lunes, 20 de diciembre de 2021

#DíaDelEscepticismo: Richard Lewontin vs Carl Sagan

"Los divulgadores de la ciencia concienzudos y admirables, como Carl Sagan, utilizan tanto la retórica como la experiencia para formar la mente de las masas porque creen, como el evangelista Juan, que la verdad los hará libres. Pero están equivocados. No es la verdad lo que te hace libre. Es tu posesión del poder de descubrir la verdad. Nuestro dilema es que no sabemos cómo proporcionar ese poder." Richard Lewontin.

Hoy celebramos una vez más el Día del escepticismo contra el avance de la pseudociencia y la superstición, conmemorando a su vez el aniversario luctuoso número 25 de Carl Sagan. En esta ocasión nos concentraremos en mi libro favorito de este autor. Sí, hablo de El mundo y sus demonios (1996), el último libro de Sagan publicado en vida. Lo normal entre los blogs y canales escépticos, es que este libro se use como referencia y se termine elogiando a su autor. Y eso se puede notar desde James Randi comentando sus memorias a los 25 divulgadores españoles leyendo uno de los pasajes más memorables de la obra, que el año pasado convocó Mauricio Schwarz


Cada que alguien me pregunta sobre qué libro debe leer para introducirse al escepticismo científico; cada que me preguntan qué deberían leer para introducirse saber sobre las pseudociencias; cada que me preguntan qué libro deberían leer antes de morir, mi respuesta es la misma desde hace años: El mundo y sus demonios.

Pero el día de hoy no hablaremos con tantos halagos a la obra de Carl Sagan, para revisar una de las críticas que recibió a menos de un mes de haber fallecido. Para los amantes de libros (especialmente de los de Sagan), puede parecer casi chocante que alguien se atreva a criticar a tu autor favorito (lo sé, me ha pasado), pero las reseñas críticas siempre ofrecen una perspectiva que uno, como admirador del autor, puede no notar al instante. No hay mayor homenaje a un autor escéptico, como lo fue Sagan, que tomar con escepticismo su libro y analizarlo críticamente. Este fue justo lo que hizo el también fallecido genetista y biofilósofo marxista Richard Lewontin, en 1997 para The New York Review of Books. Charlemos un poco sobre lo que considero aciertos en las observaciones de Lewontin, pero también aquellos puntos en los que parece olvidarse que el libro de Sagan no era ni pretendía ser de epistemología, sino una invitación al pensamiento escéptico. La confrontación de ideas entre grandes del mundo científico siempre es estimulante, y no se me ocurre mejor tributo para Sagan y Lewontin (quien recién falleció este año) que comentándolos.

¿Era Sagan un realista ingenuo?


Para no extendernos tanto, no revisaré cada afirmación que hace Lewontin sobre El mundo y sus demonios, ya que su reseña es muy larga y reseñarla completa terminaría siéndolo aún más; también es notable que Lewontin, por su formación y sus intereses sociales en la ciencia, llega a divagar, profundizando en asuntos que Sagan ni siquiera aborda en su libro. Trataré de concentrarme en las críticas directas a la obra de Sagan, dejando de lado algunas cuestiones que nos sacaría por completo del tema. La reseña de Lewontin comienza con una curiosa anécdota de cómo, en 1964, llegó a conocer a un joven Carl Sagan a la hora de compartir auditorio en un debate contra creacionistas.

Sagan y Lewontin habían sido invitados para debatir la verdad de la teoría evolutiva frente a un zoólogo creacionista de la Universidad de Texas bastante bien parado en aquella institución. El creacionista gustaba de hablar de sus credenciales para asegurarse como autoridad en el campo de la biología evolutiva, porque él obtuvo su doctorado del Departamento de Zoología de aquella universidad. Lewontin narra que aquel fue un debate en el que el par de herejes fue bien recibido, pero por decisión de votos del auditorio (la mayoría fundamentalistas cristianos), y a pesar de su argumentación impecable, la victoria se la llevó el biólogo creacionista. Asegura Lewontin que, mientras Sagan interpretó esta "derrota" como "una lucha entre la ignorancia y el conocimiento", él pudo notar que "la confrontación entre el creacionismo y la ciencia de la evolución fue un ejemplo de diferencias históricas, regionales y de clase en la cultura que solo podían entenderse en el contexto de la historia social estadounidense." Lewontin también se pregunta cómo Sagan podría haber pensado lo que pensó sobre el debate, cuando su oponente no podía ser considerado un ignorante como tal. 

Desde aquí ya podemos notar la suposición que Lewontin manejará en el resto de la reseña: para él, Carl Sagan era el típico realista ingenuo que no mira las implicaciones y problemas sociales de la ciencia, sino que cree que todo es un asunto de confrontar la mentira con la verdad que enseña la ciencia. Esta es la primer idea con la que no concuerdo con Lewontin. Aunque ciertamente Sagan transmitía en todas sus obras la importancia de la verdad y el método científico, también estaba al tanto de los debates sociales sobre la ciencia. 

"La lucha por llevar el conocimiento científico a las masas ha sido una preocupación de Carl Sagan desde entonces, y se ha convertido en el divulgador de la ciencia más conocido, leído y visto desde la invención del tubo de vídeo", escribe Lewontin, reconociendo la enorme influencia de Sagan. También nos dice que el único autor que rivalizaba con Sagan era el paleontólogo Stephen Jay Gould, aunque, dice Lewontin, las aportaciones de Gould a la divulgación "son a menudo muy altas y cuyas preocupaciones intelectuales son muy diferentes." Nuevamente notamos aquí que Lewontin supone que la divulgación como la ofrecida en El mundo y sus demonios es de menor calidad que la que ofrecían otros autores (casualmente, un amigo cercano suyo y compañero de batallas intelectuales), como Gould. Esto sencillamente demuestra cómo Lewontin es sumamente selectivo en este caso, pues Sagan también estuvo fuertemente comprometido con problemáticas sociales, como lo demuestran sus trabajos sobre el invierno nuclear ante un intercambio nuclear entre potencias; de igual manera, aunque las obras de Gould son muy críticas con la ortodoxia en ciencia (especialmente en biología evolutiva) y con interesantes cuestionamientos sobre la construcción social del conocimiento científico, este paleontólogo también se reconocía como un realista científico, teniendo importantes luchas académicas y legales contra el creacionismo. Recordemos que Gould prologó el libro Por qué creemos en cosas raras (1997), de Michael Shermer, considerada una obra heredera directamente de la problemática objetivo del último libro de Sagan: la pseudociencia y la irracionalidad en general. Gould tenía intereses en común con Sagan bastante evidentes, y abordados por este último en El mundo y sus demonios.

