que lo que crees es real, no es más que una incoherencia en sí misma. El análisis lógico sirve para demostrar que tus enunciados en realidad concuerdan entre sí, sin contradecirse. Eso es todo. La lógica por sí sola no puede decirnos si algo es verdadero o no, solo puede decirnos si algo es válido o no; esta es una diferencia abismal. Las contradicciones y la falta de evidencia en las afirmaciones de los apologistas (desde san Agustín hasta nuestros días) hacen que argumentos que parecen ser  sólidos, como los del Dr. Craig, terminen siendo la burla de todo mundo.

Para que la apología tenga un poco mas de aceptación y pudiera ser vista como una auténtica defensa racional, necesitaría de evidencia pública y verificable de sus afirmaciones, algo que jamás ha tenido (y que es poco probable que en el futuro tenga). No se puede demostrar de manera empírica la existencia de dioses, vírgenes, apariciones, milagros o dones.

Entonces, la religión no es lógica, pero se puede hacer el intento de defenderla de forma lógica. De este modo, parece razonable criticar a la religión por su falta de sustento lógico y verificación empírica de sus principales dogmas, digo, afirmaciones y argumentos, ¿o no?
En esencia sí, pero decir que critico la religión porque no es lógica o carece de fundamento científico es solo una parte de mi respuesta.

Resulta que podemos juzgar a la religión no solo como una fuente de argumentos o afirmaciones extraordinarias carente de evidencias extraordinarias, sino que también podemos mirar a esta como un fenómeno histórico.

A comienzos de la civilización, la religión fue un autentico consuelo ante grandes enigmas que el ser humano no podía descifrar. Decir “los dioses lo hicieron” fue en algún momento una respuesta satisfactoria ante preguntas como qué es la vida, por qué existe todo en lugar de nada, para qué sirve la vida, etc. También sirvió como una buena falda a la cual agarrarse en momentos difíciles como crisis, hambrunas o epidemias. Ayudaba a encontrar un sentido a la muerte, creyendo que tras esta existía otra vida.

Sin embargo, y también desde los albores de la humanidad, la religión sirvió como una gran excusa para hacer invasiones, saquear, esclavizar o destruir. Decir “nuestros dioses nos apoyan” era suficiente para motivar ejércitos a que invadieran y destruyeran todo a su paso. Ambas caras de la moneda de la religión (la falda a la que agarrarse en la ignorancia y la excusa para cometer crímenes contra la humanidad) han continuado hasta nuestros días. El problema es que en la actualidad, y conforme progresó el conocimiento científico en la historia, esas faldas se hicieron innecesarias. Los humanos se dieron cuenta que responder “Dios lo hizo” o “Dios así lo quiso” era igual que no responder nada en absoluto.

Con cada avance en astronomía, antropología, biología o cosmología, se hizo más y más evidente que la respuesta “Dios” era obsoleta, innecesaria e insuficiente. Sin embargo, el miedo y la ignorancia continuaron siendo las principales faldas de la humanidad por siglos, y los poderosos, aquellos que se ocupaban de mantener este miedo e ignorancia, aprovecharon esto para hacer y deshacer lo que se quisiera. La religión entonces, se convirtió en el opio del pueblo.

Si pudiéramos hacer un juicio histórico a la religión entendida como una sola institución, la fiscalía la acusaría de atroces crímenes contra la humanidad entre los que se contarían: masacres, genocidios, guerras, dictaduras, monarquías, imposición, discriminación, machismo, dogmatismo, lavado de cerebro, tortura, separatismo, terrorismo, fanatismo, fundamentalismo, adoctrinamiento de menores, esclavitud, irracionalidad e ignorancia. ¿Las evidencias? La historia de la humanidad.  Un jurado imparcial y objetivo encontraría a la religión como culpable y un juez sabio dictaría como sentencia el mayor castigo que se puede dar ante tan atroces injusticias: el olvido y la mirada de desprecio por parte de historia.

No existe duda alguna que la religión ha sido, a lo largo del tiempo, una de las manifestaciones culturales con más carga negativa y más consecuencias atroces contra nosotros mismos.

De modo que podría decir que critico a la religión por haber sido la culpable, directa o indirectamente, de las peores decisiones de la humanidad. Pero aquí no acaba mi respuesta.

