Ya lo he contado en varias ocasiones: mis hábitos de lectura, a diferencia de varios amigos míos, no se desarrollaron en la infancia, sino en mi adolescencia, y no gracias a literatura juvenil, sino a la revista de divulgación científica Muy Interesante y mi fascinación por lo paranormal. En 2007, recuerdo que iba con mi papá y mi abuela por el mercado cuando, al pasar al lado de un puesto de revistas, vi el número de abril con la portada "Contacto extraterrestre: ¿Qué opina la ciencia sobre las abducciones?". Le supliqué a mi abuela que me comprara esa revista, y ella accedió con la condición de leerla en realidad (yo nunca había sentido curiosidad por lecturas, fuera de las que me imponían en la escuela).
El artículo, escrito por el periodista Rafael Muñoz Saldaña, era un extenso artículo (de la pág. 28 a la 39) que explicaba de maravilla la historia de la ufología (desde cosas no identificadas en el cielo en la antigüedad hasta los célebres avistamientos de Kenneth Arnold en 1947), su contexto histórico con la influencia de fraudes decimonónicos y grandes obras de la ciencia-ficción, hasta los orígenes del fenómeno de las abducciones alienígenas con los "relatos fundacionales" de Antonio Villas Boas y del matrimonio de Betty y Barney Hill en 1957 y 1961, respectivamente. Era un artículo que explicaba igualmente la investigación psicológica sobre los falsos recuerdos, la personalidad esquizotípica y el negocio redondo que representaba el mercado de las abducciones para magufos, como John Mack y Budd Hopkins. También fue la primera vez que leí nombres escépticos, como Carl Sagan (teniendo entre sus páginas la primer mención que conocí de El mundo y sus demonios), Philip Klass, Susan Clancy, Richard McNally y Robert Todd Carroll (siendo aquí donde también me enteraría de la existencia del fabuloso Skeptic's Dictionary).
En ese entonces, con casi 15 años de edad y siendo un verdadero creyente de misterios perdurables, pensaba que el artículo era poco convincente, pero fascinante. Al fin tenía una primer respuesta a una duda que siempre tuve como buen magufo: ¿por qué había personas que parecían ser inteligentes que no creían en lo paranormal cuando era "evidente" que existía "algo inexplicable" por la ciencia? Ese año en especial lo recuerdo porque Muy Interesante siguió sacando temas sobrenaturales, como el fin del mundo, los orígenes del diablo o la historia de los evangelios apócrifos. Me volví un lector y comprador compulsivo de Muy Interesante, al punto que llegué a tener todos los números de la revista desde el 2003 hasta el 2012 (¿o 2013?), junto con ediciones de años anteriores (la más antigua que tengo, si no recuerdo mal, es de 1984); después del 2012, iniciando como estudiante universitario y proletario, dejé pasar varios números, hasta que con el paso del tiempo (y pasando mi poca inversión ahora a los libros) solo compraba Muy de vez en cuando, cada que aparecía algún tema de portada interesante.
Creo que no compré ninguna en los últimos tres o cuatro años, hasta que este mes, mientras hacía algunas compras del hogar, me conseguí el número de Marzo pasado (costando casi tres veces lo que costaba en 2007) con la esperanza de leer un buen artículo contra una locura que ha sido promovida desde el gobierno mexicano, como por algunas universidades de presunto prestigio (miro feo al IPN): la medicina tradicional indígena. Imaginen mi decepción al encontrar un artículo que, más que divulgativo, parece un panfleto de nuestra impresentable Secretaría de Salud, sin una sola mención a alguna voz que explique por qué los tratamientos precientíficos no son medicina, y pretender que lo sean, es una clara señal de que nos encontramos ante un discurso pseudocientífico.