Lewontin insiste en sus comparativas entre la divulgación de Sagan y la de Gould:

Desde su temprana Falsa medida del hombre [1980], que examinó cómo los prejuicios políticos y sociales de científicos prominentes han moldeado lo que esos científicos afirmaban ser los hechos de la anatomía e inteligencia humanas, hasta su reciente colección de ensayos,Ocho cerditos, que, a pesar de su subtítulo, Reflexiones sobre la historia natural, es un conjunto de reflexiones sobre la historia intelectual de la Historia natural, la profunda preocupación de Gould es cómo se construye el conocimiento, más que el organismo.

El programa de Carl Sagan es más elemental. Es llevar el conocimiento de los hechos del mundo físico al público científicamente inculto, porque está convencido de que sólo mediante un conocimiento ampliamente difundido de la verdad objetiva sobre la naturaleza seremos capaces de hacer frente a las dificultades del mundo y aumentar la suma de la felicidad humana.
Esto contrasta definitivamente con lo que Carl Sagan afirmó en cada una de sus obras: no es suficiente enseñar a la gente lo que sabemos del mundo, sino que es aún más necesario explicar cómo sabemos lo que sabemos sobre el mundo. Es difícil creer que Lewontin esté reseñando el mismo libro que enseña, precisamente, este punto, ejemplificado no solo con el asunto de las pseudociencias, sino que también con casos en los que los científicos llegaron a equivocarse o, peor, "conocieron el pecado", como cuando se creó y se fomentó el uso de armas nucleares. Y es que no es solo que Lewontin se concentre en el libro e ignore el resto de aportaciones de Sagan; no lo hace, de hecho, dice que Cosmos toma inspiración en ese objetivo "más elemental". Realmente es difícil creer que el mensaje del Mundo y sus demonios se reduce a esto, especialmente cuando, desde su primer capítulo, Sagan comenta lo siguiente:

Sé que la ciencia y la tecnología no son simples cornucopias que vierten dones al mundo. Los científicos no sólo concibieron las armas nucleares; también agarraron a los líderes políticos por las solapas para que entendieran que su nación -cualquiera que ésta fuera- tenía que ser la primera en tenerlas. Luego fabricaron más de sesenta mil. Durante la guerra fría, los científicos de Estados Unidos, la Unión Soviética, China y otras naciones estaban dispuestos a exponer a sus compatriotas a la radiación -en la mayoría de los casos sin su conocimiento- con el fin de prepararse para la guerra nuclear. Los médicos de Tuskegee, Alabama, engañaron a un grupo de veteranos que creían recibir tratamientos médicos para la sífilis, cuando en realidad servían de grupo de control sin tratamiento. Son conocidas las atrocidades perpetradas por los médicos nazis. Nuestra tecnología ha producido la talidomida, el CFC, el agente naranja, el gas nervioso, la contaminación del aire y el agua, la extinción de especies e industrias tan poderosas que pueden arruinar el clima del planeta. Aproximadamente, la mitad de los científicos de la Tierra trabajan al menos a tiempo parcial para los militares. Aunque todavía se ve a algunos científicos como personas independientes que critican con valentía los males de la sociedad y advierten con antelación de las potenciales catástrofes tecnológicas, también se considera que muchos de ellos son oportunistas acomodaticios o complacientes originadores de beneficios corporativos y armas de destrucción masiva, sin tener en cuenta las consecuencias a largo plazo. Los peligros tecnológicos que plantea la ciencia, su desafío implícito al saber tradicional y la dificultad que se percibe en ella son razones para que alguna gente desconfíe de la ciencia y la evite. Hay una razón por la que la gente se pone nerviosa ante la ciencia y la tecnología. De modo que el mundo vive obcecado con la imagen del científico loco: desde los chiflados de bata blanca de los programas infantiles del sábado por la mañana y la plétora de tratos faustianos de la cultura popular, desde el epónimo doctor Fausto en persona al Dr. Frankenstein, Dr. Strangelove y Jurassic Park.

Carl Sagan estaba consciente que "llevar el conocimiento de los hechos del mundo físico al público científicamente inculto" no sería la solución a todos los problemas ni mucho menos parecía creer que solo con la enseñanza de "la verdad objetiva sobre la naturaleza seremos capaces de hacer frente a las dificultades del mundo y aumentar la suma de la felicidad humana." No es que Sagan fuera una clase de divulgador ingenuo, como parece interpretarlo Lewontin, es que Sagan estaba consciente qué es lo que él quería comentar (la importancia de la cultura científica para una ciudadanía dependiente de la ciencia y la tecnología), dejando solo a modo de comentarios otros temas que pueden ser abordados por otros autores, como el propio Lewontin (los problemas políticos, económicos y sociales de la ciencia).

De los marcianos a Dios. ¿Quiénes son los "demonios" en El mundo y sus demonios (y quiénes no)?