 Como ya he mencionado, una de las razones por las que critico a la religión es por su falta de rigor a la hora de demostrar sus afirmaciones. Vamos, porque carece de sustento científico. Pero mi crítica va un poco más allá. No es solo que carece de sustento científico, sino que en muchas ocasiones las religiones son vistas como una disciplina a nivel de la ciencia, o incluso se mira como algo superior al propio conocimiento científico.

Algunas personas llegan asegurar que la cosmovisión de algún credo religioso resulta sobrecogedora, hermosa y elegante. Me gustaría que ustedes vieran la cara de nostalgia que pongo cada vez que oigo semejante cosa.

La cosmovisión religiosa que sea siempre mirará al ser humano como la cumbre de la creación. Para la religión, el universo es como un patio de juegos en el que los humanos son los consentidos; ellos hacen lo que quieren de este patio que les construyó para ellos solos su papá diosito.

Esto es más o menos lo que plantea ese dogma teológico del derecho natural. Un dogma cuyos orígenes se puede rastrear en la filosofía aristotélica con la noción de teleología. Según Aristóteles, todo en este universo tiene una razón de ser, un objetivo, un fin. El fin de los animales y plantas, decía, es el de servir al hombre ya sea como comida, compañía, transporte o como mercancía. El hombre por ser el animal racional y por contar con alma (Aristóteles entendía alma como sinónimo de mente, no como la concepto espiritual que hoy día se la da) debe dominar por sobre todas las bestias, y así tomar su lugar privilegiado en la creación.
Esta idea fue retomada por teólogos medievales como Tomás de Aquino combinándola con algunas enseñanzas bíblicas, y después pulida por filósofos como René Descartes dando una concepción mecanicista del universo en la que solo el hombre tiene sentimientos porque es el único ser que tiene alma, para así dar forma a un plan divino en el que Dios nos concedía el derecho natural de ser privilegiados por encima de cualquier otra cosa.

Así pues, la cosmovisión religiosa (por lo menos la occidental) mira al ser humano como el centro del universo, la máxima expresión de creación y perfección, lo mas cercano a un Dios. Esta visión del universo, para mí es una visión pobre de la vida. Una visión en la que el ser humano es el centro de todo no solo es una visión falsa, sino que además es egoísta y arrogante.

Basados en estas ideas, durante siglos se toleró matanzas crueles de animales, extinguiendo especies, comerciando con ellas, y arrasando con ecosistemas enteros. Después de todo, teníamos el derecho divino. Imaginarse que miles de millones de años de evolución cósmica eran solamente para llegar al ser humano, millones de explosiones de supernova, millones de especies que evolucionaron y se extinguieron… me parece que es simplemente un desperdicio de universo.

Sin embargo, la religión hasta nuestros días sigue afirmando exactamente lo mismo. El ser humano sigue siendo ese niño chiqueado que puede hacer con todo lo que le rodea lo que se le antoje porque así lo quiere su papá diosito. Todo lo que tiene que hacer es rezar. La Tierra es toda suya. Visión más pobre y arrogante de un universo tan pequeño y vacío no puedo imaginar.

Entonces, recapitulando todo lo ya dicho: critico la religión porque esta carece de sustento lógico y de evidencia verificable; porque ha sido la causante directa o indirecta de grandes calamidades para la humanidad; porque ha sido la mayor difusora de ignorancia e irracionalidad en todo el mundo en todos los tiempos; porque ofrece una visión del universo tan arrogante y pequeña que me es imposible el que no me suene como un insulto personal. Pero sobre todas las cosas, critico la religión porque esta es un sistema doctrinario, cerrado, dogmático, que no admite la duda.

El escepticismo es el enemigo acérrimo de la religión, la búsqueda de respuestas es una aberración y el pensar de forma independiente y de manera crítica es una blasfemia. Por todo esto es que critico la religión.

Para sintetizarlo todo, y volviendo a mi anécdota con mi amiga, le respondí que mejores palabras no pude encontrar que una frase célebre de Richard Dawkins: “critico la religión porque esta nos enseña a conformarnos con no entender.”

¿Alguna duda? 

SI TE INTERESA ESTE TEMA


*Tratado de Ateología, de Michel Onfray, Editorial Anagrama.