Lewontin asume que el mensaje del libro es fácilmente reducible, lo que no deja de parecerme irónico, viniendo semejante tesis de uno de los principales antirreduccionistas científicos de las últimas décadas:

El argumento de Sagan es sencillo. Existimos como seres materiales en un mundo material, todos cuyos fenómenos son consecuencia de las relaciones físicas entre entidades materiales. La gran mayoría de nosotros no tenemos control del aparato intelectual necesario para explicar la realidad manifiesta en términos materiales, así que en lugar de explicaciones científicas (es decir, material correcto), lo sustituimos por los demonios.
Lewontin afirma que los "demonios" de los que habla Sagan "incluye, además de los ovnis y sus tripulaciones, de hombrecitos verdes que llevan a pasajeros involuntarios a dar una vuelta de medianoche y algo de sexo salvaje, influencias astrológicas, percepción extrasensorial, oraciones, doblar cucharas, recuerdos reprimidos, espiritualismo, y la canalización, así como demonios sensu strictu, diablos, hadas, brujas, espíritus, Satanás y sus devotos, y, después de un discreto respaldo y relleno, el supuesto motor principal mismo." También señala algo que muchos, en los tiempos posteriores a la fiebre del nuevo ateísmo, reconocemos en las obras de Sagan:

Dios le da muchos problemas a Sagan. Es bastante fácil para él burlarse de los hombres de Marte, pero cuando se trata del Extraterrestre Supremo, es bastante circunspecto y pide sólo que los sermones "examinen con imparcialidad la hipótesis de Dios".

[...]

Dudo que un Dios que todo lo ve caiga en la apuesta de Pascal, pero las sensibilidades de los creyentes modernos pueden ser salvadas por esta moderación clintonesca.
Hay dos puntos importantes aquí, aunque bastante diferentes: primero, aunque es cierto que el libro de Sagan habla de estos "demonios", es falso y algo tramposo insinuar que estos son los principales problemas o la principal preocupación de El mundo y sus demonios. Los hombrecillos verdes, los astrólogos o las hadas son solo ejemplos típicos de creencias falsas y supersticiones, no el problema en sí de los peligros de vivir o dirigir una sociedad científicamente dependiente con creencias falsas. Este punto es también uno de los pasajes más emblemáticos del libro:

Hemos preparado una civilización global en la que los elementos cruciales -el transporte, las comunicaciones y todas las demás industrias; la agricultura, la medicina, la educación, el ocio, la protección del medio ambiente, e incluso la institución democrática clave de las elecciones- dependen profundamente de la ciencia y la tecnología. También hemos dispuesto las cosas de un modo que nadie entienda la ciencia y la tecnología. Es es una garantía de desastre. Podríamos seguir así una temporada pero, antes o después, esta mezcla combustible de ignorancia y poder nos explotará en la cara.

Una vela en la oscuridad es el título de un libro valiente, con importante base bíblica, de Thomas Ady, publicado en Londres en 1656, que ataca la caza de brujas que se realizaba entonces como una patraña "para engañar a la gente". Cualquier enfermedad o tormenta, cualquier cosa fuera de lo ordinario, se atribuía popularmente a la brujería. Las brujas deben existir: Ady citaba el argumento de los "traficantes de brujas": "¿cómo si no existirían, o llegarían a ocurrir esas cosas?" Durante gran parte de nuestra historia teníamos tanto miedo del mundo exterior, con sus peligros impredecibles, que nos abrazábamos con alegría a cualquier cosa que prometiera mitigar o explicar el terror. La ciencia es un intento, en gran medida logrado, de entender el mundo, de conseguir un control de las cosas, de alcanzar el dominio de nosotros mismos, de dirigirnos hacia un camino seguro. La microbiología y la meteorología explican ahora lo que hace sólo unos siglos se consideraba causa suficiente para quemar a una mujer en la hoguera.

Ady también advertía del peligro de que "las naciones perezcan por falta de conocimiento". La causa de la miseria humana evitable no suele ser tanto la estupidez como la ignorancia, particularmente la ignorancia d nosotros mismos. Me preocupa, especialmente ahora que se acerca el fin del milenio, que la pseudociencia y la superstición se hagan más tentadoras de año en año, el canto de sirena más sonoro y atractivo de la insensatez. ¿Dónde hemos oído eso antes? Siempre que afloran los prejuicios étnicos o nacionales, en tiempos de escasez, cuando se desafía a la autoestima o vigor nacional, cuando sufrimos por nuestro insignificante papel y significado cósmico o cuando hierve el fanatismo a nuestro alrededor, los hábitos de pensamiento familiares de épocas antiguas toman el control.

La llama de la vela parpadea. Tiembla su pequeña fuente de luz. Aumenta la oscuridad. Los demonios empiezan a agitarse.
Un segundo punto interesante en las observaciones de Lewontin, es esa pasividad de Sagan con respecto de la cuestión de Dios. Veremos más adelante que esta actitud no es únicamente para evitar alejar audiencia religiosa moderada, sino además que Carl Sagan, al fin y al cabo, es un hijo de su tiempo. Y en su tiempo, los adjetivos "ateo" o "materialista" eran bastante mal vistos. El objetivo de Sagan no se centra en cuestionar abiertamente la existencia de Dios, sino en promover el pensamiento crítico y dejar que las personas lo apliquen a sus creencias personales, incluida la creencia en Dios. Esto no es una suposición, como hace un par de semanas nos demostraba la hija menor de Carl, Sasha Sagan en su presentación "Para pequeñas criaturas como nosotros" en la FIL Guadalajara. Sasha creció en un ambiente secular y tolerante, más que de cuestionamiento a lo que creían las otras personas. Incluso cuenta que su nana, una mujer profundamente católica, fue querida por la familia Sagan, y cuando ella quiso enseñarle a Sasha sobre las creencias en el cielo y el infierno, la pequeña niña le preguntó a sus padres si lo que le contaba su nana era verdad. La respuesta de Sagan y Ann Druyan, para sorpresa de alguno que otro ateo militante de nuestros días, fue un "nadie lo sabe". Nunca reprimieron a la nana por inculcarle el catolicismo a Sasha, y en su lugar, fue educada con una mezcla de amor, respeto y autonomía de pensamiento. En El mundo y sus demonios tampoco se lee confrontación, no solo con los creyentes en dioses, tampoco cuando habla de astrología o de ovnis. Incluso advirtió al movimiento escéptico, en el que contribuyó para su nacimiento, de cuidarse de los peligros de sentirse superiores desde el escepticismo o de creerse con el derecho de burlarse de los demás por sus creencias.

Sagan también creía que las instituciones religiosas podían ser aprovechadas para realizar actos que beneficiaran a la sociedad, como utilizar su influencia en la lucha contra el cambio climático. Tal como nos cuenta William Poundstone en Carl Sagan. Una vida en el Cosmos (2015), Sagan conocía a muchos líderes religiosos, entablando amistad con varios de ellos. "Estas alianzas se originaron por cuestiones de conveniencia política pero acabaron trascendiendo más allá", escribe Poundstone. Con una agenda conciliadora antes que centrada en el debate del dogma central de una iglesia, puede notarse por qué Sagan es tan ambiguo al hablar sobre la cuestión de Dios en su último libro. Esto no significa que Sagan tuviera alguna pizca de creyente o suspendiera su capacidad crítica con las personas religiosas. Poundstone también cuenta que, cuando Sagan coincidía con algún líder religioso, algunas veces les preguntaba cosas como "¿Qué haría usted si una de las creencias fundamentales de su fe se demostrara que es falsa?" Una anécdota popular con una pregunta de este tipo también la podemos recordar facilmente: en una ocasión, cuando Sagan se reunió con el Dalai Lama, le preguntó esto mismo sobre la reencarnación. El Dalai Lama, para asombro de Sagan, le respondió que entonces "el budismo tibetano tendría que cambiar". "¿Aún cuando se trate de un principio realmente capital como la reencarnación?", insistió Sagan. "Aún en ese caso", insistió el líder budista, aunque añadió que "la falsedad de la reencarnación va a ser difícil de probar" (con eso nos imaginamos cuándo cambiará de creencia central el budismo).

 Algo que a mí me inquietó en su momento, cuando leí El mundo y sus demonios por primera vez, fue que Sagan utiliza el término "pseudorreligión" para referirse a cultos new age y a sectas destructivas. Recuerdo que me preguntaba, ¿acaso creía que existe alguna "verdadera religión" para empezar? Aunque al día de hoy sigo con la duda, me parece que con esta separación entre religiones y pseudorreligiones puede notarse la "moderación clintonesca" de la que Lewontin habla con (me parece a mí) algo de repulsión. Sagan buscaba el apoyo de los creyentes en las instituciones religiosas "tradicionales", mientras que cuestionaba las más sospechas nuevas manifestaciones de la fe en la cultura new age.

Estas ideas puede que molesten a ese ateo militante que muchos llevamos dentro, pero para ser justos, Carl Sagan no aborda la religión y la existencia de Dios como un tema principal en su libro. De hecho, tampoco es que aborde en sí la existencia de ovnis, psíquicos, brujas o demonios como tal, sino que los usa como ejemplos de la irracionalidad, creídos en gran medida por el analfabetismo científico imperante en la sociedad. Habría que esperar diez años después de su muerte, cuando se publicó su obra póstuma La diversidad de la ciencia (2006), donde tendríamos, ahora sí, un acercamiento directo de lo que este astrónomo pensaba a fondo sobre la cuestión de Dios (aunque esto será tema para otro artículo).

¿Qué es el método científico para Carl Sagan? La filosofía de la ciencia en El mundo y sus demonios


Tal vez la parte más interesante de la reseña de Lewontin, filosóficamente hablando, sea ese cuestionamiento a Sagan como defensor del método científico:

La mayoría de los capítulos de El mundo y sus demonios están llenos de exhortaciones al lector para que deje de prostituirse en pos de dioses falsos y acepte el método científico como el camino único hacia una comprensión correcta del mundo natural. Para Sagan, como para todos menos algunos científicos, es evidente que las prácticas de la ciencia proporcionan el método más seguro de ponernos en contacto con la realidad física y que, por el contrario, el mundo embrujado por los demonios se basa en un conjunto de creencias y comportamientos que fallan en todas las pruebas razonables.

Más adelante, Lewontin insiste:

Sagan cree que los científicos rechazan los duendes, las hadas y la influencia de Sagitario porque seguimos un conjunto de procedimientos, el Método Científico, que ha producido consistentemente explicaciones que nos ponen en contacto con la realidad y en el que las fuerzas místicas no intervienen. Para Sagan, el método es el mensaje, pero creo que ha abierto el sobre equivocado.

Si esto es así, se pregunta Lewontin, entonces ¿por qué tanta gente (incluidos personas bien educadas) cree en estos "demonios"? Sorprendentemente, Lewontin se encuentra con que el libro no ofrece una respuesta coherente para esta pregunta. También señala que, aunque el libro puede verse como una defensa del método científico, no hay ningún intento "de proporcionar una descripción sistemática de en qué consisten la ciencia y el método científico." Lewontin, al menos, reconoce que tampoco era ese el objetivo de Sagan, pues (para sorpresa de nadie) El mundo y sus demonios no es un libro sobre filosofía de la ciencia, sino de divulgación científica.

Lo que sí encontré en el libro, es el "fantasma" de Karl Popper rondando sus páginas, pues parece que para Sagan el método científico, y la demarcación entre ciencia y pseudociencia, es la falsación popperiana:
La pseudociencia es distinta de la ciencia errónea. La ciencia avanza con los errores y los va eliminando uno a uno. Se llega continuamente a conclusiones falsas, pero se formulan hipotéticamente. Se plantean hipótesis de modo que puedan refutarse. Se confronta una sucesión de hipótesis alternativas mediante experimento y observación. La ciencia anda a tientas y titubeando hacia una mayor comprensión. Desde luego, cuando se descarta una hipótesis científica se ven afectados los sentimientos de propiedad, pero se reconoce que este tipo de refutación es el elemento central de la empresa científica.