*Manual del Perfecto Ateo, de Rius, Editorial Grijalbo.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Celebrando el 2do aniversario de El Escéptico de Jalisco... porque más vale tarde que nunca

Un día 6 de diciembre, pero de hace dos años, publiqué por primera vez en este blog. Este escrito, debí de haberlo publicado el mismo 6 de diciembre de este año, pero soy muy malo con las fechas, así que olvidé por completo el día de mi aniversario en el mundo blog (imaginen cuando olvide otros aniversarios).

Ignorando el pequeño detalle de que estoy festejando esto a poco mas de dos semanas del día, les dejo como motivo de celebración la entrada a dos novedades: mi primer artículo que escribí aquí ahora corregido y aumentado, y un nuevo artículo. Sin más que decir, ¡felicítenme! (ok, no).









El lado ocultista de Newton*


Newton no fue el primero de la era de la razón; fue el último de los magos, el último de los babilonios y sumerios, la última gran mente que contempló el mundo visible e intelectual con los mismos ojos que los que empezaron a construir nuestro legado intelectual hace bastante menos de 10.000 años. Isaac Newton, hijo póstumo, nacido sin padre el día de
Navidad de 1642, fue el último niño prodigioso al que los Reyes Magos podrían rendir sincero y adecuado homenaje.” John Maynard Keynes.

“Da pena imaginar los descubrimientos que Newton podría haber hecho en matemáticas y física si su gran intelecto no se hubiera distraído con tan extravagantes especulaciones.” Martin Gardner.

 La historia de la ciencia, contrario a lo que se suele creer, está plagada de curiosas anécdotas relacionadas con lo oculto y lo extraño.

Así podemos nombrar casos antiguos como el de los pitagóricos cuyas enseñanzas combinaban las  matemáticas con un misticismo cerrado; o historias contemporáneas tal como el caso de Nikola Tesla, quien en su momento alegaba haber hecho contacto con extraterrestres a través de las entonces recién descubiertas señales de radio.

 Sin embargo, tal vez no exista historia mas extraña en la ciencia y tan interesante como la de Newton. Un ocultista hecho y derecho.

 Conocido popularmente como el brillante físico matemático que siendo joven inventó el cálculo diferencial (aún continúa la polémica con Leibniz), descubrió el teorema del binomio, introdujo las coordenadas polares, demostró que la luz blanca era una mezcla de colores, explicó el arco iris, construyó el primer telescopio de reflexión y demostró que la fuerza que hacía caer las manzanas era la misma fuerza que guía a los planetas  y provoca las mareas. Autor del libro científico más célebre de la ciencia, Phillosophiae Naturalis Principia Mathematica; Newton también fue un apasionado de la alquimia, un fundamentalista cristiano y un profeta que usaba las matemáticas y la Biblia para calcular el fin del mundo. De hecho sus obras de alquimia y profecías son mucho más voluminosas que sus obras de física.

La cara oculta de Newton

La peculiar personalidad de Newton, introvertida y ensimismada, sigue siendo un enigma. Sus contemporáneos se fijaron en su melancólico semblante. Aunque de vez en cuando sonreía, casi nunca reía. Permaneció soltero toda su vida y no sentía ni el más mínimo interés por el sexo. Murió siendo virgen.

 A Newton no le interesaban ni la música ni el arte, y en cierta ocasión describió despectivamente la poesía como “disparates ingeniosos”. Nunca hizo ejercicio, no tenía aficiones recreativas ni interés por los juegos, y estaba tan obsesionado con su trabajo que muchas veces se olvidaba de comer o comía de pie para ganar tiempo. Tenía pocos amigos, e incluso con ellos se mostraba con frecuencia pendenciero y rencoroso.

Unos cuantos psicoanalistas freudianos han considerado muy importante que su padre muriera antes de que él naciera y han sugerido que Newton fue un homosexual reprimido. Ideas imposibles de demostrar postuladas desde una teoría ya de por sí indemostrable y carente de sustento.

Newton casi nunca reconoció el mérito de otros científicos cuyos trabajos anteriores habían influido en el suyo. Siempre insistió en recibir todo el crédito por sus descubrimientos y acusó duramente al también matemático y filósofo  Leibniz (cuya metafísica despreciaba), de haberle robado su invención del cálculo.