La pseudociencia es justo lo contrario. Las hipótesis suelen formularse precisamente de modo que sean invulnerables a cualquier experimento que ofrezca una posibilidad de refutación, por lo que en principio no pueden ser invalidadas. Los practicantes se muestran cautos y a la defensiva. Se oponen al escrutinio escéptico. Cuando la hipótesis de los pseudocientíficos no consigue cuajar entre los científicos se alegan conspiraciones para suprimirlas.

Capítulos más adelante, recordando cómo dejó de creer en platillos voladores, Sagan también comenta:

Me había interesado la posibilidad de vida extraterrestre desde pequeño, mucho antes de oír hablar de platillos volantes. He seguido fascinado hasta mucho después de haberse apagado mi entusiasmo primitivo por los ovnis... al entender mejor a este maestro despiadado llamado método científico: todo depende de la prueba. En una cuestión tan importante, la prueba debe ser irrecusable. Cuanto más deseamos que algo sea verdad, más cuidadosos hemos de ser. No sirve la palabra de ningún testigo. Todo el mundo comete errores. Todo el mundo hace bromas. Todo el mundo entiende mal en ocasiones lo que ve. A veces incluso ven cosas que no están. 

Uno puede mirar, con cierta extrañeza en estos párrafos, que Sagan parece navegar entre la deductivista falsación y la inductivista filosofía baconiana. No podemos culpar a Sagan de caer en el fantasma popperiano, después de todo, aún hoy nos encontramos con científicos de primer nivel que apenas se están dando cuenta que la falsación no sirve para demarcar la ciencia de la pseudociencia, especialmente como criterio único. Ciertamente, la actividad de conjeturar y refutar tiene un lugar especial en la investigación escéptica, pues es aquí donde sí se abordan hipótesis (más o menos) aisladas o independientes que pueden ser analizadas para ver si son o no refutables. Por ejemplo, el efecto en la conducta por la Luna llena, la presunta edad de la Tierra en 6,000 años, la capacidad de un supuesto psíquico en mover objetos con la mente o la efectividad de una terapia "alternativa" frente a un estudio con doble ciego, son afirmaciones que pueden ser puestas a prueba, y refutadas por los resultados de los estudios científicos actuales. También es posible darse cuenta del uso malicioso de hipótesis ad hoc, cuando el astrólogo alega la interferencia de Júpiter, el teólogo reinterpreta la Biblia, el psíquico se siente débil en la presencia de escépticos o el curandero dice que a su tía sí le funcionó el brebaje. Es decir, ante las pruebas en contra o ante la imposibilidad de probar sus afirmaciones, los charlatanes recurren a más afirmaciones indemostrables. 

Pero de ahí a considerar que esto es el método científico o el criterio definitivo de demarcación, hay un abismo, uno que los filósofos de la ciencia (como Lewontin) supieron identificar hace décadas, pero que muchos científicos y divulgadores aún no han notado. El papel de las pruebas en la definición de x actividad como científica o como pseudocientífica también es un punto discutible, como bien comenta Lewontin. Para Lewontin, es evidente que las pruebas no son el criterio que los científicos usaron para que se destinaran recursos en la investigación de los virus oncogénicos como base de la entonces llamada "Guerra contra el cáncer", ni en las promesas de una revolución médica con el Proyecto Genoma Humano de prevenir y curar a tiempo todas las enfermedades (promesas que hasta el día de hoy, siguen ser cumplidas). Esta misma objeción me recuerda a una lectura de hace unas semanas, donde la física Sabine Hossenfelder contaba la siguiente anécdota, para cuestionar el hecho que en física teórica se tengan tan pocos avances significativos basados en pruebas:
En una visita reciente a la casa de mi madre, busqué entre mis cosas viejas algo que pudiera gustarles a mis hijos. Un libro que me llamó la atención fue (la edición alemana de) El lado oscuro del universo de James Trefil . Se trata de cosmología, el Big Bang y la expansión del universo, la teoría de la relatividad general de Einstein y especulaciones sobre qué podría ser la materia oscura.

El libro de Trefil se publicó en 1989. En ese entonces, lo encontraba tremendamente emocionante. Pero gran parte de ella podría publicarse en 2021 sin cambios; solo tendríamos que agregar que la constante cosmológica está de regreso. Por otra parte, la constante cosmológica fue idea de Einstein, por lo que no es exactamente nueva.

Cuestionarnos, como Hossenfelder en el resto de su artículo, sobre el estado actual de la física teórica no es el punto (por ahora), sino el hecho que es perfectamente normal hablar de cuán pocas nuevas pruebas tienen las hipótesis y teorías actuales en el campo, sin que eso parezca hacer pensar a la mayoría de la comunidad científica que eso es una señal de pseudociencia o de inaplicabilidad del método científico (tal vez Hossenfelder sí lo piense, pero ese no es el punto aquí). Es cierto que las refutaciones y la obtención de pruebas tienen un papel importante en la investigación científica, pero éstas no hacen ni definen al método científico que defiende El mundo y sus demonios. Ese es el punto que defiende Lewontin:

[S]e dice repetidamente que la ciencia es intolerante con las teorías sin datos y afirmaciones sin evidencia adecuada. Pero ningún estudiante serio de epistemología toma ya la visión ingenua de la ciencia como un proceso de inducción baconiana a partir de observaciones teóricamente desorganizadas. No puede haber observaciones sin un inmenso aparato de teoría preexistente. Antes de que las experiencias sensoriales se conviertan en "observaciones", necesitamos una pregunta teórica, y lo que cuenta como una observación relevante depende del marco teórico en el que se coloque. Las observaciones repetibles que no encajan en un marco existente tienen una forma de desaparecer de la vista, y los experimentos que las produjeron no se revisan. En la década de 1930, genetistas respetables y bien establecidos describieron las "modificaciones de Dauer", cambios inducidos por el medio ambiente en los organismos que se transmitieron a la descendencia y desaparecieron lentamente en las generaciones siguientes. A medida que la ciencia de la genética se endureció, con su rechazo definitivo de cualquier posibilidad de herencia de las características adquiridas, las observaciones de las modificaciones de Dauer fueron enviadas al desguace donde todavía se encuentran, mezcladas con otros hechos desmantelados.