Alquimista y profeta

Aunque otros científicos de la época, en especial Robert Boyle, se interesaron también por la alquimia, ninguno estuvo tan obsesionado por este tipo de investigación como Newton. Leyó todos los libros antiguos de alquimia que pudo encontrar, y llegó a acumular más de 150 en su biblioteca. Construyó hornos para innumerables experimentos y dejó escritas cerca de un millón de palabras sobre el tema. Se veía a sí mismo como un continuador de una tradición secreta de sabiduría oculta que se remontaba a la antigüedad más remota. Incluso sospechaba que los antiguos ya conocían la ley del cuadrado inverso.

Newton pasó años tratando de transmutar metales comunes en oro, escribió trabajos en los que el naturalismo y la magia se juntaban, y estudió tradiciones místicas antiguas. Todos estos esfuerzos por hacer descubrimientos alquímicos fueron infructuosos.

Pocos años después de la publicación de sus Principia, Newton sufrió una tremenda crisis mental que tardó un año o más en superar. Se caracterizó por graves insomnios, profunda depresión, amnesia, pérdida de capacidad mental y delirios paranoicos de persecución. En años recientes, unos cuantos estudiosos han sugerido la posibilidad de que padeciera envenenamiento con mercurio y otros metales tóxicos, causado por sus experimentos alquímicos. Otros han conjeturado que durante toda su vida fue un maniacodepresivo, con cambios de humor alternativos que le hacían pasar de la melancolía a la actividad eufórica.

Para este Newton “eufórico”, la alquimia y la física no eran sus únicas pasiones. Otra disciplina en la que destacó, aun más que algunos de los especialistas de su época, fue en la teología.

Tal y como nos narra Martin Gardner en ¿Tenían ombligo Adán y Eva?, Newton era un devoto anglicano que creía firmemente que la biblia es una revelación de Dios, aunque admitía que los textos originales habían sido muy deformados por la desaprensiva Iglesia Católica Romana. Aceptaba al pie de la letra la versión del Génesis sobre la Creación en seis días, la tentación y caída de Adán y Eva, el arca de Noé, la sangrienta redención a cargo de Jesús, su nacimiento de una virgen, la resurrección de su cuerpo y la vida eterna de nuestras almas en el cielo o en el infierno. Jamás dudó de la existencia de ángeles y demonios, y de un Satán destinado a ser arrojado a un lago de fuego el día del Juicio Final.

El obispo James Usher, erudito irlandés del siglo XVII, había determinado que la Creación tuvo lugar en el año 4004 a.C. Newton “revisó” esta fecha en la dirección equivocada, fijándola quinientos años después.

El universo de Newton era una inmensa máquina que funcionaba siguiendo leyes creadas y mantenidas por una divinidad personal pero trascendente. El espacio infinito era el “Sensoriam” de Dios, el medio del que se valía para observar y controlar el cosmos. Aunque para Kant, y otros seguidores posteriores de Newton, el universo era determinista y nunca se desviaba de sus leyes inalterables, Newton, siendo adulto mayor, estaba convencido de que, “de vez en cuando”, Dios tenía que reajustar las órbitas de los planetas para mantenerlas libres de perturbaciones provocadas por cometas y otras fuerzas.

Este concepto, que Dios tiene que manipular el universo para repararlo, fue uno de los mas atacados por su rival, Leibniz, quien le cuestionaba duramente que, si Dios es perfecto, omnipotente y omnisciente (como el propio Newton creía), ¿por qué iba a crear un universo tan defectuoso que necesitaba reparaciones perpetuas?

 Para Newton, nos cuenta Gardner, el panteísmo era algo inaceptable. Su Dios era el Dios de la biblia, a cuya imagen y semejanza fuimos creados, pero nos es tan totalmente ajeno que no podemos comprender en qué nos parecemos a Él. En lo que más se apartó Newton de la religión predominante en Inglaterra fue en su rechazo de la Trinidad. Era arriano (el arrianismo fue un precursor de lo que hoy se conoce como unitarismo), y para él Jesús era verdaderamente el divino hijo de Dios, pero ni mucho menos igual al Padre.

El trinitarismo, en opinión de Newton, era una burda herejía inventada por la Iglesia Católica en los siglos IV y V. Se guardó esta creencia para sí mismo, sabiendo perfectamente que si se llegaba a conocer sería expulsado de su colegio de Cambridge (irónicamente llamado Trinity), donde fue profesor de matemáticas durante veintiséis años. Más adelante, esta creencia habría puesto en peligro su puesto en la Real Casa de la Moneda, donde trabajó durante la última mitad de su larga vida.

Newton, así como la mayoría de sus contemporáneos (incluido el mismo Leibniz), miraba en la naturaleza, y en las matemáticas que la explicaban, la mayor prueba de una creación divina. Dios, según Newton, era el motor último del universo que se ocupaba de que fuerzas como la gravedad, tuvieran sentido.

Esta forma de pensar marcaría por completo su cosmología, en la que aseguraba que el tiempo y el espacio eran fijos, eternos e infinitos. Para su época, era imposible formular una teoría de la relatividad, sin embargo, muchos especulan en que Newton no habría tenido problemas en aceptar dicha idea si tan solo hubiera sido un contemporáneo del siglo XX.  Se cuenta que Einstein en un momento dijo “perdóname Newton”, disculpándose por la “destrucción” del universo newtoniano fijo, infinito y místicamente bello.

De forma un poco egocéntrica, aseguraba ser la única persona en poder interpretar de forma correcta las profecías contenidas en el libro del profeta Daniel, del Antiguo Testamento, y en el Apocalipsis, del Nuevo Testamento. “Habiendo tenido tanto éxito en la resolución de algunos de los acertijos del universo de Dios, dedicó su talento a intentar resolver los acertijos planteados por la Sagrada Palabra de Dios,” afirma Gardner.

Newton estaba convencido de que la biblia tenía el mensaje del juicio final. Creía que él había sido elegido por Dios para descifrar dicho mensaje apocalíptico. Creía que 1260 años después de la refundación del Sacro Imperio Romano llevada a cabo por Carlomagno (en el año 800 d.C.) el Armagedón seria una realidad en la Tierra. Es decir, el fin del mundo, de acuerdo a esto, ocurrirá en 2060.

Al igual que el movimiento sionista cristiano, creía que la segunda venida de Cristo a la Tierra tendría lugar solo cuando se instaurara nuevamente el Templo de Salomón, destruido por los babilonios miles de años atrás.

Las creencias de Newton le llevarían a escribir varios tratados sobre el tema, incluyendo una guía inédita para la interpretación profética titulada Reglas para la interpretación de las palabras y el lenguaje en la Escritura. En este manuscrito, se detallan los requisitos necesarios para lo que él considera que la correcta interpretación de la Biblia.

¿Y qué hay del 666, el número de la Bestia, según el Apocalipsis? Como los adventistas actuales, Newton creía que aún no conocemos su significado.

En otro de sus libros, titulado Observaciones sobre las profecías de Daniel y el Apocalipsis de San Juan, Newton expresó su creencia de que la profecía de la Biblia no se entendería "hasta el fin de los tiempos ", y que aún así "ninguno de los impíos entendería”. En dicho tratado asegura que “el Evangelio será predicado en todas las naciones antes de la gran tribulación, y el fin del mundo”.

Una vez estando en una edad madura, Newton cambiaría de opinión, asegurando que era una tontería utilizar la biblia para predecir el futuro. Todo lo que se podía hacer, decía, era reconocer las predicciones cumplidas después de que ocurran los hechos profetizados.

Lo cierto es que Newton decía una verdad casi innegable hoy en día en torno al fin del  mundo. Decía que este comenzaría el día en que se comenzara a levantar nuevamente el Templo de Salomón. La ubicación en donde alguna vez se erigió el legendario templo, es la misma en donde actualmente se encuentra el Domo de la Roca, uno de los santuarios más importantes del Islam. El intentar derrumbar dicho lugar sagrado para construir un templo judeocristiano incitaría la ira del mundo musulmán, causando muy probablemente la tercera guerra mundial y con esto, causando un auténtico Armagedón.

Newton fue sin lugar a dudas, el mayor genio científico que la humanidad ha conocido en toda su historia. Pero su genialidad fue utilizada en mayor medida para descifrar enigmas bíblicos, profecías apocalípticas y experimentos mágicos. Solo queda imaginar qué tantos descubrimientos y teorías hubiera sido capaz de postular, de haber prestado mayor atención a la ciencia y menos a la superstición.

*El artículo fue un ensayo que presenté en una exposición en mi clase de Seminario de Filosofía Natural de Newton.

SI TE INTERESA ESTE TEMA

*¿Tenían ombligo Adán y Eva?, de Martin Gardner, Editorial Debate.

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