Y Lewontin no podía dejar pasar la polémica al tratar este tema:
En cuanto a las afirmaciones sin evidencia adecuada, la literatura científica está llena de ellas, especialmente la literatura de divulgación científica. La lista de Carl Sagan de los "mejores divulgadores científicos contemporáneos" incluye a EO Wilson, Lewis Thomas y Richard Dawkins, cada uno de los cuales ha puesto afirmaciones sin fundamento o afirmaciones contrafácticas en el centro mismo de las historias que han vendido al por menor en el mercado. Sociobiología [1975] sobre la naturaleza humana [1978] de Wilson descansan en la superficie de un pantano tembloroso de afirmaciones infundadas sobre la determinación genética de todo, desde el altruismo hasta la xenofobia. Las vulgarizaciones del darwinismo por parte de Dawkins no hablan de nada en la evolución sino de una ascendencia inexorable de genes que son selectivamente superiores, mientras que todo el conjunto de avances técnicos en genética evolutiva experimental y teórica de los últimos cincuenta años se ha movido en la dirección de enfatizar las fuerzas no selectivas en evolución. Thomas, en varios ensayos, hizo propaganda del éxito de la medicina científica moderna en la eliminación de la muerte por enfermedad, mientras que las recopilaciones estadísticas indiscutibles sobre la mortalidad muestran que en Europa y América del Norte las enfermedades infecciosas, incluidas la tuberculosis y la difteria, habían dejado de ser las principales causas de mortalidad en las primeras décadas del siglo XX, El propio Mundo y sus demonios a veces toma como verdaderas afirmaciones sospechosas cuando tienen un propósito retórico como, por ejemplo, estadísticas sobre abuso infantil o una historia sobre la evolución del miedo de un niño a la oscuridad.
También Lewontin carga contra una de las afirmaciones más famosas de Sagan sobre la naturaleza de la ciencia: que no existen autoridades en la ciencia. En este punto sí parece que Lewontin no toma en cuenta que "autoridad" puede entenderse, para este caso, de dos formas importantes. La primera, en el sentido de ser alguien que posee la verdad y no debe ser cuestionado; y la segunda, como alguien que sabe mucho sobre algo, y puede ser un referente humanamente confiable sobre ese algo. Sagan se refería a la primera definición, lo que podemos demostrar cada que él compara los especialistas en ciencia con las autoridades infalibles de la pseudociencia, la religión y la ideología política. Lewontin, en cambio, critica a Sagan a partir de la segunda definición, ejemplificando que, al no ser especialistas en algún asunto, tenemos que confiar en quienes sí lo son:
En lo que mi mujer llama el síndrome del Gunfight at the O.K. Corral, los jóvenes científicos en activo desafiarán a un barón gris, y esta atmósfera adversa en su mayor parte sirve a la verdad. Pero cuando los científicos transgreden los límites de su propia especialidad, no tienen más remedio que aceptar las afirmaciones de la autoridad, aunque no sepan la solidez de esas afirmaciones. ¿A quién voy a creer sobre la física cuántica si no es a Steven Weinberg, o sobre el sistema solar si no es a Carl Sagan? Lo que me preocupa es que puedan creer lo que Dawkins y Wilson les dicen sobre la evolución.

Con gran percepción, Sagan ve que existe un impedimento para la credibilidad popular de las afirmaciones científicas sobre el mundo, un impedimento que es casi invisible para la mayoría de los científicos. Muchas de las afirmaciones más fundamentales de la ciencia van en contra del sentido común y parecen absurdas a primera vista. ¿De verdad esperan los físicos que acepte sin serios reparos que el queso picante que comí para el almuerzo en realidad está hecho de paquetes de energía diminutos, insípidos, inodoros e incoloros con nada más que un espacio vacío entre ellos? Los astrónomos nos dicen sin aparente vergüenza que pueden ver eventos estelares que ocurrieron hace millones de años, mientras que todos sabemos que vemos las cosas como suceden. Cuando, en el momento del alunizaje, se entrevistó a una mujer en una zona rural de Texas sobre el evento, muy sensatamente se negó a creer que las imágenes de televisión que había visto hubieran venido desde la luna, con el argumento de que con su antena ni siquiera podía llegar a Dallas. Lo que parece absurdo depende del prejuicio de uno. Carl Sagan acepta, como yo, la dualidad de la luz, que es al mismo tiempo onda y partícula, pero cree que la consustancialidad de Padre, Hijo y Espíritu Santo pone el misterio de la Santísima Trinidad "en un grave problema". Compañía de dos, pero multitud de tres.

Ciencia y materialismo. ¿Es El mundo y sus demonios un libro de filosofía?


Este último punto, lo opuesto al sentido común que puede sonar el conocimiento científico, es, según Lewontin, "la clave para comprender la verdadera lucha entre la ciencia y lo sobrenatural." No podría ser de otro modo, según el difunto genetista:
Nos ponemos del lado de la ciencia a pesar del evidente absurdo de algunos de sus constructos, a pesar de que no ha cumplido muchas de sus extravagantes promesas de salud y vida, a pesar de la tolerancia de la comunidad científica por historias sin fundamento, porque tenemos un compromiso previo, un compromiso con el materialismo. 

No es el método científico, ni las pruebas, ni las refutaciones, ni las autoridades, sino que "nos vemos obligados por nuestra adherencia a priori  a las causas materiales para crear un aparato de investigación y un conjunto de conceptos que producen explicaciones materiales, por contraintuitivas que sean, por desconcertantes que sean para los no iniciados." Y por si esto no es lo bastante contundente, Lewontin asegura que "ese materialismo es absoluto, porque no podemos permitir un Pie Divino en la puerta." Es este compromiso con la explicación de la realidad material, lo que distingue a la historia de la ciencia, aunque algunos científicos de vez en cuando invocaran a Dios:

En nuestra propia historia intelectual, el desplazamiento definitivo de los poderes divinos por causas puramente materiales ha sido un cambio relativamente reciente, y ese icono de la ciencia moderna, Newton, estaba en la cúspide. Es un cliché de la historia intelectual que Newton intentó acomodarse a Dios postulándolo como el primer motor que, habiendo establecido las leyes mecánicas y puesto en movimiento todo el universo, se retiró de una mayor intervención, dejando que personas como Newton revelaran su plan. Pero lo que podríamos llamar "La estratagema de Newton" realmente no lo liberó del apuro. Entendió que un defecto de su sistema de mecánica era la falta de cualquier fuerza equilibradora que devolviera al sistema solar a su conjunto regular de órbitas si hubiera alguna pequeña perturbación. Por lo tanto, se vio obligado, aunque a regañadientes, asumir que Dios intervino de vez en cuando para arreglar las cosas nuevamente. Le quedaba a Laplace, un siglo después, producir una mecánica que predijera la estabilidad de las órbitas planetarias, permitiéndole la altanería de su famosa réplica a Napoleón. Cuando el Emperador observó que no había, en toda la Mécanique Céleste, ninguna mención al autor del universo, respondió: "Señor, yo no necesito esa hipótesis". Casi se puede escuchar un acento en el "yo".

El compromiso consciente con el materialismo en la ciencia, podemos suponer, es lo que hace que a Lewontin le moleste tanto la pasividad de Sagan con la cuestión de Dios. Escribe también Lewontin que el "eminente erudito de Kant Lewis Beck solía decir que cualquiera que pudiera creer en Dios podía creer en cualquier cosa. Apelar a una deidad omnipotente es permitir que en cualquier momento se rompan las regularidades de la naturaleza, que sucedan milagros." El materialismo defendido por Lewontin no era un tipo practicado por la mayoría de los científicos, ni tampoco por la mayoría de los filósofos actualmente: el materialismo histórico. Para Lewontin, la ontología marxista (que usó en propuestas algo oscuras y olvidadas, como la "biología dialéctica") le ofreció un enfoque que le permitió analizar pseudociencias, como el creacionismo, desde sus influencias sociológicas y económicas como un combate dialéctico entre clases:

La lucha por la posesión de la conciencia pública entre las explicaciones materiales y místicas del mundo es un aspecto de la historia del enfrentamiento entre la cultura de élite y la cultura popular. Sin esa historia no podemos entender lo que estaba sucediendo en el Auditorio de Little Rock en 1964. El debate en Arkansas entre un maestro de una universidad fundamentalista de Texas y un astrónomo de Harvard y un biólogo de la Universidad de Chicago fue una obra de teatro que recapituló la historia del populismo rural estadounidense.

Lewontin relata brevemente la historia a la que hace referencia: en las primeras décadas del siglo XX hubo un populismo inmensamente activo entre los campesinos y mineros pobres del suroeste. Eugene Debs, un sindicalista y candidato presidencial por el Partido Socialista de América, obtuvo más votos, en las elecciones de 1912, en los condados rurales más pobres de Texas y Oklahoma que en los distritos industriales de las ciudades del norte. El sentimiento era extremadamente fuerte contra los bancos y corporaciones que tenían las hipotecas y sudaban el trabajo de los pobres de las zonas rurales, quienes sentían que sus vidas estaban en el poder de una élite oriental distante. Las únicas esferas de control que parecían quedarles eran la vida familiar, una religión fundamentalista y la educación local. Este sentido de una cultura en guerra, siempre según Lewontin, se trasladó desde el suroeste a California por las migraciones de los okies y los arkies desposeídos de sus granjas en ruinas en la década de 1930. No hubo una amenaza pública seria a sus valores religiosos y familiares hasta mucho después de la Segunda Guerra Mundial. Lewontin señala que la evolución no formó parte del plan de estudios de biología cuando él estudiaba la secundaria, en 1946.
En consecuencia, no hubo un movimiento creacionista organizado. Luego, a fines de la década de 1950, se inició un proyecto nacional para actualizar los planes de estudio de ciencias escolares. Un grupo de biólogos de universidades de élite junto con profesores de ciencias de escuelas urbanas produjeron un nuevo conjunto uniforme de libros de texto de biología, cuya publicación y difusión fueron financiadas por la National Science Foundation. Se emprendió una extensa y exitosa campaña de relaciones públicas para que se adoptaran estos libros, y de repente se enseñó la evolución darwiniana a los niños de todo el mundo. La cultura de élite ahora estaba extendiendo su dominio atacando el control que las familias habían mantenido sobre la formación ideológica de sus hijos.

El resultado fue una revuelta fundamentalista, la invención de la "ciencia de la creación" y una presión popular exitosa sobre las juntas escolares locales y las agencias estatales de compra de libros de texto para que revisen los planes de estudio subversivos y boicoteen los libros de texto blasfemos. En su arrogancia parroquial, los intelectuales llaman a la lucha entre los relativistas culturales y los tradicionalistas en las universidades y las revistas de pequeña circulación "Las guerras culturales". La verdadera guerra es entre la cultura tradicional de quienes se consideran impotentes y el materialismo racionalizador del Leviatán moderno. 

Adentrarnos en los fundamentos históricos de la ciencia de la creación es un punto interesante, pero nos extenderíamos (aún) más  de la cuenta. Lo importante aquí es mirar que el enfoque de Lewontin hace que se concentre en puntos completamente distintos (aunque no opuestos) a los que se enfoca Sagan y los escépticos en general. El primero habla de principios ontológicos y causas económico-sociales, mientras que los segundos se concentran en lo que es demostrablemente verdadero y falso. Podemos decir que, en efecto, Sagan, casi parece ignorar las causas sociales detrás del éxito de las pseudociencias, y que comparado con el tiempo que le dedica a la lógica de los argumentos de sus promotores, su libro es casi inútil para estudiar la pseudociencia desde tal enfoque. 

Pero aquí es donde debemos volver a un punto importante: El mundo y sus demonios no es un libro de filosofía, ni siquiera de filosofía de la ciencia, mucho menos de ontología o epistemología. Sí podemos analizar la obra de Sagan desde distintas perspectivas filosóficas, o concentrarnos en debatir los supuestos metafísicos, metodológicos o epistemológicos que maneja implícitamente, pero sería ingenuo de nuestra parte (y de Lewontin también) exigir que Carl Sagan fuese riguroso en estos puntos, cuando no pretendía abordarlos explícitamente, no sería muy honesto de nuestra parte. Y sí, la denuncia de la pseudociencia, la relevancia de la cultura científica o los aportes de la divulgación científica para la democracia, son temas que aborda Sagan, pero su enfoque es distinto al de Lewontin, como lo es el de Shermer o el de algún otro estudioso de los mismos, por lo que no podríamos esperar que los abarque a todos en una sola obra. Por ejemplo, imaginen que Lewontin hubiera publicado un libro analizando las pseudociencias desde el materialismo histórico, y le reclamáramos que no profundizó en qué es el materialismo histórico y mostráramos las debilidades de su concepción del mismo. Tendríamos todo el derecho en hacerlo (y de hecho, hay mucho material escéptico contra el materialismo histórico), pero deberíamos tener claro que el materialismo histórico no es el punto central de esa hipotética obra.

Esto tampoco excusa a Sagan de sus "puntos débiles" (como las flacas definiciones del método científico y la demarcación de la ciencia, o su pasividad con el sobrenaturalismo), por lo que haremos bien en exponer estas debilidades, precisándolas siempre que podamos. 

Lewontin termina su reseña señalando una aparente paradoja en el proyecto de vida que Carl Sagan siempre siguió:

Carl Sagan [...] ha dedicado una energía extraordinaria a llevar la ciencia a un público masivo. Al hacerlo, se enfrenta a una contradicción para la que no existe una resolución clara. Por un lado, se nos insta a la ciencia como modelo de deducción racional a partir de hechos públicamente verificables, liberados de la tiranía de la autoridad irracional. Por otro lado, dada la inmensa extensión, la complejidad inherente y la naturaleza contraria a la intuición del conocimiento científico, es imposible para cualquiera, incluidos los científicos no especializados, volver sobre los caminos intelectuales que conducen a conclusiones científicas sobre la naturaleza. Al final, debemos confiar en los expertos y ellos, a su vez, explotan su autoridad como expertos y sus habilidades retóricas para asegurar nuestra atención y nuestra fe en cosas que realmente no entendemos. Cualquiera que haya servido como testigo experto en un procedimiento judicial sabe que el tribunal puede dedicar un tiempo excesivo a "calificar" al perito, quien, una vez calificado, da un testimonio que no pretende ser un argumento persuasivo, sino una afirmación incontestable por parte de cualquiera excepto otro experto. Y, de hecho, ¿qué más pueden hacer los tribunales? Si el juez, los abogados y el jurado pudieran razonar los problemas técnicos a partir de los fundamentos, no habría necesidad de expertos.
Es en este sentido que Lewontin concluye citando el Gorgias, el diálogo de Platón en donde Sócrates discute sobre la autoridad y la retórica con el sofista Gorgias:

Gorgias: "Me refiero [por el arte de la retórica] a la capacidad de convencer por medio del discurso a un jurado en un tribunal de justicia, miembros del Consejo en su Cámara, votantes en una reunión de la Asamblea y cualquier otra reunión de ciudadanos, lo que sea que pueda ser."

Sócrates: "Cuando los ciudadanos celebren una reunión para nombrar a los médicos o constructores navales o cualquier otra clase profesional de personas, seguramente no será el orador quien los asesore en ese momento. Obviamente, en cada elección de este tipo, la elección debe recaer en el más experto. "
Lo que está en juego aquí, afirma Lewontin, es un problema profundo de autogobierno democrático. Es el dilema de no tener un método eficaz para empoderar al ciudadano, como anunciaba la cita con la que inicié este ensayo. Dudo que Carl Sagan estuviera en desacuerdo con él.

SI TE INTERESA ESTE TEMA

* El mundo y sus demonios, por Carl Sagan, Editorial Planeta, México, 2005.

* Carl Sagan. Una vida en el Cosmos, por William Poundstone, Ediciones Akal, España, 2015.

* "Billions and Billions of Demons", por Richard Lewontin, originalmente publicado en New York Review of Books, 1997.

* "Science & ‘The Demon-Haunted World’: An Exchange", réplica a Lewontin (especialmente concentrándose en sus afirmaciones sobre la genética y la oncología), por Wayne C. Booth, Robert S. Krauss, Richard Bernstein Harold Dorn, así como la contrarréplica de Lewontin a estos autores, en New York Review of Books, 1997.

* Carl Sagan Collection, artículos selectos de Carl Sagan, así como ensayos y homenajes a su obra y vida, a cargo del CSI.

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